No, Fran Rivera, no hables en mi nombre
Me ofende que me meta en un mismo saco lleno de excrementos al pensar que, si él tiene un determinado comportamiento, yo, como hombre, sólo puedo mimetizarlo.
En los últimos años, sobre todo con la intensificación en el uso de redes sociales, se ha producido una tendencia absurda sustentada en que una persona se erija en representante no sólo de toda una comunidad autónoma —ahí están los independentistas hablando en nombre de todos los catalanes cuando ni siquiera en sus torticeras consultas les da para para ‘hablar’ por el 50% de los ciudadanos de su comunidad—, sino de todo un género. Da igual si se es hombre o mujer: son mayoría las mujeres que utilizan frases como “a nosotras, las mujeres, no nos gusta que…”, del mismo modo que un solo hombre no muestra el más mínimo rubor en ondear en solitario la bandera del sexo masculino sentenciando qué nos gusta o disgusta, qué nos ofende o amarga, qué defendemos o cómo nos sentimos.
Por eso me molesta (e incluso indigna) que una persona como el torero Fran Rivera, al que en principio nada me une, hable por mí. Me ofende, incluso, que me meta en un mismo saco lleno de excrementos al pensar que, si él tiene un determinado comportamiento, yo, como hombre, sólo puedo mimetizarlo.
Sería del todo estúpido obligarles a leer obviedades como que a los hombres nos une el sexo —y a veces ni siquiera eso— , y que si me preguntan entiendo que, en principio, mi forma de ver la vida es diametralmente opuesta a la de un banquero, un futbolista o un torero.
Rivera, convertido ahora en contertulio con supuesto entendimiento para opinar de todo (así estamos como estamos) ha reflexionado, si es que puede desprestigiarse hasta ese punto este verbo, sobre el suicidio de una trabajadora de Iveco tras la difusión de un vídeo sexual en la que ella era una de las protagonistas.
“No es culpable, evidentemente, el malnacido que haya... porque no es hombre hacer viral un vídeo así. Pero los hombres, y soy hombre y lo digo, no somos capaces de tener un vídeo así y no enseñarlo”, ha dicho ufano aunque modulando los gestos para expresar su máxima indignación.
Aparte del cacao mental del torero —no es ser hombre grabar un vídeo así, pero sí lo es distribuirlo— su argumento no puede sostenerse en modo alguno. Yo, como hombre (en fin, como persona), no distribuiría jamás un vídeo de estas características: es que ni siquiera se me pasaría por la cabeza. De hecho, he abandonado no pocos grupos de whatsapp en los que se han compartido contenidos por los que me haya sentido ofendido, todos a años luz de algo tan repugnante como el de este caso. Y les aseguro que mi vara de medir no es demasiado rigurosa.
Rivera ha proseguido, porque es habitual en este tipo de tertulianos la verborrea vacua, con el sermón propio de padre comprometido: “A todas las niñas, a todas las mujeres... por favor, que no manden vídeos de ese tipo. Luego el malnacido que lo ha mandado a sus colegas para ponerse medallitas de qué machote es... ese es un asqueroso y es una sabandija de hombre”.
En lugar de hacer ese llamamiento y para ser coherente con lo que acababa de soltar, Rivera debería haber mirado a cámara para decir: “A todas las niñas, a todas las mujeres... por favor, no graben este tipo de vídeos porque pueden caer en manos como las mías, una sabandija de hombre que no dudará ni un segundo en compartirlo ufano entre sus amigos porque eso les hace mucho más hombres. Sabandija, pero hombre. Muy macho”.
No, Fran Rivera, no hables en mi nombre.