Nuestro 8-M
Un día tan emocionante tiene siempre un trasfondo de tristeza, marcado especialmente estos días por la terrorífica guerra en Ucrania y el sufrimiento de miles de mujeres y niñas.
Cada 9 de marzo, después del empacho, me invade la misma sensación extraña, ese sabor agridulce que mezcla la alegría del recuerdo de un día de reivindicación y pelea con la resaca con la que siempre golpea la realidad.
Es innegable que ver a miles de personas manifestándose el 8 de marzo para defendernos, para pelear por todos y cada uno de nuestros derechos, es francamente emocionante. Las calles inundadas de morado, de cánticos y carteles que defienden la igualdad y un mundo más justo por y para todas, encierra una magia indescriptible, que cada ciudadano debiera vivir en primera persona.
Pero también es cierto que un día tan emocionante tiene siempre un trasfondo de tristeza, que va a más el día después. Porque es una fecha para hacer balance y no queda otra que recopilar las tremendas injusticias que, en pleno siglo XXI, siguen padeciendo las mujeres. Al alcance de todos -hola, Vox- están las dramáticas cifras que secundan esta afirmación: los hombres cobran de media 5.200 euros más que las mujeres y la desigualdad salarial engloba hasta las pensiones, somos nosotras quienes soportamos la mayoría de las tareas de cuidados familiares, con lo que ello conlleva: carga mental, abandono de los trabajos o consecuencias psicológicas y emocionales. La pandemia del coronavirus ha ahondado más esta brecha, abocando a miles de mujeres a un duro presente y un desolador futuro.
Qué decir de la violencia que sufre nuestro género: una de cada cuatro mujeres en el mundo ha sufrido agresiones físicas o sexuales por parte de su pareja en algún momento de su vida, según la OMS. En lo que va de año, en España, ya son seis las víctimas mortales de violencia de género. En 2021 fueron 44 las mujeres asesinadas. Es insostenible, desgarrador.
En un día como el de hoy es imposible no acordarse también de las mujeres que padecen la crueldad de la guerra. La larga lista de guerras y conflictos activos en el mundo acaba ampliarse de la mano de la barbarie que está perpetrando el presidente ruso, Vladimir Putin, en Ucrania. Es imposible no quedarse desolado viendo las imágenes de mujeres huyendo de las bombas con sus bebés en brazos o de las que tienen que dar a luz refugiándose de los ataques, de madres desconsoladas que lloran sus pérdidas pero tienen que seguir adelante para lograr que sus hijos sobrevivan. Son precisamente esas imágenes las que, como recoge Amnistía Internacional en su informe anual, hacen hincapié en lo que “representa el conflicto y la crisis humanitaria para las mujeres y los niños y las niñas”. Son ellas, las mujeres y las niñas atrapadas en el conflicto en Ucrania, las que se suman ahora a los millones que sufren el inexorable coste humano del conflicto armado desde Siria hasta Yemen, pasando por Afganistán y mucho más allá.
Y mientras escribo esto pienso en mis hijas. En cómo serán sus 8-M.
Yo he tenido la suerte de criarme en una familia que jamás me han puesto ni un sólo límite; que han potenciado que hiciera lo que quisiera hacer. Mi madre me demostró, desde bien pequeña, que tenía que pelear por las mismas opciones que cualquiera. “Una habitación propia”, de Virginia Woolf, fue una de las innumerables obras de teatro que vimos juntas, pero de las que más me ha marcado y de las que mejor recuerdo guardo por todo el significado que encierra la obra y el hecho de que me llevara a verla. “Tenía el mismo espíritu de aventura, la misma imaginación, las mismas ansias de ver el mundo que él. Pero no la mandaron a la escuela”, describe a Judith, “la hermana de Shakespeare”. Y así se han sentido, se sienten, y se sentirán desgraciadamente miles y miles de mujeres en el mundo.
Afortunadamente, días como el de hoy seguirán encauzando lo que se ha logrado hasta ahora: un movimiento feminista global, capaz como ha sido de remover hasta las entrañas del Estado y conseguir avances a nivel legislativo y ejecutivo e incluso sociales.
Así, espero que los 8-M de mis hijas sean una auténtica celebración. Con este deseo, y parafraseando a mi abuela, cierro estas líneas diciendo a todas las niñas y mujeres del mundo… “Para vosotras, la vida”. Yo se lo recordaré a diario a mis hijas.