Pablo Casado y la piel de oso
El líder del PP, el cada vez más ‘emérito’ Pablo Casado, parece que puede caer bajo la maldición del que se quiere poner la piel del oso antes de cazarlo. Del Oso y el Madroño, exactamente. La suma de las dos derechas y la extrema derecha, que se aplicó en Andalucía para descabalgar a Susana Díaz, no tiene por qué ser extrapolable el resto de las corporaciones e instituciones españolas; al menos no tiene pinta de que sea así. Todo depende de lo que depende todo, en última instancia: de las circunstancias. Y tras la noche electoral del 26M lo único inamovible son los resultados al terminar el recuento al 100%. Eso es lo real; lo demás, como diría el Segismundo encadenado, es una ilusión, un sueño, una ficción.
Lo cierto es que al día siguiente, nada de lo que se daba por cerrado lo estaba. Tras una primera página, siempre a la mañana siguiente hay otra, y luego otra, y así sine die.
La fórmula de que la derecha europeísta, y sobre todo, la liberal y centrista, abra la puerta de la política institucional, del poder de los boletines oficiales, a la extrema derecha suscitó de inmediato la alarma en los partidos liberales de la UE. Y no solo de ellos: el franco-catalán Manuel Valls condena con dureza que Ciudadanos dé alas a la tropa de Abascal; el presidente francés, Emmanuel Macron, invitó a cenar en El Eliseo al presidente Pedro Sánchez al día siguiente, y ese fue uno de los temas de la conversación, según han dicho algunas fuentes: una alianza contra la extrema derecha europea. Él siente el aliento en el cogote de Marine le Pen.
Casi acto seguido, el PSOE enfría las expectativas de un pacto con Podemos y paran las carantoñas a Pablo Iglesias. Ábalos pide grandeza de miras a Ciudadanos, y estos parecen haber encontrado una fórmula magistral al almirez que elimina el ‘cordón sanitario’ al PSOE de Sánchez.
Nada pues está cerrado en Madrid. Ni en Madrid ni en el resto de la ‘España plural’ y tantas veces sorprendente. En Barcelona empieza a no descartarse una extraña coalición –nada de extraña, por otra parte– para apear de la alcaldía aún virtual a Ernest Maragall, hermano de Pasqual, el mítico alcalde socialista, actualmente aquejado del mal de alzheimer. ¿Y si Ciudadanos, para recuperar el centrismo y la centralidad táctica, apoyara a Ángel Gabilondo a la Comunidad de Madrid? Por supuesto, a cambio de algo ‘interesante’, quizás, quizás, quizás, hasta el apoyo sanchista a Villacís para alcaldesa.
El presidente del PP, una vez más, habla sin pensar dos veces lo que va a decir: el lunes declaraba que aceptaría los votos de Ciudadanos y de Vox pero sin exigencias. Los de Abascal le recordaron de inmediato que la vida es bella, pero no siempre. En realidad, salvo periodos que son paréntesis en la normalidad, la vida es dura, muy dura. Y nada es lo que parece. Hay una frase abascaliana que es todo un mal presagio y a la que se le ha dado poca importancia. Un tuit apresuradamente triunfalista sobre la ‘batalla de Madrid’ que decía: “Hemos pasao”. Réplica a destiempo del famoso “No pasarán”. Pedro Piqueras en Tele 5 apostilló con tino: “Como si no estuviéramos ya en el siglo XXI”. Y es que no lo están. Están en los años 30 del XX. ¿Ven? Ese es el peligro. Se han descubierto ellos solitos.
¿Puede Albert Rivera fiar la reputación de la ‘marca Ciudadanos’ a algo que parece un pacto con Vox por la aplicación del principio de que el animal que tiene pico como los patos, camina como los patos, nada mal como los patos y hace cuá cuá como los patos, lo más probable es que sea en efecto un pato?
