No, no y mil veces no (aunque luego sí)
Que Vox se oponga a la aprobación de la eutanasia se daba por descontado: para la ultraderecha lo más revolucionario fue la Batalla de Covadonga.
Se les cae la palabra libertad de la boca. Se despiertan, acuestan y viven gritando libertad porque se sienten maniatados, amordazados, sometidos. Presos de un Gobierno que, de lunes a miércoles, coquetea con las huestes de Maduro y, de jueves a sábado, con los cabecillas de ETA. Los domingos tampoco descansa: se afana en diseminar el ateísmo por las calles y a hacer carantoñas a los que quieren destruir España. El Mal —así, con mayúsculas— existe. Y se llama Izquierda.
No caen en el desaliento, no se arredran. Luchan con denuedo por recuperar cada centímetro de libertad cercenado. Porque sin libertad no hay democracia. Por tanto, sostienen, España no es una democracia.
Libertad, chillan sin pensar que la palabra es tan bella como amplia. Y que consiste en que todos podamos actuar, dentro de unas reglas que nos marcamos como sociedad, sin coerciones. Sin que las prioridades o los valores de unos prevalezcan sobre los de otros.
Permitir que enfermos para los que la vida es el reflejo del infierno en la tierra deseen —e incluso imploren— parar el reloj sólo merece una palabra: respeto. Lo contrario es tratarlos como críos caprichosos que no han meditado lo suficiente los beneficios que conlleva estar atado a un respirador, sin capacidad para mover un simple dedo. Habrá muchos enfermos para los que, aun así, la vida merezca ser vivida. Respeto absoluto también.
Respeto absoluto a fijar, si así se quiere, el año, mes, día y hora de tu muerte. El cuándo y el cómo. Y libertad para que cualquier persona se divorcie de su pareja, se acueste con quien desee o se enamore de quien le dicten su cabeza y corazón. El suyo, no el de los demás. Eso es libertad, como lo es interrumpir un embarazo de forma voluntaria dentro de los márgenes de la ley. No es cuestión de izquierdas, de derechas o de centro, sino de libertad.
Defensores de una palabra tan rotunda como libertad cuya única respuesta es ‘no’. No al divorcio, no al aborto, no a la eutanasia, no al gobierno que han elegido libremente los ciudadanos, no a esta democracia. No, no y mil veces no, pese a que los mismos que se cierran en banda luego esgrimen un amplio sí al divorcio cuando se trata de resolver su infernal matrimonio; sí al aborto cuando son ellos los que sufren un embarazo no deseado; sí a la democracia cuando son ellos o los de su cuerda los que gobiernan. Sí a la eutanasia cuando quieran dejar de respirar.
Lanzan noes tan categóricos como piedras sin dejar apenas espacio para el debate. Porque supondría reconocer que lo que realmente les aterra es el uso de la libertad. De ahí que recurran a argumentos tan absurdos como que, si se permite el aborto o la eutanasia, España se llenará de personas que alegremente quieran abortar o morir. Son incapaces de entender que libertad también, o sobre todo, pasa por poner punto y final a un drama personal con la mayor dignidad posible.
Que Vox se haya opuesto a la aprobación de la eutanasia se daba por descontado: para la ultraderecha lo más revolucionario fue la Batalla de Covagonda. Del PP, sin embargo, se esperaba una mínima actualización ideológica. Más que nada para no repetir el bochorno de rechazar con su no, no, no, leyes que luego, como el divorcio, exprimen con sorprendente alegría. El cinismo hecho política.
Que nos dejen vivir. Y morir.