Noruega tiene un enfoque radical sobre la contaminación del plástico, y funciona
El resto del mundo debería hacer lo mismo.
Mientras otros países industrializados lidian con un consumo de plástico altamente problemático, Noruega destaca sobre los demás, reciclando hasta el 97% de los envases gracias a un sistema nacional de depósito de envases.
La idea de que los envases son un préstamo —de que no son algo tuyo— está muy arraigada en el modelo noruego. ¿Y por qué ibas a quererlo cuando puedes cambiarlo por efectivo o con una tarjeta de crédito en tiendas, gasolineras o en alguna de las miles de máquinas expendedoras inversas en lugares públicos, como colegios y supermercados?
Los productores de plástico en Noruega están sujetos a un impuesto ambiental. Cuanto más plástico reciclan, menos impuestos. Casi todos están suscritos al plan de retorno de botellas y latas y, si alcanzan un objetivo de reciclaje común superior al 95%, no pagan nada. Los productores han cumplido ese objetivo de forma común durante los últimos siete años.
El objetivo se alcanza al añadir un valor de depósito —entre 15 y 30 céntimos dependiendo del tamaño— por cada envase de plástico, que se paga al consumidor cuando lo devuelve. Los residuos de plástico de alta calidad que se recogen pueden reciclarse para todo, desde telas hasta envases, incluidas nuevas botellas.
Este simple pero efectivo sistema parecería obvio para Estados Unidos, donde las tasas de reciclado de los envases de plástico han descendido del 37,3% en 1995, hasta el 28% en la actualidad.
No es ningún secreto que Estados Unidos atraviesa una crisis de reciclaje. Desde mediados de los 90, se ha producido una gran aceptación del reciclaje de flujo único en Estados Unidos, por ejemplo: los hogares tiran todo lo supuestamente reciclable en una sola bolsa. Esto es más barato para la eliminación local de desechos y proporciona un gran tonelaje, al tiempo que anima a las personas a deshacerse de cosas que creen que podrían reciclarse.
Por un tiempo funcionó. Las personas que reciclan llevaban los residuos, los clasificaban superficialmente (cada vez más con maquinaria automatizada) y los materiales se vendían en el mercado libre, generalmente en China, donde el 31% del plástico estadounidense se envió el año pasado, según la empresa de cadena de suministro Afflink.
Hasta hace poco, el conflicto comercial de Estados Unidos con China suponía que los bienes de consumo llegaran a los puertos estadounidenses y que los contenedores vacíos podían llenarse con basura plástica a un precio relativamente bajo. Luego vino el espadazo, o mejor dicho, China implementó su plan National Sword para reducir o prohibir las importaciones de ciertos tipos de desechos, y la chatarra de plástico de baja calidad de Estados Unidos y otras economías industrializadas dejaron de ser bienvenidas.
Desde entonces, se han acumulado montañas de material reciclable, incluidos plásticos. En Oregón, Estados Unidos, los procesadores de reciclaje pueden enviar material reciclable a los vertederos. Sacramento y Hooksett han cancelado o reducido significativamente sus programas de reciclaje, obligando a sus residentes a tirar el material reciclable a la basura.
Entonces, ¿la implementación de un plan nacional de depósito de envases como el de Noruega podría restablecer la fe y el orden en el reciclaje estadounidense? ¿Sería posible tal programa?
Dune Ives piensa que sí. Ives es el director ejecutivo de la Lonely Whale Foundation, que utiliza mensajes inteligentes para cambiar el comportamiento y las expectativas con respecto a los plásticos desechables. El mes pasado, la organización ganó muchos puntos cuando su campaña Strawless In Seattle contribuyó a prohibir las pajitas de un solo uso en Seattle.
Aunque Ives asegura que Estados Unidos no ha mantenido un debate nacional de alto nivel sobre la estrategia de depósito de envases, los resultados de una reciente encuesta de Lonely Whale sobre botellas de un solo uso son positivos para los fans del sistema de retorno.
Según Ives, "la gente se sorprendió mucho al descubrir que no se reciclaba todo lo que ellos creían que se estaba reciclando; pero su respuesta fue: 'Vale, entonces, ¿qué puedo hacer para cambiarlo?".
Estados Unidos tiene un buen historial de planes de depósito de envases. La Vermont's bottle bill, promulgada en 1972 como una ley contra la basura, es una de las leyes ambientales más antiguas. Del mismo modo, la de California tiene más de 30 años. Sin embargo, ninguna está teniendo éxito. En los últimos dos años, California ha cerrado casi 1.000 centros donde se podían devolver envases por cinco centavos, es decir, un 40% de ellos.
Las marcas han dedicado décadas y millones de dólares al lobby contra las leyes de envasado, por temor a que un ligero aumento en el costo con la adición de un depósito pueda afectar las ventas. Mientras los legisladores se replantean algún programa de depósito, los lobbies van tomando diferentes formas, haciendo incluso hincapié en la importancia del reciclaje municipal existente.
Esto ha llevado a que algunas compañías manden mensajes como "estamos todos juntos en esto" para promover la responsabilidad del productor. Por ejemplo, la PepsiCo Foundation presentó hace poco la iniciativa All In On Recycling, con la que invierte 10 millones de dólares para facilitar el reciclaje municipal a 25 millones de familias. Según la fundación, es "uno de los regalos públicos más grandes de este tipo".
Pero, ¿no sería mejor invertir en un sistema de retorno o en una forma de reducir el uso de envases de plástico en general?
Por ejemplo, Polymateria, con sede en Londres, está desarrollando plásticos de próxima generación que se biodegradan o se pueden reciclar, dependiendo de dónde terminen. El CEO de Polymateria, Niall Dunne, afirma que muchas marcas de plásticos usan múltiples resinas y aditivos que el sistema no puede manejar, y le dan más importancia al marketing que a las posibles soluciones para cuando los productos de plástico lleguen al final de sus vidas.
Pero no en Noruega, donde mantener las cosas simples ha sido clave, comenta Dunne.
"Escogieron dos resinas de PET y dijeron: 'Estas son con las que se puede trabajar'. Luego cubrieron toda la cadena de valor, todos los municipios, las máquinas y los procesos de reciclaje, y obtuvieron excelentes resultados".
Es difícil imaginar tales restricciones trabajando en Estados Unidos, donde los privilegios del mercado libre son sagrados. Hace poco, la Corte Suprema de Tejas determinó anular la prohibición de bolsas de plástico desechables bajo el argumento de que era ilegal, a pesar de que uno de los jueces del tribunal, Eva Guzmán, escribió en un voto concurrente: "Permitir la existencia de residuos de plástico —bolsas, vasos de poliestireno, botellas de agua y contaminantes similares— y que estos lleguen sin control al medio ambiente conlleva graves consecuencias que no debemos ignorar".
Da la sensación de que eso no pasaría en Noruega.
Este artículofue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Lucía Manchón Mora