Por qué todos los padres piensan que sus hijos son superdotados
Y cómo saber si lo son de verdad.
Es bastante conocido que Einstein, Mozart o Steve Jobs eran superdotados. Pero quizás no tanto que otros rostros conocidos como Jodie Foster, Santiago Segura o Madonna también lo son.
Una gran proporción de estas celebrities entran dentro de ese 2% de la población cuyo coeficiente intelectual supera los 130 puntos. En España se estima que hay un millón de superdotados, de los cuales hay identificados y certificados unos 250.000.
A nivel escolar, el porcentaje es aún menor. Según los últimos datos del Ministerio de Educación —correspondientes al curso 2017/18— hay identificados 34.113 alumnos de altas capacidades de 8.161.144 alumnos escolarizados. Lo que supone un 0,42% del total de los alumnos.
Esa falta de certificación y la exposición pública de los famosos con altas capacidades hace que muchos padres quieran tener a su pequeño Mozart en casa. Pero esto tiene más que ver, en la mayoría de los casos, con el apego que tienen los padres hacia sus menores que con que los niños sean de verdad de altas capacidades.
“Los padres no deberían crearse expectativas poco realistas sobre sus hijos,
con ello solo conseguirán provocar en el niño inseguridad, ansiedad o baja
autoestima”, explica el psicólogo especialista en superdotados Miguel Funes, quien recuerda que hay que favorecer su desarrollo “personal e intelectual” desde el afecto y la comprensión y hay que evitar a toda costa “proyectar las frustraciones personales de los padres”.
Del mismo modo, Maite Garnica, directora del centro especializado en niños superdotados CES, recuerda que valorar “la inteligencia de un hijo siempre aporta conocimiento y valor sobre él”. Además, más que en las expectativas que puedan generar en los padres es importante “romper la idea de que diagnosticar a un niño es etiquetarlo”.
Para Garnica, el diagnóstico es fundamental para poder adaptar a estos niños sus circunstancias especiales, pero estas distan mucho del clásico test de coeficiente intelectual.
“Se debe realizar una valoración psicopedagógica en la que se analicen diferentes áreas mediante pruebas de inteligencia, creatividad, personalidad y estudio de rasgos cualitativos asociados a esta característica de la persona”, explica. Sin que se derive a un especialista el diagnóstico no existe y por este motivo hay tan pocos “superdotados” o personas con “altas capacidades” anónimos.
Estas pruebas, de carácter “psicométrico” —el clásico test de coeficiente intelectual— evalúan áreas de inteligencia verbal, lógica, visoespacial o de memoria en la que estos alumnos se situarían por encima de los “percentiles promedio”. Pero también se experimentan otras áreas. “Valoramos la capacidad creativa con pruebas también baremadas que nos facilitan saber el percentil en la creatividad narrativa y/o gráfica”, explica Garnica.
La evaluación a base de test no es suficiente, también debe contarse con el profesorado. “La mayoría de ellos no llegan a ser detectados en las aulas. El profesorado, así como otros profesionales de la enseñanza han de saber detectar indicadores en los alumnos. Normalmente son las familias las que se dan cuenta o comienzan a sospechar de la inteligencia de su hijo”, detalla.
No hace falta componer una sinfonía con ocho años como Mozart, pero los superdotados sí que suelen mostrar avances en el desarrollo cognitivo como son los clásicos aprender a hablar y leer antes de tiempo.
Para Funes, alcanzar los hitos del desarrollo a una edad anterior a la que corresponde “suele ser indicativo de una posible superdotación”. Aunque recuerda que estos hitos no siempre aseguran una alta capacidad.
“También se puede dar el caso de niños que muestran cualidades de superdotación o talento a edades tempranas pero que una vez finalizada la maduración cognitiva no mantienen la excepcionalidad intelectual, o lo contrario, niños que no destacan especialmente en los primeros años, pero que al pasar a la adolescencia y la edad adulta son identificados como superdotados”, explica.
La complejidad a la hora de detectar a los superdotados, especialmente en los niños, recae también en esas fluctuaciones ya que tal y como recuerdan los expertos “las altas capacidades no son un factor estático” y menos aún en edades en las que todavía están en desarrollo.
Garnica explica que más allá de estos signos, suelen presentar otros como un “amplio vocabulario, lenguaje avanzado, alta sensibilidad, baja tolerancia a la frustración en el error, auto-exigencia en lo que les interesa o pensamientos sobre cuestiones trascendentales”.
