No fue la nación, fue el Govern
No fue la nación, sino la elección. Cuenta la leyenda que la causa de la deriva independentista de la "difunta" Convergencia no hay que buscarla en la sentencia del Estatut, sino en una frase que José Luis Rodríguez Zapatero pronunció ante Artur Mas: "La democracia tiene sus reglas y los socialistas las respetaremos". Diez palabras con las que el ex presidente de la Generalitat entendió que el entonces jefe de Gobierno de España adquiría el compromiso que le demandaba: que el PSC dejara gobernar a CiU si en las siguientes elecciones los nacionalistas eran la fuerza más votada en Cataluña, tal y como ocurrió nueve meses después.
Así que cuando aquél 21 de enero de 2006, Zapatero llamó a Mas a La Moncloa no sólo se pactó adecuar a la Constitución el Estatut que ya había aprobado el Parlament, sino el signo político del Govern que sucedería al tripartito que por aquél entonces presidía Pascual Maragall. Con lo que no contaba el entonces presidente del Gobierno es que el PSC haría valer, como así hizo, su autonomía frente al PSOE y se aliaría de nuevo con ERC e ICV para seguir al frente del gobierno y relegar a la oposición a CiU, pese a los 11 escaños de distancia que Mas obtuvo sobre José Montilla.
Y, de aquellos polvos, estos lodos. Aunque Zapatero nunca reconoció ante los suyos haber adquirido un compromiso para dejar gobernar a los convergentes, sí ha admitido en conversaciones privadas la autoría de una frase que para él tenía un significado completamente distinto al que quiso darle Artur Mas. Del enunciado, tan ambiguo como "zapateril", uno sostiene que sólo pretendió trasladar que en una democracia parlamentaria no gobierna quien más votos obtiene en las urnas, sino quien más apoyos logra en el Parlamento mientras que el otro dedujo que los socialistas se prestarían a investirle como president si la suya era la fuerza política más votada como finalmente ocurrió.
Nadie puede acreditar ni una versión ni la otra porque aquella cita se cerró a espaldas de sus respectivos equipos. Tanto es así que ni Josep Antoni Durán i Lleida ni Alfredo Pérez Rubalcaba, que negociaban aquellos días los términos del Estatut en la Comisión Constitucional del Congreso, tuvieron constancia de ella hasta que Zapatero y Mas alcanzaron un acuerdo para desbloquear el texto bien entrada la noche, y les telefonearon para que se sumaran al encuentro. Una invitación que el entonces portavoz de CiU declinó con la excusa de encontrarse en una reunión familiar que jamás existió.
El caso es que desde entonces siempre que la izquierda utiliza el recurso del PP contra el Estatut como argumento de la deriva independentista, los nacionalistas sitúan a los socialistas en el mismo nivel de responsabilidad que a la derecha por la desconexión emocional de una parte de Cataluña del resto de España.
Ayer, casi doce años después de aquella cita en La Moncloa, Zapatero y Mas regresaron a la escena del crimen -el pacto del Estatut-. Lo hicieron bajo la dirección de Jordi Évole, para Salvados, y en el caso de Zapatero, previa consulta a Pedro Sánchez para participar en el programa de la Sexta.
Durante la charla, en la que ninguno mencionó la confusa expresión, Zapatero contó, en una nueva versión de lo que en La Moncloa ocurrió aquél 21 de enero, que la palabra "nación" desapareció del artículo 1 del texto y que la solución de llevarla al preámbulo fue idea del ex president de la Generalitat. En todo caso, según recuerdan quienes formaban parte de la negociación parlamentaria sen el Congreso, para entonces el término ya había sido eliminado del artículo 1, lo que vendría a confirmar que el problema para la extinta Convergencia no era que Cataluña fuera o no una nación, sino quién fuera su president.
Dicho de otro modo fue el tripartito presidido por Montilla, y no la "nación", lo que quebró la confianza mutua entre socialistas y convergentes. Un escenario -el de la alianza con los independentistas- que, de reeditarse tras las elecciones del 21-D, produciría una profunda brecha en las filas del PSOE, como ocurrió ya en 2006.
Y por más que Miquel Iceta se desgañite en esta campaña con el compromiso de no apoyar a ningún candidato independentista, hay quien en el socialismo español el simple recuerdo de aquél tipartito produce tanto rechazo como dudas ha generado la oportunidad de que Zapatero aparezca en "prime time" en un cara junto a Artur Mas.
Zapatero supone para el problema catalán una dosis de recuerdo de cómo el PSOE no supo o no quiso combatir el nacionalismo ni anteponer el debate de los derechos y la equidad al de las banderas y las identidades. Y no sólo porque se comprometiera solemnemente a aceptar la reforma estatutaria que aprobara el Parlament de Cataluña en el Palau de Sant Jordi ante 20.000 testigos en 2003, sino porque para muchos con él comenzó una retahíla de promesas incumplidas, medias verdades y sentencias contrarias a la voluntad popular que abonaron la deriva separatista que el 1 de octubre quiso sacar a Cataluña de España en 48 horas.
Pese a todo, el que los telespectadores pudieron ver en la Sexta, que se grabó en el centro cívico Can Deu de la Plaza de la Concordia de Barcelona, no fue un debate de guante blanco, sino una discusión enérgica en la que, como sostiene el propio Évole, el ex presidente de la Generalitat mantuvo la posesión del balón durante gran parte del partido, pero se encontró con un Zapatero que dominó el contraataque. Será por aquello de que con él empezó todo y conoce como nadie toda la intrahistoria, aunque cada vez que se refiere a ella la reescriba de distinto modo.