Palabras y colores desalmados
Es necesario llevar al Congreso de los Diputados una propuesta que incluya como delito la apología y exaltación del franquismo.
Esta es la historia de un secuestro. La extrema derecha ha conseguido apoderarse de la bandera del país y, por el camino, incluso ha intentado ahuecar el significado de algunas palabras que le arrinconan.
En 2013 se pronunciaba la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, vinculando a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), liderada por Ada Colau, con grupos proetarras. Durante aquel tiempo, también la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, se refirió a las protestas de la plataforma como ‘nazismo puro’.
El 6 de junio de 2013, el Parlamento Europeo concedía a la PAH el Premio Ciudadano Europeo 2013. Un escándalo según el Partido Popular, sin embargo, el escándalo fue el sustentado por aquellos que intentaron modificar el verdadero significado de las palabras, asimilándolas a situaciones o hechos que no las representaban. Otro ejemplo -de los muchos a los que hemos asistido en estos años-, en 2017 el presidente de la Xunta, Feijóo, calificaba de “fascistas” las protestas en Barcelona y Baleares contra la gentrificación.
Ahora, esos que llamaban nazis o fascistas a un conjunto de personas que simplemente reclamaban justicia social, se han impuesto retorcer aún más las palabras: el siguiente nivel ha sido hacernos creer que aquellos que votan a políticos y partidos fascistas no son fascistas. Las editoriales y los artículos de opinión de los últimos meses en diferentes medios han sido de una deriva execrable en este sentido. El blanqueo a la ultraderecha ha tocado un techo ruborizante; Atresmedia llegó a invitar a su líder político a un programa de entretenimiento en horario de máxima audiencia.
Estos grupos políticos y medios de comunicación, además de estar aferrados a desarticular el poder de las palabras, también centran sus esfuerzos en adueñarse de los símbolos nacionales. De esta forma, un patriota con ideas progresistas no es un auténtico patriota, puesto que la extrema derecha cree representar a la única España posible, la verdadera, la de la bandera.
Actualmente, en todo el mundo se están produciendo protestas contra el actual estado de confinamiento, en algunos casos, arengadas por partidos de ultraderecha. En España, las caceroladas tienen un carácter ideológico, basado en conjeturas sobre la crisis sanitaria, la libertad de expresión o teorías conspiratorias. Curiosamente, aquellos que se quejaban de que el presidente Sánchez actuó tarde en decretar el confinamiento, ahora le acusan de seguir en esta situación. La contradicción como emblema con tal de intentar derrocar al Gobierno.
Qué difícil se antoja discernir el significado real de la bandera del uso fascista que le otorgan estos manifestantes. Nadie con criterio democrático querría una bandera que le equiparase con una conspiranoica ni con un irresponsable que se salta las reglas del distanciamiento social en mitad de una pandemia global.
El politólogo estadounidense Francis Fukuyama reflexionaba en su ensayo Identidad: la demanda de la dignidad y las políticas de resentimiento sobre cómo un porcentaje de la clase media se ha ido a la derecha porque no ha visto representado su sentimiento nacional de clan: ‘la izquierda ha permitido a la derecha capturar el patriotismo y la identidad nacional’. En parte, porque las políticas reformistas han dado voz a minorías, provocando que otros ciudadanos se hayan sentido amenazados.
Recuperar la bandera es una cuestión de justicia poética, pero ¿cómo hacerlo? Para reivindicarla nos están abocando a usar la bandera en cualquier acto que no necesitaría de su presencia. Caer en el ridículo de aquel aficionado al fútbol que lleva la bandera de España al estadio para presenciar un partido de la Liga española. ¿A qué equipo anima exactamente con esa bandera en un Real Betis - Real Madrid por ejemplo? ¿A la LFP?
No deberíamos llegar a ese dislate escénico en el que para recuperar la esencia de un símbolo lo tuviéramos que portar a manifestaciones en favor de la sanidad pública o en contra de la violencia machista. No habría necesidad, pero quizás sea la única forma de sentir que también nos pertenece y de arrebatarle su actual concepción fascista.
Quizás hubiera sido más fácil superar esta disfunción sentimental con nuestros colores si Franco hubiese terminado como Mussolini en la plaza de Loreto de Milán. Es posible que de ese modo entendiéramos rebasado por completo aquel tránsito negro que supuso la represión franquista y su relación con la roja y gualda. Un auténtico romper con el pasado que nos sirviese para distinguir claramente a un régimen de otro.
Hay una sensación implícita en todo este asunto que huele a naftalina y provoca repudia. A esto se le suma que en las caceroladas de estos días también aparecen de forma habitual algunas banderas de España que lucen el Águila de San Juan impunemente. Es necesario llevar al Congreso de los Diputados una propuesta que incluya como delito la apología y exaltación del franquismo. Esta acción supondría dar los pasos adecuados hacia una reconciliación con la bandera actual.
De momento, me identifico con la bandera que subió a su Instagram el diseñador gráfico Villabrille. Ojalá no reste mucho para que la bandera de España sea representativa de los pensamientos demócratas únicamente.