Paloma Sánchez-Garnica: "Tendemos a pensar que los males del pasado no nos pueden pasar"
Entrevista con la finalista del Premio Planeta con 'Últimos días en Berlín'.
Cuando Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) vio que abrían la plica del finalista del Premio Planeta, galardón con el que se alzó el 15 de octubre por Últimos días en Berlín, agarró la mano de su marido y se dijo a sí misma: “Paloma, disfrútalo”. Le dio un beso y en el camino al escenario se encontró “con los brazos de Dolores Redondo, con las manos de Javier Sierra, María Dueñas, Eva García Sáenz de Urturi, Marta Robles... ¡Me sentí tan entre amigos!”, rememora en una charla con El HuffPost.
Vivió el momento “de manera muy consciente” y procurando saborearlo. Ahora, unas semanas después y con la novela recién aterrizada en las librerías, destaca que aparte del reconocimiento, ser finalista del Planeta “es una forma de hacer más lectores” que de otra manera quizá no iban a llegar a su obra.
No es una recién llegada, ésta es ya su octava novela y, como puntualiza, no es histórica: “Yo no trato un hecho histórico o un personaje histórico como centro de la novela y luego hago la ficción a su alrededor; elijo una época, los años 30, y a partir de ahí asiento a mis personajes, personajes de a pie de calle, cuyas decisiones no afectan más que a su entorno y cómo gestionan sus vidas con minúscula. No trato el hecho histórico con mayúscula”.
Según sus propias palabras, de lo que trata Últimos días en Berlín es “de las consecuencias que provocan los totalitarismos en la vida cotidiana, de cómo la historia influye en el individuo. Es una novela que trata de aquellos a quienes se les hurta el derecho a vivir una vida mejor, a quienes se coarta su capacidad de pensar, de actuar en libertad”.
Por ese motivo, el lector se va a encontrar “miedo, delación, injusticia, impunidad, hambre, responsabilidad diluida, complicidad femenina, resignación...” pero, sobre todo “una gran historia de amor y amistad” y de ese sentimiento “que otorga la fuerza suficiente para sobrevivir y la valentía para enfrentar e, incluso, sobrevivir a la muerte”.
Berlín, que es uno de los escenarios de esta novela, también lo era de la anterior, La sospecha de Sofía. Para la autora, es una “ciudad mítica en la Europa del siglo XX” que, pese a los graves sucesos que ha vivido, ha sido capaz de reconstruirse a sí misma “una y otra vez”, algo que le parece “admirable”. Berlín también le toca de cerca en lo personal: “Tuve la fortuna de estar en el Berlín Occidental y pasar al Oriental 40 días antes de la caída del Muro. Ver esos dos contrastes de una misma ciudad me impactó muchísimo. En esa época no pensábamos que el Muro pudiera caer como cayó”.
Para Sánchez-Garnica, el reto fue escribir sobre el Moscú estalinista. Del nazismo “se ha escrito mucho” y existen numerosos diarios de gente anónima, pero, como lamenta, “de Rusia es todo más opaco, siempre lo ha sido”. “Me esmeré mucho más en la documentación para, primero, aprender, para entender y luego saber reflejarlo en los personajes del libro”, subraya. Así, ha leído mucho, desde ensayos a biografías pasando por diarios y, por supuesto, numerosas novelas, entre las que cita Las benévolas (Jonathan Littell), La octava vida (Nino Haratischwili), El mundo de ayer (Stefan Schweiz) o El hombre en busca de sentido (Viktor Frankl). En su opinión, “la ficción es un instrumento muy adecuado para entender la vida a pie de calle”.
La escritora, que desde ese atril la noche de los Planeta alertó de que no estamos libres de las tragedias del pasado, recuerda la célebre frase de Primo Levi sobre el Holocausto ‘Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir’. Por tanto, “el peligro siempre existe” por lo que “no debemos bajar la guardia”: “Tendemos a pensar, por vivir en un estado de derecho, sobre todo las generaciones que hemos vivido en paz, que los males del pasado no nos pueden pasar. Y tal vez no ocurran de la misma forma o con los mismos medios, pero sí con los mismos resultados”.
Sobre esa necesidad de “estar alerta”, pone en valor el papel de la literatura como “un instrumento muy válido para que seamos una sociedad con criterio, con opinión, difícilmente manipulable, con capacidad de plantar cara al poder que quiera comerse al estado de derecho”.
En la novela también trata cómo los totalitarismos transforman “con un proselitismo muy bien estructurado e institucionalizado, sobre todo a los más jóvenes” en monstruos. “Cuando alguien tiene miedo o tiene hambre, todos sus principios morales, todas sus ideas, conmiseración, decaen, porque la supervivencia muchas veces te hace pisotear tus propios principios”, reflexiona. En Últimos días en Berlín reivindica además “el silencio tan humillante” de las mujeres que fueron convertidas en botín de guerra.
El libro ha salido a la venta a la par que la de los ganadores del Premio Planeta, los tres guionistas (Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz) tras el pseudónimo Carmen Mola, La Bestia, que para ella es “un novelón”. Reconoce que se rumoreaba que podía tratarse de un hombre, pero le sorprendió descubrir que eran tres.
La polémica sobre el pseudónimo, que despertó un gran debate, la ha vivido “con un poco de sorpresa” y le parece “desmesurada”: “Son tres hombres que en un momento determinado se sientan, hacen una novela conjunta, y dicen ’no podemos firmarla los tres porque no nos va a querer nadie, vamos a buscar un pseudónimo. No hay tres hombres detrás de un pseudónimo de una mujer. Hemos reivindicado las mujeres que se nos reconozca como tal, ahora no cambiemos las tornas”.
Cree que toda polémica es buena y que los tres lo llevan “con mucho humor, saben muy bien el terreno que pisan y saben cuál es su verdad”: “La polémica es ahora, estos 15 días, pero ya a partir de ahora serán los lectores los que digan ‘Carmen Mola y la historia de La Bestia merece la pena o no merece la pena’. Ya te digo que sí. Eso es lo importante, los lectores y su criterio”.