No se fíen, no son tontos
En estos últimos cuatro años, los que se burlan de la Constitución, no paran de jurarla en vano y de fardar de lo que no son.
Parece que vivimos, tal cual, dentro de un mundo al revés. Una parte de los políticos ha elegido esa famosa canción infantil como himno nacional, a falta de letra reconocida. Ahora, en estos últimos cuatro años, los que se burlan de la Constitución, no paran de jurarla en vano y de fardar de lo que no son, ni de coña. “Somos los constitucionalistas”, dicen incluso quienes no han logrado desprenderse del alma, llena de tics, del franquismo.
Ya lo aconseja el refrán para estos casos: ‘Dime de qué presumes y te diré de qué careces’. El domingo me asustó la ‘primera página’ de la edición digital, quizás sería más exacto decir dactilar, del ABC. ‘Crece la presión sobre el Tribunal Constitucional para que diga si es legal maniatar al Poder Judicial’. Ahí queda eso: es el Gobierno social comunista bolivariano —así deben verlo los herederos de los que le pusieron el ‘Dragon Rapide’ a Franco— el que ‘maniata’ al CGPJ y busca fórmulas legales para deshacer el nudo de la extrema derecha… y no esa derecha recalcitrante que lo ha bloqueado durante cuatro años, procurándose una tramposa y a fuer de ello, ilegítima mayoría.
Y todo este autoengaño, pequeña dosis de veneno mortal, a pesar de que en Bruselas los propios ‘populares’ europeos están avergonzados de sus correligionarios españoles, y no se recatan mucho cuando sale el temita. Ni una sola vez les han dado la razón cuando han ido a la capital comunitaria a quejarse de lo mal que está la democracia española. Ni una sola vez, sino al contrario. Todos sus ‘quejíos’ lastimeros han sido despachados con visible hartazgo y condescendencia.
Pero les preocupa la tendencia. El populismo a la húngara o a la polaca siempre empieza por el intento de neutralizar la independencia de la justicia alegando que esa derecha extralarga es, casualmente, la única garantía de neutralidad, por la gracia de Dios. Había una tintorería en Las Palmas a mediados del siglo XX que tenía este eslogan: ‘Limpia, fija y da esplendor, Tintorería La Mejor’. Un día comprobé entristecido que no, no lo era.
Al Gobierno le quedan pocas salidas, pero le quedan. Una es que la mayoría de investidura se acerque a los tres quintos. “No se olvide usted, que Dios puede hacer milagros pero no imposibles”, me dijo una vez un obispo bastante progresista, pero obispo. Otra, es de mucho calado político: una denuncia al Tribunal de Justicia Europeo contra el núcleo duro de los jueces y contra los dirigentes del PP cuya participación en la operación ‘Al demonio la Constitución, hoy es mi día’ se pueda demostrar.
Es obvio que el Gobierno no puede activar este mecanismo, pues ello sería reconocer un grave fallo de los instrumentos de la democracia, pero sí hay suficientes asociaciones, corporaciones, instituciones, cuya finalidad es precisamente vigilar la salud del sistema. Sin descartar que ante la deriva rebelde de un grupo de obsesos sean el Parlamento Europeo y la Comisión Europea los que hagan a los insumisos una clara advertencia que ni los medios adictos más cerriles puedan desvirtuar. En esta hora en que los fantasmas de los viejos y trágicos populismos y nacionalismos tratan de lavar las sábanas con ‘blanco nuclear’ y sostener que la ‘vieja política’ ya no es moderna, es vital ser rotundos en la defensa de la legalidad y la democracia.
La democracia no puede ser sustituida por una fórmula alternativa. Lo que sí es cierto es que si cambian las circunstancias hay que adaptarse, hay que cambiar, hay que mejorar los mecanismos, pero sin vender el alma al diablo. Pero como decía Upton Sinclair, muy citado últimamente, incluso por Tony Judt en Algo va mal, “es difícil que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda”.
Pero este índice de ofuscación de pronóstico grave que nos envuelve, como una nueva pandemia, pero más visible en sus inicios que las anteriores, se mueve demasiado aprisa y va captando adeptos que ignoran que en realidad son rehenes que pronto se convertirán en víctimas.
La ‘gran crisis’ del 2007-2008 cuyas secuelas se solaparon con la gran crisis de la pandemia, y sin haber acabado, esta se solapó con la gran crisis provocada por la guerra de Putin… han sumido a la humanidad en una situación crítica… en la que proliferan los charlatanes salvapatrias.
