No hay oasis para la Cataluña separatista… solo interminables dunas de arena
Cuando al amparo del artículo 155 de la Constitución Española se celebraron las elecciones autonómicas en Cataluña, para reponer la legalidad constitucional y estatutaria quebrada por el que podría llamarse 'golpe de estado territorial' dado mediante el apoderamiento de las instituciones, el bloque separatista insistió en el melifluo y tramposo discurso de doble cara de "a ver si el Estado respeta los resultados". Pero se trataba de una desvergonzada manipulación de las palabras: era simplemente otra cortina de humo de victimismo precocinado y congelado para mantener la operación de descrédito hacia la democracia española.
El Estado, como es natural en una democracia seria, respetó el resultado. Las elecciones fueron transparentes, las urnas tuvieron la vigilancia de las 'mesas' electorales, de las juntas electorales, de los interventores y apoderados de todos los partidos; no fue como fueron los referéndum de mentirijillas, una fenomenal 'operación chanchullo'.
Y se respetó el resultado. La mejor prueba es que el Estado dio un paso a un lado y dejó que fueran los nuevos representantes libremente elegidos, una mayoría secesionista, la que iniciase el proceso para formar gobierno. Y en eso siguen enredados sus egos y demencias. No ha habido ningún impedimento. Y eso que en estas semanas se ha perpetuado el esperpento, aumentando, si cabe, el grado de ridículo y de desprestigio internacional del 'seni' catalán, hecho trizas a estas alturas.
La fuga de Puigdemont a Bruselas, primero, y después a una pretenciosa casona alquilada en Waterloo por no se sabe quién, ocultando su cobardía con una astracanada de gobierno en el exilio... ha causado asombro puertas adentro y puertas afuera. No ha habido líder europeo serio – no los fascistas y los populistas antisistema, que haberlos haylos en todas partes- que respalde la cantinflada bruselense. Claro que frente a los líderes de las instituciones de la Unión Europea, y a la inmensa mayoría de los gobernantes nacionales, sean estadistas o meros estrategas políticos, sobresale en su soledad excéntrica el gobierno belga que aunque dice que trata a Puigdemont como a cualquier ciudadano europeo, la verdad es que no hay ningún ciudadano europeo que sea tratado como Puigdemont.
Aquí, como en todo, no se puede olvidar el 'principio de Qoelec', ese rey de Israel que en el Eclesiastés da una serie de sabios consejos para gobernar, y uno de ellos, que se adelantó más de dos mil años a las leyes de Newton y el ejemplo de la manzana, dice que quien tira una piedra a lo alto en la cabeza le cae.
Pero mientras sigue el sainete y la galaxia independentista se resquebraja, por imperativo de las vanidades, las ambiciones y los trastornos de la personalidad, y los herederos de CiU siguen su desmultiplicación y se produce un claro enfrentamiento de intereses entre los hombres zombis de Puigdemont y ERC, que tiene claro que el fenómeno del rebelde presidente pelele – para ello y por ello es consecuencia del dedazo de Artur Mas, que lo puso para que le guardara el puesto hasta después de que se resolvieran sus deudas con la justicia- es solo un fenómeno temporal, circunstancial, producto de un momento emotivo, pero nada más. Lo cual es cierto. Oriol Junqueras, que perdió por la mínima, no se resigna a que desde Bruselas el presidente a la fuga actúe como un Tarradellas redivivo cuando, la verdad es que cualquier parecido con Tarradellas ni siquiera es una coincidencia: es una falsificación típica de mantero de las Ramblas.
Para que desaparezca el 155, o cualesquiera otras medidas, más suaves o más duras contenidas en la Constitución española para estos supuestos de rebeldía, sedición, o delitos conexos, es preciso que se reponga le legalidad constitucional y estatutaria en toda su amplitud, sin zonas de sombra, 'astucias', ni trapicheos de trileros caza incautos. Es decir: que quienes formen gobierno estén dentro de la ley con todas las de la ley. Que sus propuestas estén dentro de la ley con todas las de la ley. Que sus 'hojas de ruta' se adapten milimétricamente al Estatuto de Autonomía y a la Constitución Española. Esas son las reglas del juego.
Hay, además, un cambio con respecto a los tiempos en que el 'soberanismo' se apoderó en solitario de la calle, y las 'diadas', cada vez más antiespañolas y cada vez más impregnadas de odio fueron teniendo respuesta: la tímida aparición pública, al principio por goteo, después en riada, de un sentimiento que conjugaba lo español con lo catalán y viceversa, que se plasmó en sucesivas manifestaciones de 'aquí estamos los que no existimos'. Todo esto dio lugar a 'Tabarnia', una bufonada, sí, pero que es como el espejo cóncavo de los circos, o de Valle Inclán, que ha permitido ver cómo el independentismo es sin ropajes un ridículo esperpento.
