Para qué sirve la OMS en una pandemia
El organismo que busca “la salud de los pueblos” ha sido protagonista sin querer en estos dos últimos años.
En 2019, muy poca gente, más allá del ámbito sanitario o político, había oído hablar de un biólogo etíope llamado Tedros Adhanom Ghebreyesus. Ahora, la mayoría de los medios generalistas lo llaman ya por su nombre de pila: Tedros, a secas. El 11 de marzo de 2020 fue él el encargado de anunciar al mundo que el brote de SARS-CoV-2 surgido en Wuhan (China) y extendido a un centenar de países ya no era una ‘simple’ epidemia, sino que podía –y debía– ser calificado de “pandemia”.
El doctor Tedros (Asmara, Etiopía, 1965) hacía este anuncio en calidad de director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un organismo dependiente de la Organización de Naciones Unidas que tiene por finalidad “alcanzar para todos los pueblos el grado más alto posible de salud”, según dicta su Constitución. En ella se define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
En sus más de siete décadas de historia –fue fundada el 7 de abril de 1948, tras la Segunda Guerra Mundial–, la OMS nunca había tenido un protagonismo mediático comparable al que le ha dado la pandemia de covid, muy a su pesar. En los diez primeros meses de pandemia, la OMS dio 134 ruedas de prensa, celebró 41 sesiones informativas con Estados miembros, creó 25 cursos diferentes para apoyar la respuesta a la covid y monitorizaba 63 vacunas candidatas en fase de desarrollo clínico. Mientras organizaba la respuesta global a la pandemia, la OMS supervisaba más de 35 operaciones de emergencia para el cólera, el sarampión y otras epidemias en el mundo.
Del mismo modo que este organismo internacional con 195 países miembros, siete millares de empleados y un presupuesto de unos 9.000 millones de euros ha adquirido visibilidad en estos dos últimos años, su trabajo también ha sido sistemáticamente cuestionado. En primer lugar, por una supuesta tardanza a la hora de declarar la pandemia. Según los críticos, la OMS infravaloró el riesgo que planteaba el coronavirus. Para María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS, decir esto sería hacer “epidemiología a posteriori”. Para Mario Fontán, médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, a este aspecto “se le dio más importancia de la que tiene”. “Tampoco hay una cifra exacta a partir de la cual está estipulado que se deba declarar una pandemia”, comenta Fontán.
El primer tuit de la OMS sobre el coronavirus –entonces conocido como “neumonía de Wuhan”– data del 4 de enero de 2020, cuando la Organización constata la existencia de una serie de casos de neumonía de causa desconocida. Justo una semana después, la OMS recibe la secuencia genética del virus, comunicada por las autoridades chinas. El 20 de enero, una misión de la OMS visita Wuhan, epicentro del virus, y el 30 de enero el doctor Tedros declara que el nuevo coronavirus constituye una emergencia de salud pública de importancia internacional (ESPII).
“Que el término pandemia no se determinara hasta cierto momento no deja de ser algo casi burocrático”, sostiene Fontán. “Poco iba a cambiar que esa declaración fuera antes o después y, de hecho, el mundo, y la OMS, ya estaban trabajando como si de una amenaza preocupante se tratara”, afirma.
“La OMS va tan lejos o tan rápido como quieren los propios países que la conforman”, asegura, por su parte, Daniel López Acuña. Después de 30 años trabajando en la Organización, entre otros como asesor de la directora general Margaret Chan y como director de Acciones de Salud, López Acuña considera que conoce la OMS “de la A a la Z”.
El epidemiólogo no entra a valorar si la OMS tardó más o menos de la cuenta en declarar la pandemia, pero sí responde a quienes se preguntan para qué sirve el organismo si luego cada Estado aplica las medidas que cree oportunas en sus fronteras. Como cuando la OMS pidió una moratoria de terceras dosis para acelerar la vacunación en los países más desfavorecidos, o cuando instó a la liberación de patentes de vacunas y tratamientos, o cuando criticó los cierres de fronteras en Occidente a países del cono sur africano por el descubrimiento de ómicron.
“Si los países no quieren hacer ciertas cosas, la OMS no tiene la potestad para obligarlos”, resume López Acuña. El epidemiólogo explica que la OMS es un mecanismo “colaborativo” y que haría falta “voluntad de sus Estados miembros para darle más presencia como organismo multilateral”. Esto dice el segundo Artículo de su Constitución: la OMS “proporcionar[á] ayuda técnica adecuada y, en casos de emergencia, prestar[á] a los gobiernos la cooperación necesaria que soliciten, o acepten”.
En ese mismo Artículo, la OMS se presenta como la “autoridad directiva y coordinadora en asuntos de sanidad internacional”. Tiene así potestad “para hacer recomendaciones y emitir lineamientos”, señala López Acuña, pero en esta pandemia “hemos visto cómo unos países hacen caso y otros no, cómo unos países colaboran y otros no”.
Quizás el caso más sonado y paradigmático fue el de Estados Unidos durante la era Donald Trump. El entonces presidente estadounidense no sólo desoyó las recomendaciones de la OMS en la gestión, prevención y detección de la covid, sino que, apenas un mes después de que se declarara la pandemia, Trump anunció que su país dejaría de aportar financiación a la OMS porque esta estaba actuando, supuestamente, bajo la batuta china.
