¡No es (sólo) la economía, estúpido!
Por Raquel Martín, directora de Comunicación de Quiero, plataforma de sostenibilidad:
Puede resultar polémico, en los momentos en los que estamos, dar la vuelta a la famosa frase que se popularizó en la política estadounidense durante la campaña de Bill Clinton contra George Bush en 1992 (“Is the economy, stupid!), para decir que no, que la economía no lo es todo. Pero lo cierto es que hoy la discusión podría ser mucho más amplia y podría incluir en la ecuación, además de una economía para todos y regenerativa, la salud (un sistema sanitario de calidad), lo social (una sociedad más igualitaria y justa) o lo medioambiental.
Hace ya 50 años del célebre artículo del economista estadounidense, Milton Friedman, publicado en The New York Times, en el que afirmaba que la única responsabilidad social de la empresa es generar valor para los accionistas. Pensar hoy en un tablero de juego donde lo único que prime sea la rentabilidad y el beneficio económico, en detrimento de la función social de la empresa es estar, directamente, en otra órbita. O al menos, en una órbita que no tiene en cuenta las necesidades y desafíos que nos plantea la realidad actual.
Y es que el COVID no ha hecho más que acelerar una tendencia, un cambio de era, que ya se venía gestando desde mucho antes y que nos pone a cada uno de nosotros ante una gran pregunta: ¿En qué mundo quiero vivir? ¿En qué mundo queremos vivir?
Invoquemos por un segundo el “Imagine” de John Lennon para imaginar un mundo con menos desigualdades, más equitativo, con un entorno natural protegido o incluso regenerado. Imaginemos un mundo donde las empresas, la filantropía, los gobiernos puedan trabajar en post de un mayor impacto positivo en la sociedad y el medioambiente.
No hace falta seguir imaginando más. Hacer las cosas bien, haciendo el bien, poniendo el capital al servicio de la gente y el planeta, es posible. Es lo que hace la Inversión de Impacto. Estamos ante lo que muchos ya empiezan a denominar como “La Revolución del impacto”, como lo demuestran los datos: SpainNAB, el Consejo Asesor Nacional para la Inversión de Impacto, acaba de hacer público que la inversión de impacto social en España ha pasado de los 90 millones de euros en 2018 a los 229 millones de euros en 2019.
La tormenta perfecta
Desde que Larry Fink, CEO de BlackRock, en su carta abierta de 2019 hizo una llamada a cambiar el foco de los shareholders a los stakeholders, estamos viendo que es posible ampliar la mirada del impacto y cambiar, también, el binomio tradicional de riesgo–retorno de la inversión, por una nueva ecuación riesgo-retorno-impacto.
Esta es la gran revolución que plantea la inversión de impacto: una inversión que aporta soluciones específicas para hacer frente a los desafíos que afectan a la vida de las personas y del planeta, generando al mismo tiempo rentabilidad y cambios tangibles, desde una medición rigurosa de los impactos positivos y negativos.
La pandemia ha profundizado dos grandes necesidades/tendencias en la inversión de impacto. Una primera, vinculada a la “reconstrucción” de las economías (New Deal de los países más desarrollados), donde se exige que la inversión pública tenga cuidado en lo social y medioambiental. Y la segunda, un gran vuelco de la inversión de impacto a la “S” de “social” que hasta el momento había sido relegada a un segundo plano frente a las inversiones medioambientales.
En esta tormenta perfecta que se ha ido formando, con el COVID-19 como catalizador, las empresas tienen una oportunidad única para posicionarse como receptores de capital frente a inversores que miran cada vez más los criterios ESG de las empresas en las que van a invertir. Pero también pueden consolidarse como financiadores o inversores.
Como receptores de inversión, las grandes empresas pueden trabajar en cambiar sus procesos y formas de producir o brindar servicios “polinizando” a toda su cadena de valor, exigiendo un cambio de pautas que contemplen criterios sociales y ambientales. Esto es, “haciéndolo bien” en cada punto de su actividad.
A su vez, pueden poner a trabajar su “capital ocioso”, creando fondos de inversión de impacto destinados a emprendedores y start-ups que generan un impacto social y/o medioambiental concreto y de los cuales también obtienen, sin duda, innovación.
Los retos en la inversión de impacto son muchos aún: desde generar estándares de medición comunes, marcos regulatorios claros donde se eliminen algunas restricciones legislativas, hasta mayor trasparencia y trabajo en educación y difusión en torno a este mundo, que incremente las ofertas de inversión e incluso la demanda.
De lo que no hay duda es de que el sector de la inversión de impacto va a explotar en los próximos años. Requerirá de políticas públicas para incentivarlo y de nuevos actores que vengan de todos lados y sectores.
La tormenta perfecta está encima de nosotros.