Que nadie se llame a engaño. Ni Europa, ni España, ni Cataluña, se pueden permitir dar alas a los que no se ciñan a las normas. Hay un ataque combinado contra la Unión Europea, desde fuera de la misma – ahí están Trump y Putin con el mismo interés en agrietar la unión de los países y los ciudadanos de Europa- y desde dentro, a través de un complejo engranaje de iluminados, tontos y desalmados. El Brexit demostró que el caballo de Troya tienen todas las épocas una aplicación. La Europa que con su alianza – la económica y la militar, que luego fueron dando pasos a la de los ciudadanos y la política- quiso exorcizar los demonios que provocaron las grandes guerras del siglo XX, ve aturdida como resurgen los fantasmas del pasado, una cabalgada de nuevos jinetes del apocalipsis adaptados a la era internet.
Mientras tanto, Cataluña ya ha dejado de ser la capital de la modernidad. A la pérdida de la Agencia Europea del Medicamento, puede seguirle a medio plazo la del 'World Mobile Congress', cuyos patrocinadores contemplaron asombrados el desaire institucional al jefe del Estado. Las empresas siguen marchándose sin hacer ruido, porque no ven que haya voluntad nacionalista para que se acabe la inseguridad. Al contrario: los planes de los separatistas auguran más confrontación, más inestabilidad, más presión europea y un aumento de la crisis económica.
Y no cambiará nada si no cambian los 'golpistas'. La seguridad, la confianza, solo volverá a Cataluña cuando la conjura independentista cumpla las reglas del juego. La primera, respetar el Estatut, del que se han cachondeado. Ellos han sido los primeros traidores a la legalidad catalana; son los que la han desmontado. El Estatut es bien claro: para hacer cambios en él se necesita una mayoría reforzada de dos tercios, y luego seguir el procedimiento reglado del aval de las Cortes. Por lo tanto, sin esa mayoría de dos tercios, 90 diputados, solo queda gobernar con eficiencia para los catalanes y dejar de lado las loquinarias aventuras tipo Custer.
La historia de George A. Custer es muy aleccionadora. La histórica derrota que sufrió entre el 25 y el 26 de junio de 1876 frente a las tribus indias en Little Big Horn (Montana) obedeció a un cúmulo de errores, según la historiografía moderna. No hizo caso a los exploradores nativos, que le advirtieron contra las fuerzas conjuntas que lideraba 'Caballo Loco', escondidas detrás de las lomas, lo que aconsejaba esperar por refuerzos. Ocho días después iba a celebrarse el 4 de Julio, centenario de la Independencia, y fecha en la que estaba prevista la convención del 'Partido Demócrata'. Y quizás su deseo confesado de ser candidato a presidente después de la presidencia de Grant, le nubló el entendimiento. Además, no aceptó ni llevar las eficaces ametralladoras 'Gatling', ni aceptó ayuda de otros regimientos para no compartir la gloria de la victoria. Quería una victoria épica, y consiguió una derrota legendaria.
Hay algunas similitudes: los estrategas del golpismo catalán se han creído sus propios cuentos morrocotudos; Puigdemont, que llegó por carambola al Palau de la Generalitat, se aferra al cargo como un percebe sin tener en cuenta que hay expertos percebeiros que se atreven hasta en lo más crudo de las marejadas; no hicieron caso a sus exploradores, o estos creían sólo en Manitú y no en lo que veían y oían, de tal forma que entre las leyes propias, las del Estado español, las fuerzas que reaccionaron en la propia Cataluña, en España, y en la UE... la escaramuza terminó en desastre y en melancolía. Ese camino no tiene salida. En estos casos lo más prudente es aceptar la derrota y reinsertarse en la normalidad.
Que Gabriel Rufián se haya convertido en 'profeta' y en autor retuiteado de citas imbéciles, sea en las redes sociales o en directo desde su escaño de diputado bien pagado por el 'enemigo' español, con sus sandeces sincopadas y su lectura en modo logopédico dice mucho del trastorno mental que afecta a los dirigentes independentistas y antisistema, y que ha contagiado a multitudes crédulas y ansiosas deber un oasis donde hay solo arena. Dunas inacabables de arena.