Nos enamoramos durante la pandemia. ¿Tiene futuro nuestra relación en el “mundo real”?
Ninguno de los dos se descargó la aplicación con la intención de empezar una relación, pero ambos sentimos que merecía la pena conocernos mejor.
“Cuando estoy borracho me pongo a hacer volteretas laterales”.
Mis cejas se alzaron y miré con suspicacia al hombre de carácter tranquilo y de mediana edad con el que llevaba 13 meses saliendo. En respuesta a mi incredulidad, se puso de pie e hizo una voltereta lateral. Y, bueno, digamos que no lo hizo del todo mal.
Aplaudí su agilidad y anoté mentalmente “hace trucos cuando se emborracha” a la lista de cosas que debería saber sobre él, pero que no sabía aún, porque empezamos a salir al inicio de la pandemia y solo hemos conocido una versión de nuestras vidas.
Evan y yo nos conocimos a través de la aplicación Hinge en las primeras semanas de pandemia. Entre el nuevo virus, el estrés de ser madre soltera sin una comunidad en la que apoyarme y las dos copas de vino que me tomé, me animé a ponerle fin a la prohibición autoimpuesta de utilizar aplicaciones para ligar. El plan era distraerme. Encontrar a otro padre soltero con quien compadecernos juntos. Recordar que hay todo un mundo más allá de mis cuatro paredes y mis hijos.
Nada más.
Nos conocimos por la aplicación. Empezamos a hablar. Le informé de forma poco elegante de que era una viuda con dos hijos y esperé para ver si desaparecía al enterarse, pero no lo hizo.
Después de varios días hablando por chat y por teléfono, me propuso ir a dar un paseo respetando las distancias. Ninguno de los dos se había descargado la aplicación durante la pandemia con la intención de empezar una relación, pero ambos sentimos que merecía la pena conocernos mejor. No podíamos arriesgarnos a no intentarlo.
Pasamos varias semanas dando paseos o haciendo rutas en bici a dos metros de distancia y poco a poco acabamos tomando copas de vino en mi jardín, sentados también a dos metros.
La primera ola empezó a remitir, pero estaba claro que el virus no se iba a ir de la noche a la mañana. Ni la necesidad de mantener la distancia interpersonal. Si esta relación seguía para adelante, íbamos a tener que formar una burbuja.
Y eso hicimos.
Empezamos a introducir abrazos de despedida en nuestras quedadas. Por culpa de la pandemia, un gesto tan simple como un abrazo tenía un peso similar a irte a vivir con tu pareja en circunstancias normales. Con ese abrazo, habíamos decidido que estábamos en el mismo barco, con nuestros destinos ligados. Bueno, quizás me haya pasado de dramática: nuestros destinos quedaban ligados durante los siguientes 14 días.
Trece meses después, nuestra relación en plena pandemia sigue navegando lenta y tranquilamente, sin contratiempos. Hemos hablado sobre política, la muerte y el divorcio. Hemos compartido nuestras esperanzas, sueños y arrepentimientos. Le he contado qué series y películas hacen brotar mis traumas y yo me he sentado en primera fila a escuchar sus dificultades como padre divorciado.
En algún momento de este trayecto, añadimos a nuestros hijos a la ecuación. Por suerte, se llevan muy bien.
Pero aquí viene el quid de la cuestión: todo esto ha sucedido en una burbuja. Para proteger a nuestros hijos y a nosotros mismos del coronavirus, hemos excluido al mundo entero.
No hemos conocido a nuestros respectivos amigos. Nunca hemos ido juntos a un bar. Aún no hemos ido al cine, ni nos hemos ido de vacaciones ni hemos hecho cosas que suelen hacer las parejas que llevan un año juntas. Hasta hace unos días, ni siquiera sabía que le gusta hacer trucos cuando está borracho.
Ninguno de nosotros sabe nada de la otra persona más allá de esta burbuja artificial que creamos juntos.
Lo considero un buen padre y un hombre equilibrado al que le gusta el cine crudo y el Bourbon. Él me conoce como una madre soltera algo despistada que no suele entender las referencias pop de los años 90 y que prefiere leer el final de los libros cuando aún no ha llegado al nudo.
No lo conozco como el hombre que hace volteretas laterales cuando está borracho. Me ha avisado de que es la clase de tío que les lleva la contraria a sus amigos solo para irritarlos, y la verdad es que no me lo imagino así después de haber tenido la paciencia de arreglarme el frigorífico.
Del mismo modo, él tampoco ha visto lo incómoda que puedo llegar a ser yo en situaciones sociales ni conoce el humor negro que suelo utilizar desde que me quedé viuda. Conozco las travesuras que hizo de niño, pero no tengo ni idea de cómo se comporta en una sala llena de desconocidos. (Después de 13 meses, puedo intuirlo, pero solo es eso, una intuición, y muchas veces la gente me sorprende).