Las incógnitas sobre el origen del virus
“China tiene control total sobre la OMS”, dijo Trump en mayo de 2020. El republicano se abonó a la teoría de que el virus había sido creado en un laboratorio chino y que la OMS estaba encubriendo a este país. “Terminaremos nuestra relación con la OMS y dirigiremos esos fondos” a otras organizaciones benéficas, anunció entonces Donald Trump, poniendo a la OMS en la tesitura de perder a su principal contribuyente. Pocos meses después, Trump perdió la presidencia y su sucesor, el demócrata Joe Biden, se apresuró a recuperar el puesto de EEUU en la OMS.
Al margen de Trump, la teoría del laboratorio chino llegó lejos. Tanto, que el pasado mes de enero la OMS emprendió una misión a China para investigar el origen del virus. A las cuatro semanas, emitió su veredicto, descartando como “extremadamente improbable” la hipótesis del laboratorio, y señalando como teoría “más probable” el paso del virus de un animal al ser humano por medio de una tercera especie.
Tiempo después, la OMS reconoció “falta de transparencia” por parte del gigante asiático para facilitarles todos los datos disponibles sobre el origen de la pandemia y, el pasado mes de octubre, el organismo internacional dio a conocer a un nuevo panel de 26 expertos que ahora conforman el Grupo Científico Asesor sobre el Origen de Nuevos Patógenos (SAGO, por sus siglas en inglés). El panel sigue investigando todas las hipótesis sobre el coronavirus y aspira a convertirse en el futuro en referente sobre enfermedades infecciosas emergentes, más allá del coronavirus.
Esta no es la única auditoría que se ha hecho sobre la covid tras cumplir su primer año. En mayo de 2021, un panel independiente de expertos concluyó que la pandemia era un “desastre evitable”. Tras investigar durante ocho meses la respuesta de la OMS y de los países, el comité apuntó que el sistema “fracasó”. Por un lado, la OMS tardó demasiado en dar la voz de alarma y faltó un “liderazgo global coordinado”; por otro lado, los países fueron lentos en dar una respuesta.
A cada cual su parte de responsabilidad. El informe también señala que, mientras los países exigían mucho de la OMS, le negaban la autoridad y financiación suficientes para actuar en consonancia. “La OMS es una institución con muy poca capacidad ejecutiva”, resume Mario Fontán. Para aprobarse un acuerdo en el seno de la Asamblea de la Salud se necesita el voto de dos terceras partes de los miembros, que deberán aplicar esa convención salvo que “comuniquen al Director General que la rechazan”, según dicta su Constitución.
“La OMS no es una Interpol sanitaria; aunque sea un organismo multilateral, no tiene potestad supranacional”, recuerda Daniel López Acuña. El exdirectivo de la OMS explica que el organismo sólo tiene dos instrumentos vinculantes: el reglamento sanitario internacional y la convención sobre el tabaco. El primero es “el mecanismo que gobierna en la definición de una emergencia de salud pública de carácter mundial” y, en opinión de López Acuña es “importante, pero todavía débil”, pues “no supera la limitación de las soberanías nacionales” y “no se percibe como un mecanismo de gobernanza mundial para poder intervenir”, remarca el experto.
Después de la pandemia y del informe del grupo independiente, López Acuña ve necesaria “una profunda revisión del reglamento sanitario internacional” y que las naciones “cedan soberanía a un ente supranacional” para que este pueda intervenir.
Hacia un ‘tratado de pandemias’ común y vinculante
El pasado 29 de noviembre, Tedros Adhanom Ghebreyesus dio un paso al frente al reclamar un ‘tratado de pandemias’ común y jurídicamente vinculante entre los miembros de la OMS para responder a futuras crisis sanitarias, que las habrá. En la Asamblea Mundial de la Salud, el director general citó la falta de intercambio de información, datos, equipos de protección, vacunas, tecnología y conocimientos técnicos como uno de los principales responsables en el fracaso de la gestión de la pandemia. “El tejido del multilateralismo se ha deshilachado”, afirmó el doctor Tedros, que llamó a una “unión de naciones” para evitar los errores de estos dos últimos años de cara a la próxima amenaza pandémica.
En ese encuentro, la OMS recibió el respaldo unánime de los países miembros para ese futuro acuerdo, que empezará a negociarse en 2022 y espera estar listo para 2024.
El epidemiólogo Daniel López Acuña celebra que se den pasos adelante. “Creo que la OMS puede y debe adoptar un mayor liderazgo y capacidad de convocatoria. Esta pandemia ha demostrado que le ha faltado un poco de enjundia”, sostiene. La clave, más allá del liderazgo, es que este organismo multilateral mejore su “arquitectura”, tumbe ciertos “límites estructurales” y haga vinculantes sus decisiones más importantes para que los países “cumplan”.
Hasta ahora, dos tercios del presupuesto de la OMS se cubren con contribuciones voluntarias de los países, que pueden elegir si financian un área de salud en particular, lo cual también ha sido cuestionado. “Desde el punto de vista del norte global, puede parecer que la OMS no funciona o no sirve para nada, pero porque no necesitamos de sus recursos como tal”, reconoce Mario Fontán.
“Debemos tener claro que la OMS es una organización más técnica, de asesoría y de puesta en común de recomendaciones y planes que normalmente suelen implementarse en países con menos recursos, donde más pueden tener impacto sus programas para mejorar la salud, promocionarla y prevenir”, apunta Fontán. La OMS “tampoco estaba pensada exclusivamente para un contexto de pandemia”, recuerda el epidemiólogo. “El suyo es un trabajo mucho más larvado en los territorios, que también hay que poner en valor”.