¡No te quedes la última!
La moral ante el comportamiento sexual de jóvenes y adolescentes apenas recuerda al de hace cincuenta años, pero el riesgo a ser violada es el mismo.
¡No te quedes la última! es una orden que, en la década de los sesenta y los setenta, daban las madres a sus hijas cuando, formando parte de un grupo de amigas, acudían a las fiestas patronales de pueblos y barrios. Eran verbenas y ferias que solían terminar con un baile hasta bien entrada la medianoche.
Hoy, esa misma recomendación se puede extrapolar a los macro conciertos, los botellones o cualquier otro evento en el que acuden una gran afluencia de personas jóvenes con ganas de divertirse, especialmente en aquellos en los que el alcohol y otro tipo de sustancias están invitados a participar. Evidentemente, la moral ante el comportamiento sexual de jóvenes y adolescentes apenas recuerda al de hace cincuenta años, pero el riesgo a ser violada es el mismo. Una mujer sola, caminando por un lugar poco transitado y mal iluminado, sigue siendo muy vulnerable, especialmente si es adolescente, haya tomado alcohol o no lo haya probado: es un objetivo fácil para “manadas” y para “lobos solitarios”.
Seguramente esta idea está muy lejos de la intención con la que Eugenio Lucas Villaamil pintó en 1885 su Tarde de toros, lluvia. Una obra ambientada en un Madrid castizo, protagonizado por majas y chisperos. Representa una escena de las llamadas “galantes”, en la que el espacio principal lo ocupan dos majas que son “lisonjeadas” por un joven, que parece tener la clara intención de conseguir un favor o ganar su voluntad con una invitación protectora.
Analizando la obra desde un contexto actual, lo primero que llama la atención es el color del vestido, la mantilla, las enaguas y los zapatos de una de las majas, ya que todos esos elementos están pintados en un blanco inmaculado. Como es sabido, el blanco en la cultura occidental simboliza la pureza, por lo que cabe suponer que la protagonista es virgen. Es la muchacha cuya mirada se dirige directamente a quienes puedan contemplar el cuadro.
Toda la acción de la obra se centra en dos puntos, en el acercamiento del chispero y en la maja que, para evitar mancharse de barro, recoge su falda, dejando insinuar su silueta y mostrando el tobillo, es una actitud que, en la época en que está representada, podría ser considerada como una provocación.
Tal y como el título indica, la escena recoge el momento de la salida del público de una plaza de toros, en un ambiente lluvioso que el pintor con unos acertados brochazos, ha representado como charcos de agua, también ha plasmado un cielo grisáceo que amenaza una importante tormenta.
Respecto a la figura del varón, parece fácil descifrar sus pensamientos que no indican propuestas malintencionadas, ni gestos que anuncien una agresión, porque sus modales aparecen amables.
Fabulando sobre lo representado, la historia continuaría de camino a sus respectivas casas con pasos acelerados para resguardarse de la lluvia. En algún lugar las mujeres se separarían y el joven ofrecería su capa a la maja cuya vivienda quedara más alejada, y juntos, con la tarde ya oscurecida, se alejarían por una calle lejos del centro de la ciudad… a partir de ese momento, ojalá no pase nada destacable.
Cientos de mujeres de todos los tiempos han silenciado los abusos y violaciones por no ser estigmatizadas, cuestionadas o directamente acusadas de haber sido las causantes de los hechos y convertirse en el foco de atención de la comunidad. En algunos de los casos, esa mala fama las puede impulsar a abandonar sus pueblos e instalarse en lugares más anónimos, donde la historia no fuese conocida. La falta de formación y recursos económicos las puede volver doblemente vulnerables ante las mafias que se dedican a la trata.
Por otra parte, también es destacable que existen despreciables abusadores y maltratadores, que muestran públicamente sus hazañas como si de una prueba de hombría se tratara, demostrándolo con grabaciones que exhiben a modo de trofeo en redes y canales sociales. Pero puede ser aún peor, ya que existen episodios que han terminado en terribles asesinatos. Cómo olvidar a Diana Quer o a Laura Luelmo, sólo por recordar a dos de las víctimas que han tenido más atención mediática. Los asesinos merecen el más absoluto de los desprecios, desearles que no vuelvan a tener un minuto de sosiego en lo que les reste de vida y que caiga sobre ellos todo el peso de la ley.
“No te quedes la última” indudablemente llevaría implícito un “No vuelvas sola”, “No vengas muy tarde”, “No bebas”, “No seas objetivo de depredadores sexuales”, efectivamente las violaciones y las desapariciones de mujeres ocurren desde la noche de los tiempos, como aún siguen ocurriendo hoy, pero todas las mujeres, con independencia de la edad, se diviertan de la manera que consideren oportuno, sea la hora que sea, caminen por el espacio que les parezca conveniente, tienen derecho a salir y entrar libremente, y las autoridades tienen la obligación de preservar ese derecho y vigilar escrupulosamente para que se cumpla.