No basta con mirar, tenemos que actuar
El hecho de que todos los medios hayan compartido el vídeo está más relacionado con crear audiencia que con la solución del problema.
Esta semana un hombre ha golpeado y apuñalado a una mujer en el espacio público frente a su hijo pequeño. La agresión tuvo lugar en Eibar (País Vasco) pero la escena ha sido grabada en vídeo, difundida y compartida por millones de personas en toda España. Las declaraciones de repulsa por parte de medios, instituciones, hombres y mujeres han sido patentes, pero hemos de preguntarnos si escribir un titular o poner un emoticono con lagrimita debajo de la noticia es suficiente. Cada día se suceden los asesinatos, las violaciones y los abusos a mujeres en el mundo entero, las cifras de feminicidios no descienden y, aun así, seguimos considerándonos meros espectadores de un problema que también nos compete. ¿Creemos que nuestros actos cotidianos no están relacionados con lo que vemos en la tele? ¿Pensamos que la violencia simbólica y estructural no forman parte del mismo conflicto? ¿De qué manera nos estamos implicando en la lucha contra la violencia hacia las mujeres?
En 1963 la filósofa Hanna Arendt analizaba en su libro Eichmann en Jerusalén el concepto de la banalidad del mal. Aseguraba que muchas personas no actúan por una maldad innata ni tienen intención de hacer daño, sino que su comportamiento está motivado por un objetivo externo al propio acto acompañado de una falta de reflexión sobre sus implicaciones éticas. Dejarnos llevar o simplemente no luchar contra el mal, es una de las formas de perpetuarlo. Solemos pensar que la inercia o la inactividad no son nocivas, pero estamos totalmente equivocados.
El hecho de que todos los medios hayan compartido el vídeo está más relacionado con crear audiencia que con la solución del problema. En la mayoría de los artículos y noticias la imagen es el elemento principal y lo que capta la atención, no va acompañada de una lectura crítica de los hechos sino meramente informativa. No se mencionan las causas ni tampoco las formas de erradicarlo, pero sí enfatiza el drama emocional del pequeño que lo estaba presenciando. Por otro lado, cabría preguntarse qué están haciendo los medios para evitar estos casos o si en algunos casos las están alimentando. Crear programas con azafatas y presentadoras sexualizadas o publicar millones de artículos sobre el aspecto físico de las mujeres no ayuda a considerarlas en toda su dimensión humana. Contar sólo con figuras masculinas para dirigir los espacios de máxima audiencia o los relacionados con las informaciones “serias” es relegar a la figura femenina a una posición de inferioridad. Contar sólo con mujeres jóvenes, delgadas y blancas es estigmatizar a gran parte de la sociedad. Usar el cuerpo de las mujeres como reclamo publicitario, hacer espectáculo de las peleas y hacer sufrir a las colaboradoras es también otra forma de maltrato.
¿Y los espectadores? Me pregunto cuántas de esas personas que han dejado un comentario de asombro o de tristeza ante la agresión de Eibar se han dirigido alguna vez a las mujeres con prepotencia y condescendencia. Cuántas habrán reído chistes machistas en algún chat de Whatsapp o se habrán callado sin más. Cuántos de esos hombres que se han escandalizado consumen pornografía en la que se maltrata a las mujeres a diario. Cuántos niegan el feminismo sin haber leído un solo libro. Cuántos habrán financiado la trata y la gestación de bebés en vientres de alquiler. Me gustaría saber quiénes de esas personas han votado a partidos que niegan la violencia de género y quienes ni siquiera han ejercido su responsabilidad de voto en las últimas elecciones.
Hacemos cruces frente a los hechos crueles, pero no sentimos ni un mínimo de compromiso ni de responsabilidad. Cada persona desde el lugar que ocupa puede hacer mucho por cambiar esta realidad: a través de los medios, de la educación, de la política, en la propia familia, en las redes sociales… Mostrarlo no es suficiente. Dejar un comentario sólo sirve para mantener nuestra conciencia tranquila o quedar bien ante los demás. Hagamos algo de una vez y dejemos de mirar.