La ‘medicina’ que emplearon las derechas ‘liberales’, en Europa representadas dirigidas por Angela Merkel, luego una sincera arrepentida, se cebó sobre las clases medias. En España, el golpetazo fue mayor porque previamente el aznarismo había vaciado, como un huevo sin yema, a empresas públicas rentables y estratégicas como Endesa, vendida a la pública italiana ENEL para hacer ‘caja’ y crear la ficción de un solvente superávit. El concurso de la burbuja hipotecaria con la burbuja inmobiliaria y otras burbujas, incluso mentales, creó las condiciones objetivas para que cundiera la alerta en el FMI, el BM, el BCE y la UE…
El obispo del que hablo líneas arriba, se equivocaba: Dios o quien corresponda a veces hace cosas que parecen imposibles: la UE rompió con la doctrina Merkel, había aprendido la lección. Tomó en cuenta la opinión —el enorme temor, el pánico— de los que iban a ser nuevamente los mayores damnificados, como los españoles, entre otras razones por las secuelas que dejó el maximalismo, y cambió el rumbo 180 grados, más o menos: la novedad decisiva fue que esta vez su prioridad fueron los trabajadores y clases medias.
A las grandes empresas y fortunas se les exigió una contribución adicional. Esto casa perfectamente con la definición de qué es en realidad España, al fin y al cabo, en la Constitución de 1978, tan alabada como desconocida y ninguneada: ‘un estado social y democrático de derecho’.
Para la derecha española esto contradice su discurso habitual, desde Aznar a ahora mismo; la verdad es que Rajoy, Ayuso, Feijóo son como Aznar pero sin bigote. Si Merkel y casi todo el PPE aprendió la lección, quedan algunos irreductibles, entre ellos el PP ‘marca España’, y esa marea ya europea recarca, nostálgica, ultraderechista, muchísimo más peligrosa que las mareas de la indignación española del 15-M, aprovechadas y usurpadas por ‘Podemos’ para construir sobre ellas su castillo de naipes. Que empezó a derrumbarse al primer soplido de una realidad social que se ignoró con soberbia suicida.
No son buenos tiempos para la poesía y la democracia, que vienen a ser lo mismo. Pero esta es una lucha eterna. Entre el yin y el yang. Entre el bien y el mal. Entre los de arriba y los de abajo. Ya se lo explicaba Thomas Jefferson al marqués de Lafayette en su famosa carta del 4 de noviembre de 1823: “…porque los partidos Whig y Tory son de la misma naturaleza. Existen en todos los países, ya con esos nombres ya con los de Aristócratas y Demócratas, Coté Droit y Coté Gauche, Ultras y Radicales, Conservadores y Liberales… El hombre enfermizo, débil y timorato teme al pueblo y es un tory por naturaleza; el sano, fuerte, y osado lo ama y la naturaleza le ha constituido como whig….” La derecha británica, heredera no solo lores mediante, de los aristócratas, es tory tory tory.
En la España actual el ‘torysmo’ está encarnado por esa fuerza de la naturaleza a la mayor gloria del IBEX y el conservadurismo rancio que es la ‘repentina’ Isabel Díaz Ayuso. La demagogia de la simpleza, incluso la intelectual en grado de tentativa, es una formidable adormidera en tiempos de crisis y desesperanza. Pero no hay pócimas mágicas, y el río suele recuperar sus cauces. La política se rige por el principio de los vasos comunicantes: Liz Truss hizo el ridículo y dimitió a los 45 días, tras el bochornoso final del fantoche Boris Johnson, como premier británica porque quiso hacer una rueda cuadrada. Bajar drásticamente los impuestos y hacer políticas sociales igualmente intensas.
Díaz Ayuso lo intentó y forzó a Feijóo —lo lleva forzando desde que aún estaba en la Xunta— que no solo parece despistado sino que probablemente lo es, a aceptarlo.
Estos días, sin embargo, ese discurso está naufragando con estrépito, con los salvavidas perdidos en la sentina. No se puede mejorar la sanidad con menos sanitarios, caprichosamente desplazados por todo Madrid, mal pagados y encima insultados. A no ser, a no ser…. que eso sea precisamente lo que se pretende. Una disculpa, un ‘ya ven’, para privatizar las urgencias. Y es que una cosa es el liberalismo y otra el ‘ibexlismo’.
Ojo. No se fíen, que no son tontos.