Os hablo a vosotros, ¿no pensáis decir nada?
Vosotros también sois víctimas de los estereotipos.
Encontramos estereotipos de género a diario en todos los ámbitos de nuestra vida y sí, a menos que hagamos la tan necesaria desconstrucción, terminan por demarcarnos espacios y acciones y gustos y demás comportamientos en sociedad.
El asunto es que nosotras ya sabemos bastante de eso, pero ¿y vosotros qué, no pensáis hacer nada por los que os encasillan a vosotros? Vosotros también sois víctimas de los estereotipos.
No hay una sola semana en la que, navegando por las redes, no nos salte una foto, meme, titular o cualquier tipo de contenido cargado de estereotipos.
Ya sabemos (y quien a estas alturas no lo tenga claro, es porque no quiere) qué tipo de estereotipos se nos ha impuesto a las mujeres, esos que las feministas abogamos por erradicar.
A nosotras históricamente nos han colgado el “sanbenito” de frágiles, dóciles, dependientes, sumisas, etc. Es decir, todo aquello que tiene que ver con lo que socialmente se asume como inestabilidad emocional, inútiles y/o bobaliconas. Además de situarnos como bonitos elementos decorativos o acompañamiento, eso que no se nos olvide.
Pero ojo, que esto de los estereotipos depende de los intereses que haya de por medio. Porque de pronto, y según convenga, también podemos ser malas malísimas, perversas, envidiosas y maquiavélicas. Súper listas para joderle la vida a quien se nos dé la gana o incluso asesinas como una vil viuda negra.
Otras veces somos como cotorras que no paramos de hablar y cacarear, como una forma de resaltar que lo que decimos no tiene importancia, porque al final lo decimos nosotras. Ojo, que, si aparece un señor después repitiendo lo mismo, de pronto la idea aparece como perfectamente válida y útil –de eso podemos hablar largo y tendido–.
Sin embargo, el tema que traigo hoy aquí tiene que ver con la otra parte de este perverso sistema de los estereotipos de género que, si bien a nosotras nos ha tenido jodidas por los siglos de los siglos, a vosotros, hombres, no os deja en un lugar, digamos, que muy digno.
Déjenme mostrarles un ejemplo.
Este fin de semana andaba rulando por mi timeline de Twitter una foto de la entrada de los baños de un restaurante. En la imagen veíamos la puerta de un baño con un cartel y la palabra “bla” repetida en una frase como “bla, bla, bla, bla”, mientras que en la otra puerta aparecía un solo “bla”.
Parecería obvio, según el imaginario colectivo, que el baño de las mujeres es el que tiene muchos “bla, bla, bla”, porque por supuesto “nosotras somos muy charlatanas”.
Vosotros, sin embargo, sois los del único “bla”. Los de la monosílaba.
Ante estas cosas, pasada la primera reacción estereotípica, yo me pregunto si no os dais cuenta de la otra cara del estereotipo. Es decir, queridísimos hombres: ¿en qué posición os coloca eso a vosotros?
A ver, quien me diga a estas alturas que los hombres hablan poco, es que acaba de salir de las cavernas o regresa de un viaje en el tiempo.
Pero el tema no es que se trate o no de un estereotipo erróneo, es que el monosílabo os coloca como trogloditas, poco más o menos. Como si vuestra comunicación fuese únicamente a base de monosílabos, que no habláis. En definitiva, que no conocéis la importancia de la comunicación.
Vale que hombres trogloditas y de comunicación monosilábica haberlos, “haylos”, pero también es cierto que cada vez menos. O al menos eso me gusta pensar.
Cuando hablamos de abolir los estereotipos asignados a los géneros, hablamos de conseguir quitarnos de encima esas pesadas losas que nos imponían cómo debíamos comportarnos, sentirnos, crearnos.
En vuestro caso, los estereotipos os han impedido, por ejemplo, expresar con tranquilidad vuestras emociones o entender y vivir con normalidad el hecho de una sociedad donde las mujeres también somos proveedoras de recursos en nuestras familias… que os estamos quitando ese peso de encima, a pesar que os resulte incomprensible.
Del asunto de las condiciones en las que se realizan dichos trabajos y tal, no vamos a hablar ahora. Eso de este sistema perverso, fruto del paradigma neoliberal y sus ineficiencias ya lo comentaremos en su momento.
Pero volviendo al tema en el que estamos, a nosotras se nos han asignado una serie de imposiciones sobre nuestros cuerpos. Imposiciones que han ido variando a lo largo de los siglos; que si gorditas y con celulitis, que si famélicas; que si blancas tirando a transparentes o bronceadas cual “brownie” salido del horno. Que si voluptuosas, que si no; y así una enorme lista de requerimientos.
Pero, ¿os habéis fijado en los que os están metiendo a vosotros? Superado ya el horrible término “metrosexual”, las imposiciones estéticas os están condicionando. Cada vez más, y ojo, no estoy diciendo que cuidarse no sea importante para todas y todos. Gozar de una buena salud y por ende un cuerpo saludable que funcione bien es clave, pero esa obsesión con una u otra forma, es insana y ahí, queridos, estáis cayendo, y bien.
Me resulta muy retorcido oír a chavales jóvenes diciendo que es “asqueroso un hombre sin depilar”, y se quedan tan panchos, como quien no sabe lo que le espera.
Así pues, queridos amigos, hay que aprender a ser más rápidos y listos con este tema; porque la misma risa que os arranca el “bla, bla, bla, bla” con el que identificáis a las mujeres, os condena al monosilabismo del “bla”. Os hace dar pasos atrás.
Los estereotipos de género, que han construido y siguen construyendo lo que se supone debe ser un hombre o una mujer tienen siempre dos caras, como una moneda. Nunca lo olvidemos cuando los tengamos identificados.
Es por todo esto que cuando decimos que el feminismo, con su denuncia de las desigualdades, el sexismo y los estereotipos mejora la vida de todas y todos, hablamos también de mejorar vuestras vidas, rompiendo también vuestros moldes.
Esto es simple, no se trata de un “venid a defendernos de la opresión de los estereotipos, aliados nuestros”, que ya sabéis lo que pienso de lo que tenéis aliado y el patriarcado, y además que nosotras sabemos cómo defendernos; se trata más de un ¿y de lo vuestros estereotipos qué? que al final estos nos van afectando en general, no a todos por igual, pero imposibilitan el camino a la igualdad.