Nixon en China: medio siglo de la visita que cambió el mundo
En unos 65 minutos, ambos líderes se adularon, dieron varias pinceladas sobre el deshielo y reprendieron a la URSS. Y todo dio la vuelta.
Febrero de 1972. En plena Guerra Fría, el presidente estadounidense Richard Nixon viaja de súbito a China para un cara a cara con Mao Zedong que acerque a dos potencias entonces enemistadas con la URSS. Hoy, son Pekín y Moscú quienes brindan por su amistad enrocados frente a Washington.
Acompañado de su esposa y un séquito de asesores, Nixon emprendió la inesperada visita el 17 de febrero de hace medio siglo vía Hawái y Guam antes de aterrizar en Shanghái y, finalmente, Pekín, donde unas horas después de su llegada tocó a las puertas de Mao.
Y es que la gira con la que China y EEUU se tendieron la mano tras décadas de antagonismo tuvo su punto álgido con un singular vis a vis en el que Mao, ya avejentado -acababa de superar una infección en el pecho y tenía problemas cardiacos- recibió a su par con el chascarrillo de que había votado por él en las últimas elecciones.
En unos 65 minutos, ambos líderes se adularon, dieron varias pinceladas sobre el deshielo y reprendieron a la URSS.
Antes de volver a su batín, Mao dejó los pormenores a Zhou Enlai, su primer ministro desde 1949 y dio su bendición: “Me gustan los derechistas porque, a diferencia de la izquierda, que dice una cosa y luego hace lo contrario, hacen que las cosas sucedan”.
Dos hombres y un destino
La popularidad de Nixon caía en picado en su país a medida que la Guerra de Vietnam se eternizaba, una de las principales razones por las que planteó este viaje, explica a Efe el analista chino Víctor Gao, quien en 1985 fue traductor de Nixon en su segunda visita al país asiático.
“Estados Unidos estaba enfrascado en una guerra con un país al que China ayudaba. Nixon sabía que, sin apoyo de Pekín, el conflicto nunca terminaría. No subestimaba a una China que ya había mostrado una gran resistencia en la Guerra de Corea”, relata.
Por su parte, Mao venía de rechazar la tutela de la Unión Soviética, a la que calificó de “revisionista” y con la que casi llega a las manos tras una fuerte disputa territorial en el verano de 1969: “Era una China encerrada en sí misma, en medio de una gran lucha ideológica -en referencia a la Revolución Cultural, que dejó miles de muertes- e incapaz de desarrollarse”, rememora Gao.
Según el analista, la visita de Nixon desató, con Mao ya fallecido, una etapa de reformas una vez China entendió que “debía integrarse ya en la comunidad internacional”.
Para tender puentes pese a las simpatías estadounidenses por Taiwán, isla que China aún hoy reclama, Nixon recurrió a su consejero y futuro secretario de Estado, Henry Kissinger, quien en calculada ambigüedad firmó el llamado Comunicado de Shanghái en el que Washington reconocía -pero no respaldaba- el principio de Una Sola China, según el cual Pekín es el único como Gobierno chino.
China y EEUU acabaron formalizando relaciones en 1979, pero para entonces el escándalo del Watergate ya había abrasado a Nixon, de quien en Pekín aún se guarda una imagen positiva: “Abrió la puerta a que nos reencontráramos gracias a su visión, coraje y sabiduría. Convirtió a dos enemigos en socios”, argumenta Gao.
El analista recuerda que Nixon era “muy inquisitivo” y que le impresionó su entrevista en los ochenta con Deng Xiaoping, artífice de la apertura china: “Deng hablaba de la China de los siguientes 50 años, y Nixon se quejaba de que en su país los políticos solo podían mirar a corto plazo”, señala Gao.
“Era de los de tomar notas constantemente y verificar las traducciones al detalle. Sé que no gustaba en EEUU, pero era un tipo muy diligente, elegante, trabajador y bien leído. Un presidente mucho más culto y con una visión de estado que no volví a ver después en ningún otro político estadounidense”, subraya.
Moscú, Washington, Pekín
Las relaciones entre Washington y Pekín naufragan hoy entre reproches mutuos que Gao achaca en exclusiva al malhacer de los políticos del país norteamericano: “Es EEUU quien ve a China como un enemigo. Sus líderes están envenenados porque piensan que China quiere desafiar su hegemonía, y nada más lejos de la realidad”.
“China es ‘vive y deja vivir’. No queremos ni imponer ni que nos impongan. Al final, se darán cuenta de que tienen que calmarse un poco y tratar a China como a iguales”, clama.
Pero si la visita de Nixon hace medio siglo buscaba aislar a la URSS, hoy las tornas han cambiado totalmente, con Pekín y Moscú alineados frente a lo que consideran amenazas a su seguridad.
“China y Rusia se respetan y coinciden en oponerse a que Estados Unidos les acose. ¡Pero es EEUU quien creó el caldo de cultivo para este acercamiento! Kissinger tenía esto muy claro: lo peor que le puede pasar a uno en estos casos es que los otros dos se unan en tu contra”, afirma Gao, aunque cree que “China sería muy feliz” si pudiese “llevarse bien con ambos”.
Con la reciente escalada en Ucrania y las tensiones latentes en Taiwán, Gao destaca que son las Naciones Unidas quienes deben velar por el cumplimiento de la ley internacional.
“Cualquier guerra -asevera- debe estar bendecida por el Consejo de Seguridad. De lo contrario, nunca se la podrá considerar legítima. Jamás”.