'Nise, la tragedia de Inés de Castro', la belleza de lo tosco y lo primitivo
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'Nise, la tragedia de Inés de Castro', la belleza de lo tosco y lo primitivo

"Hechos históricos, hechos de poesía y leyenda".

Nao d’amores vuelve al Teatro de la Abadía con Nise, la tragedia de Inés de Castro. Esa obra prebarroca que tantas satisfacciones les está dando a ellos, ahora que cumplen veinte años, y a los teatros en los que se pone en escena. A los segundos porque llena butacas. A los primeros por el entusiasmo con el que responde quien las ocupa esas butacas.

Un entusiasmo que se muestra con el silencio con el que el público asiste a la representación y con los aplausos, bravos que le dan puestos en pie al final. Algo que han conseguido ofreciendo un producto exquisito, donde el interés filológico y arqueológico de la compañía ha dejado paso a una fiesta teatral.

La fiesta de un decir, una pronunciación más bien, de otra época, pues conservan los versos originales. Algo que de primeras dificulta el acercamiento, pero que a medida que pasa la representación y el oído se va haciendo a ello se le acaba cogiendo el gusto.

Un gusto que se debe a la prosodia de la representación. Y a una música en directo con instrumentos de la época. De esos que cada vez que se recuperan en el Teatro Real se produce una noticia, y cuando lo hace Nao d’amores como que resulta normal.

Música a la que pone voz el contratenor José Hernández Pastor que por su calidad, contrasta con la voz cantada que ponen los actores. Un contraste entre lo especializado y lo popular. Algo que de alguna manera está en toda la obra.

No es de recibo, pues la obra es ese tipo de historias que se hicieron populares en su tiempo y más allá, como en la actualidad lo es la historia de Carlos de Inglaterra y Lady Di. El amor de un príncipe portugués por una camarera real de su anterior esposa.

  'Nise, la tragedia de Inés de Castro'.Ángela Bonadíes

Un príncipe que por motivos de estado estaba destinado a casarse con una infanta de Castilla. Con la que no se podía, ni quería casar, por estar casado con la Inés del título. Con la que, tras morir su primera esposa, había casado en secreto, había acoyuntado y traído al mundo a dos hijos.

Una camarera a la que la corte veía como obstáculo a sus ambiciones de maridar con la poderosa Castilla. Con su ansia de poder y riquezas. Con su ansia de dominio para mantener y acrecentar su estatus. Ser, también ellos, poderosos castellanos.

Ambición a la que cede un rey que perdona a la madre de sus nietos y esposa de su hijo. Pero que al ver en riesgo su corona, y con ella la vida que lleva y el mantenimiento del cargo, deja a otros que tomen la decisión de eliminarla. Ella a la que condenaban por haber ido en contra del rey y sus decisiones. Hay que recordar que ir en contra del rey, era ir en contra de Dios al que el rey representaba en la tierra.

Algo frente a lo que se revela su hijo, que cuando se convierte en rey, desentierra a su muerta. Y ante todos, la resarce coronándola. De ahí la leyenda de Inés de Castro, coronada y reina después de muerta.

Hechos históricos hechos leyenda y poesía. Una poesía que debido a ese uso del castellano antiguo pueden sonar tosca a los oídos actuales. Desde luego suena lejana a a la complejidad del barroco del Siglo de Oro, con la que está entroncada, y de la que resulta su antecedente.

  'Nise, la tragedia de Inés de Castro'.Álvaro Serrano Sierra

Con todo esto Ana Zamora y su equipo ha montado un espectáculo que se toma su tiempo. Le importa más el decir que el hacer, quizás porque el decir como en sus obras se dice, ya es un hacer. No hay estatismo, al estilo de Bob Wilson, pero sí se aleja del apresuramiento de esta época. No, no es un producto que se pueda acelerar con la app de Netflix. Todo cuenta para generar en el espectador una experiencia que se pretende extática.

Empezando por la iluminación. Una luz en cierta medida tenue. De ermita llena de inciseo. De piedra. Hermoso ese momento que abren los grandes vitrales que tiene en el fondo el escenario del Teatro de la Abadía para convertir lo que parece un auto sacramental en una pequeña iglesia en una representación catedralicia.

Y continuando por los trajes que desde la butaca parecen pesados. Incluso toscos y primitivos, como la poesía. Como si fueran un románico actualizado. El típico vestuario que podría formar parte de un desfile de moda de alta costura, que se podrían ver en los escaparates de la calle Serrano o en Passeig de Gracia. Hechos más para ser mostrados que para ser llevados. Como la moda de David Delfín.

Lo bueno, brilla y palpita entre esa luz tamizada que cubre el escenario

Complementado con un elenco al que se le ve y se le siente seguro de lo que dice y lo que hace. Entre los que vuela Natalia Huarte y la defensa de su amor que paga a otro amor, algo que no puede ser pecado sino algo que les dio Dios. A la que cuesta reconocer como la misma que hace dos días representaba a la protagonista de El bar que se tragó a todos los españoles de Sanzol y hacía reír al espectador.

No, no es que a este montaje no se le puedan buscar las vueltas. No es que no tenga sus problemas, sus fallos. Incluso sus excesos, como esa piscina central que se pretende de azulejos. Too much para la aparente contención del resto. Un posible capricho.

Es que lo bueno, brilla y palpita entre esa luz tamizada que cubre el escenario. Esa exigente luz que pide entornar la mirada, como aguzar los oídos. Solicita la atención de forma activa. Y solo, cuando se le presta, se cede a la petición, se disfruta. Como cuando una madre le pide a su hijo que pruebe la comida que le ha servido en el plato, y cuando este lo hace descubre cuánto le gusta lo que está comiendo.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.

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