No serán misiles, serán microbios
La primavera más triste amenaza con desembocar en el verano más ardiente y desértico de nuestras vidas recientes.
Nunca es tarde, o casi nunca. La pandemia ha llegado como el enemigo en mitad de la noche, como llegaron los medos a Babilonia, en la profecía de Isaías,
-Cuando estés más descuidado y en lo mejor de la cena, entrarán a decir a tus cortesanos y convidados: Levantaos luego, tomad las armas, que el enemigo está ya dentro de Babilonia.
Creímos que la invasión se contendría en nuestras fronteras, pero no hay fronteras seguras en nuestros días; ahora pensamos que nadie podía haberlo previsto, pero no es cierto, hace ya cinco años que Bill Gates, en pleno brote del ébola avisó:
-Puede que exista un virus con el que las personas infectadas se sientan lo suficientemente bien para subirse a un avión, o ir al supermercado, y eso haría que se extienda por todo el mundo de manera muy rápida.
Y ha terminado pasando, un ataque biológico capaz de destruir millones de vidas en muy poco tiempo; y los gobiernos lo sabían, el aviso más reciente lo formuló la Organización Mundial de la Salud en septiembre de 2019 a través de un informe, A world at risk (Un mundo en riesgo), donde alertaba a los gobiernos del mundo sobre el grave riesgo de sufrir epidemias o pandemias que podrían causar millones de muertes, destruir economías y crear el caos en muchas sociedades.
La recomendación inevitable y lógica, era que los gobiernos del planeta deberían reforzar sus sistemas de salud, a la vista de las pésimas condiciones en las que muchos de ellos se encuentran y dedicar muchos más recursos a la investigación, mejorando los mecanismos nacionales e internacionales de cooperación, comunicación, coordinación al menos, valorando en cada momento los avances, los progresos, los retrocesos.
No era el primer aviso, no fue el único, fueron muchas las voces que reclamaron preservar la biodiversidad, cuidar el planeta, prevenir el contacto con virus desconocidos, no invadir espacios naturales en busca de minerales y petróleo, o para instalar industrias ganaderas o agrarias, destruyendo especies animales y vegetales. Pero seguimos incendiando bosques, deforestando, contaminando, instalando cultivos transgénicos, industrias ganaderas, explotaciones mineras, invadiendo las selvas.
Fueron muchos los que plantearon la necesidad de buscar medicamentos antivirales, tratamientos, terapias de anticuerpos, asegurar su rápida fabricación y almacenaje para contener la pandemia y tratar a las personas afectadas por la enfermedad. Nadie escuchó, o no lo hizo lo suficiente.
En España aún menos, empeñados como estábamos en los recortes de camas hospitalarias, la desertización industrial (que fabriquen los chinos, que investiguen otros, que inventen ellos), la disminución de personal sanitario, la privatización de la sanidad para convertirla en negocio de los fondos de inversión, que devolvían favores en forma de sobornos en maletines y puertas giratorias, que han acabado convirtiendo a consejeros autonómicos en promotores del turismo sanitario en España, o en expertos consultores en eso que llamaron la colaboración público-privada y que no era otra cosa que la entrega de recursos públicos al sector privado, privatización pura y dura. Madrid a la cabeza, ejemplo y aliento de la corrupción de toda España. Aún andan los tribunales desembrollando enmarañadas tramas.
Avisados estábamos: hace un par de años el principal diario escrito de nuestro país dedicaba una serie de artículos a un tema profético, La próxima gran plaga. Uno de los artículos se titulaba, Así será nuestra próxima pandemia global y lo firmaba Simon Parkin, crítico, escritor, periodista colaborador en numerosos medios internacionales, experto en nuevas tecnologías, videojuegos y también en epidemias.
El artículo de Parkin comienza explicando que si un corredor de apuestas tuviera que decidir qué evento apocalíptico sería más probable que borrara a la raza humana de la faz de la Tierra, una pandemia tendría muchas más posibilidades que una revolución de robots, una invasión extraterrestre, la caída de un asteroide o hasta un ataque nuclear.
Lo tiene claro Parkin, lo tienen claro los científicos, los sanitarios y hasta Bill Gates llega a la misma conclusión cuando recuerda su infancia obsesionada por guerras nucleares y de refugios atómicos, para concluir que se equivocaba.
-No serán misiles, serán microbios.
Lejos de aprender de ellos, algunos de nuestros gobernantes autonómicos alientan desconfinamientos rápidos y masivos, cuando no manifestaciones motorizadas de ciudadanos, envueltos en banderas secuestradas y pertrechados de ruidosas cacerolas, empeñados en volver a la fiesta cuanto antes, exigiendo libertad absoluta de movimientos, barra libre y rebajas de impuestos.
Mientras tanto, la mayoría de la ciudadanía mira hacia el Estado, en sus tres versiones (central, autonómica y local) para ver si es posible volver con seguridad al trabajo, cobrar un salario, comer mañana, seguir pagando el alquiler, gastar algo en vacaciones, en los niños, o si los servicios públicos sanitarios, educativos, de empleo o sociales, son capaces de protegernos del desastre, porque la primavera más triste amenaza con desembocar en el verano más ardiente y desértico de nuestras vidas recientes.
O despertamos lo mejor de nosotros mismos, dispuestos a reinventarnos colectivamente, sobre bases económicas y sociales distintas, o no serán misiles, serán el egoísmo, la avaricia, la desidia, el abandono, la miseria humana, los que acabarán la tarea que comenzó el virus.