No sólo genios
Ninguna de las conductas criticadas a Maradona es exclusiva de él ni de la gente de alto estatus, son muchos los hombres que las llevan a cabo.
Las críticas que desde el feminismo se han hecho sobre Diego Armando Maradona por los episodios que lo relacionan con la violencia de género y los contactos sexuales con chicas que podían ser menores de edad, han generado a su vez una reacción contra quienes cuestionan el recuerdo del jugador, sin pararse a ver cuál es la base de ese cuestionamiento del ídolo.
Los reproches hacia el reconocimiento a Maradona se dirigen al hombre que utilizó su posición para hacer uso de las conductas de poder que la sociedad otorga a los hombres, a todo aquel que lo decida, cada uno dentro de las circunstancias que definen su situación y, por tanto, con formas muy distintas de llevarlas a cabo, pero no son diferentes a lo que el modelo de sociedad androcéntrico facilita a los hombres desde la “normalidad”. Ninguna de las conductas criticadas a Maradona es exclusiva de él ni de la gente de alto estatus, son muchos los hombres que las llevan a cabo con independencia de su nivel económico o situación, aunque lo hagan en escenarios muy diferentes. Lo que hizo Maradona con los pies fue único, pero lo que hizo con las manos no.
Lo que se pone en cuestión es esa normalidad en la que se produce la violencia contra las mujeres, no la excepcionalidad de la grandeza del un hombre o jugador concreto ni su capacidad profesional.
Son muchos los hombres que han cometido delitos o han desarrollado actividades ilícitas desde posiciones de referencia y poder, nadie los ha cuestionado más allá de la crítica o condena a dichos actos. Tampoco nadie ha hablado de claroscuros en sus vidas, todo estaba claro, su función profesional y sus actividades ilícitas.
Con Maradona también ha estado todo claro, como con Harvey Westein, Roman Polanski, Plácido Domingo, Dominique Strauss-Kahn, el reciente escándalo del escritor francés Gabriel Matzneff… sin embargo, cuando nos referimos a la violencia de género con frecuencia se habla de “claroscuros”, no porque no esté todo claro, sino porque se intentan crear zonas de oscuridad donde mantener los episodios de la violencia para no cuestionar al personaje.
De Maradona no se ha cuestionado, en sentido de rechazo a los homenajes, el consumo de drogas, sus comportamientos o sus negocios, lo que se ha cuestionado desde el feminismo son los episodios de violencia de género que han trascendido. Y se cuestionan porque el personaje público no sólo es inseparable de esas conductas en privado, sino porque las ha hecho y se han valorado por parte de la sociedad teniendo en cuenta su condición de personaje público, no como si fuera un ciudadano más.
Porque es ese Maradona al que se admira, a todo él, aunque no se comparta lo que hizo en privado y se ponga el énfasis en lo que fue y significó su carrera como jugador de fútbol. Pero si Maradona sólo hubiera sido un grandísimo jugador, como lo fue Pelé, Johann Cruyff o Alfredo Di Stefano, se le recordaría como se les recuerda a ellos, no como el hombre que fueron, sino como los jugadores que compitieron.
A Maradona se le recuerda del todo, no a trozos, y es en ese todo donde lleva la necesaria crítica a sus conductas respecto a las mujeres. Hacerlo no es un ataque, sino una responsabilidad para que otros hombres vean en él el ejemplo del jugador, no el del hombre, y para que se entienda que la violencia de género se ejerce desde la normalidad que define al hombre que la lleva a cabo, no sobre circunstancias excepcionales ni contextos extraños.
El problema de la violencia de género está en su aceptación bajo argumentos de todo tipo, algo que debemos erradicar. Por eso es necesario que la sociedad sepa que un gran profesional no es incompatible con el hecho de que sea un maltratador, y así evitar caer en la trampa que presenta esas dos situaciones como incompatibles, o en la de justificar una conducta con la otra, como si lo “malo” de la violencia se pudiera compensar con lo “bueno” de los logros profesionales y lo que conllevan. Maradona habría sido el mismo grandísimo jugador sin los episodios de violencia de género conocidos; habría sido el mismo genio sin ese “mal genio”.
Pero nada es casualidad, esta es una de las estrategias del machismo para mantener en vigor su modelo con la violencia contra las mujeres oculta entre las circunstancias. Por eso se intenta separar la violencia de todo lo demás, hasta el punto de afirmar, como vemos con frecuencia, que “un maltratador es un buen padre”, o negar la agresión sexual del caso de La Manada, como se hizo, porque entre los cinco agresores había un soldado y un guardia civil.
Separar la violencia del hombre que la ejerce es mantener la violencia contra las mujeres, y la masculinidad que lleva a muchos hombres a maltratar.