Las relaciones constan de dos capas: una interior y una exterior. La interior la forman las dos personas, sus valores y su humor. Es su química. Es el tiempo que pasan juntos en el sofá en chándal o pijama.
La exterior es el funcionamiento de la pareja en lo referente a la familia, los amigos, las obligaciones sociales, los horarios de los hijos, etc. Idealmente, lo que más importa es la capa interior. Siendo realistas, no es así. Ambas capas deben estar en equilibrio.
Durante 13 meses, nos hemos centrado exclusivamente en la capa interior (nosotros dos) y apenas hemos podido rozar la capa exterior (nuestra interacción con el mundo).
Pero eso está a punto de cambiar.
Me gustaría creer que estamos llegando al tramo final de la pandemia gracias a la ciencia. Tanto Evan como yo estamos vacunados, pero nuestros hijos no, y los nuevos casos diagnosticados suben y bajan. Tiene pinta de que este verano será mucho más normal, sea lo que sea normal.
Sus padres van a venir de visita a la ciudad. Mis amigos quieren conocerlo. La vida postpandemia empieza a abrirse paso. Las paredes de nuestra burbuja empiezan a derrumbarse.
Eso significa que nuestra relación de pandemia está a punto de nacer al mundo real. Por lo que aún recuerdo del mundo real, es un lugar ruidoso, complicado y, a menudo, cruel. (O así es como lo recuerdo desde mi perspectiva de viuda).
No puedo evitar pensar en la posibilidad de que Evan y yo no nos gustemos fuera de nuestra burbuja. Quizás él piense que soy muy callada. Quizás yo piense que él es demasiado hostil. Puede que no le caiga bien a sus amigos o que a los míos no les caiga bien él. Como padres trabajadores, tal vez tengamos poco tiempo de calidad para vernos. Cuando nuestros hijos vuelvan a su rutina habitual y tengamos menos tiempo para ver Netflix hasta tarde con una copa de vino en la mano, es posible que nuestra capa interior se debilite y no sea capaz de soportar esa capa externa aún poco desarrollada.
Como si no fuera bastante difícil de por sí, yo soy una viuda joven y Evan es mi primera relación seria desde que falleció mi marido, Matt.
Durante mucho tiempo recorrí este mundo como esposa de Matt, y me encantaba. De repente, me quedé viuda. No sé ser la novia de Evan, ni la novia de nadie. Aparte, la palabra “novia” me suena demasiado juvenil y libre de cargas para una mujer de 38 años viuda por cáncer cerebral y con dos hijos). No tengo ni idea de cómo integrar a un hombre nuevo en mi estilo de vida prepandemia.
Con la pandemia, no tuve que pensar en cómo me sentiría invitando a un nuevo hombre a una barbacoa familiar, porque no había barbacoas. No tuve que presentar a Evan a los amigos que solo me conocen como la esposa (o viuda) de Matt porque no organizábamos quedadas. No tuve que preocuparme en corregir a quienes piensan que Evan es el recambio de Matt y que ya no echo de menos a Matt. Y todo eso me parece importante, no porque quiera que me vean como la pobrecita viuda de Matt, sino porque Matt se merece algo mejor que el olvido.
No me cabe ninguna duda de que crear una burbuja y mantener fuera al resto del mundo fue un privilegio que la mayoría de la gente en mi situación no ha tenido. Doy gracias por haber pasado lo peor de la pandemia con Evan a mi lado.
Pero no sé cómo seguir adelante. Supongo que no hay una respuesta. Nos lanzaremos de cabeza. Entraremos al mundo real. Conoceremos a nuestros padres y amigos. Iremos a restaurantes y veremos si la conducta de la otra persona en público nos hace reír o llorar. Viviremos una vida postpandemia y veremos si nuestra relación lo soporta.
La enfermedad y la muerte de Matt me enseñó que la vida es impredecible. La pandemia confirmó esa enseñanza. Después de la pandemia, lo único que se me ocurre es renunciar a intentar controlar lo que sucede y, simplemente, dejar que suceda.
Quizás encontremos el equilibrio correcto sin esfuerzo. Al fin y al cabo, hemos superado juntos la pandemia. O tal vez no. O puede que le guste mi afición a contar spoilers. Quizás él me enseñe a hacer la voltereta lateral.
Quizás, en vez de acabar la pandemia como novia de Evan o viuda de Matt, decida salir como Elaine, y con eso será suficiente para superar lo que se ponga en mi camino. Nuestro camino.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.