Muchos votantes de Vox, que llegaron a ese voto por puro cabreo contra los partidos tradicionales, niegan con vehemencia la mayor: Vox no es un partido fascista, aunque muchas veces lo parezca; tampoco es un partido de extrema derecha, aunque el resto de lo partidos de extrema derecha lo consideren uno de ellos; tampoco hay peligro en esos partidos europeos que el italiano Salvini quiere organizar en una ‘internacional’…
Pero el peligro verdadero, el que ha puesto en alerta a los demócratas europeos, de derecha, centro e izquierda, no está en el animal considerado aisladamente; está en la manada, en la jauría. Los ciudadanos que viven en una democracia están acostumbrados a que una cosa sea la dialéctica en la oposición, la retórica política, y otra la gobernación. El poder cambia, ‘institucionaliza’ el comportamiento. Lo atempera.
Sin embargo, las experiencias de Orban en Hungría, los actos de Salvini en Italia, los recortes de las libertades y la intromisión del gobierno en el nombramiento de los jueces, sometidos a una inadmisible purga, condenada con dureza por la UE… no auguran días de vino y rosas.
Yo vivía en los 80 en una de las primeras urbanizaciones de adosados que se construyó en Canarias. Lo primero que solíamos hacer al llegar era conseguir un perro. Uno de mis vecinos tenía un pastor alemán que parecía buena gente, con perdón –pero hay que ser políticamente correcto con lo animalistas, que algo se les pega a algunos–. Una tarde en que salía a pasear a mi hija, de un par de años, en su sillita con ruedas, nos rodeó un jauría, en la que estaban esos y otros, tanto mascotas como asilvestrados. Aún tengo la cicatriz de la mordida de uno de ellos en mi antebrazo derecho, cuando intentaba de evitar que mordieran a la niña, que lloraba y gritaba de terror, antes de que vinieran en nuestra ayuda. A partir de ahí me acostumbré a llevar bastón en los paseos.
Las urnas han hablado… Pero como Dios, escriben derecho con renglones torcidos. La coherencia es una virtud en política; pero la coherencia no consiste solamente en ser coherente con lo último que se dice. Además, está otro factor que entra en el cálculo de probabilidades que es la conveniencia. Solo a veces ambos ingredientes coinciden.
Hasta las investiduras o juramentos de los cargos esto va, como dicen que decía el Cholo Simeone, ‘partido a partido’ (y no parida a parida).
O sea, que todo lo que en la noche del 26M estaba cerrado, de repente, solo unas horas después, se ha entreabierto. Si el nuevo timonel popular no consigue fraguar el pacto de perdedores y hacerse con el ayuntamiento de la capital de España y con la Comunidad de Madrid, entraría en pérdida.
La capital: Sánchez hará todo lo posible, y hasta el doble, por asegurarse este bastión, y vengar el ‘Tamayazo’ de Esperanza Aguirre en 2003. El PSOE ofrecerá las mayores compensaciones a Albert Rivera.
En el juego pueden entrar todos los ayuntamientos, cabildos (en Canarias) y gobiernos regionales. Aunque se rechace la expresión común ‘intercambio de cromos’ por poco elegante, o lo que ustedes quieran, es metáfora válida.
Para evitar frustraciones desde tiempos antiguos se aconseja ‘no ponerse la piel del oso antes de cazarlo’.
Quien ha quedado descolgado provisionalmente al menos, de esta fase negociadora es Pablo Iglesias, que parece no haber aprendido nada de sus continuos fracasos. Solo la coleta y los vaqueros no hacen a un político diferente a los demás, ni más independiente, ni más honorable, ni más nada.
El caudillaje del matrimonio Iglesias-Montero ha llevado al fracaso a la operación Podemos, que muchos consideraban producto de mentes brillantes y otros de mentes enfebrecidas negadas a la evidencia y a las enseñanzas de la experiencia.
Bescansa, Monedero, y otros muchos, presintieron el desastre. Y como decía Paracelso, ‘el veneno es la dosis’ (y a veces la diócesis, pero eso toca otro día).
O sea, atentos que hay movida, incluso en Canarias.
Como me decía un viejo socialista que aún recuerda la traición al presidente Saavedra en mayo de 1993, (el vicepresidente le puso una moción de censura al presidente) que dio origen al germen de Coalición Canaria, que ha gobernado ininterrumpidamente hasta la fecha, ¡26 años!, aliándose ora con el PP, ora con el PSOE: “Nosotros hemos demostrado que no somos rencorosos, pero quien nos la hace, la debe pagar… antes o después”.
Qué vértigo…