Estos avances hace que se produzca el clásico aburrimiento en clase que tanto se oye al hablar de niños superdotados que, según Garnica, es más común en niños que en niñas.
“Existe un desajuste entre su capacidad intelectual y el currículum diseñado en el curso que les corresponde por edad, por ello, tenemos muchas situaciones de aburrimiento, que de no ser atendidas, pueden derivar en futuro fracaso escolar”, explica. Aunque admite que hay un grupo de alta capacidad que no pierde la motivación escolar, sentencia que las clases deben ser más personalizadas al alumno para evitar este fracaso escolar.
Para Funes la explicación es clara: el sistema educativo no está pensado para esa minoría sino para el gran porcentaje de los alumnos. “Si hay alumnos que presentan un ritmo de aprendizaje y unas competencias cognitivas superiores a las que les corresponden por edad cronológica, es probable que en ocasiones se aburran en clase y que se sientan frustrados y desmotivados”, detalla.
Pero esta creencia porque “se aburren” no siempre es con todas las actividades. “Su nivel de motivación variará en función de los temas que se traten así como del estilo de enseñanza del profesor”, apunta Funes.
“Un niño puede ser brillante en algunas áreas académicas pero en otras no destacar especialmente. Dependerá tanto de su perfil de competencia (sus puntos fuertes y débiles) como de una posible falta de interés o desmotivación hacia determinadas asignaturas”, señala el psicólogo.
Esta falta de atención en clase o desinterés se confunde en algunas ocasiones con el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Esto no deja de ser un fallo de diagnóstico por tener características similares.
“Por un lado, tenemos algunos alumnos de alta capacidad, con gran inquietud mental que no saben gestionar y que les lleva a mostrar esta inquietud de forma psicomotriz, incluso con impulsividad”, explica Garnica quien recuerda que otra característica de estos niños es su capacidad de abstracción, también signo del TDAH.
Sin embargo, Garnica señala que hay casos llamados de “doble excepcionalidad” en la que ambos signos son compatibles. “Un mismo niño o niña puede presentar Alta Capacidad en comorbilidad con TDAH. O Alta Capacidad en comorbilidad con TEA (trastorno del espectro autista), o incluso Alta Capacidad con Dificultades de Aprendizaje (dislexia, discalculia, etc..). El cerebro es más complejo de lo que se puede pensar”, señala.
En este sentido, Funes recalca que aunque pueden convivir cada dolencia tiene unos signos. “En áreas como la atención, la memoria de trabajo o el control de impulsos hay distinciones que un profesional puede identificar”, apunta.
Una forma de estudiar distinta, una rutina estricta o costumbres adelantadas para su edad suelen ser algunos de los hábitos que se han asociado a los niños de altas capacidades. Tanto Funes o Garnica desmienten estos hábitos.
La directora del CES señala que lo que sí tienen son intereses comunes como leer, investigar, experimentar y saber más sobre temas que le interesan como pueden ser los dinosaurios, los animales o el espacio.
Tampoco es cierto que tengan un gran rendimiento académico ni que todos sean unos cerebritos al uso. “En algunos estudios que se han hecho al respecto, el resultado académico no ha sido un indicador de alta capacidad ni siquiera en una mayoría de casos”, explica Garnica.
Aunque no sean cerebritos ni tengan hábitos concretos, ser superdotado sí afecta a la hora de socializar o de expresar sus emociones. Según Garnica, la relación con otros compañeros va muy asociada a los intereses.
Esta inteligencia prematura no siempre se desarrolla acorde a la inteligencia emocional o la capacidad de asimilar ciertas informaciones. “Su elevada inteligencia les permite captar informaciones que no pueden asimilar de forma correcta debido a su corta edad”, explica.
De ahí que desarrollen una gran sensibilidad e intensidad emocional. “Las emociones de los niños superdotados son más complejas y profundas que en otros niños, y en ocasiones se sienten sobrepasados y reaccionan de forma intensa. Hay que ayudar al niño a entender sus sentimientos y a canalizar esa intensidad emocional”, apunta.
En este sentido hay que tener en cuenta también el entorno familiar, donde los padres juegan un papel fundamental para ayudarle a entender el entorno. “Muchas veces estos niños prefieren relacionarse con adultos o con
otros niños más mayores con los que puedan compartir intereses comunes
y que le estimulen intelectualmente. A estos efectos, existen asociaciones
de niños con altas capacidades que les pueden ayudar a ver que hay otros
niños como ellos con quienes compartir preocupaciones, juegos e intereses”, explica Garnica.
En muchos aspectos, tal y como recuerdan los psicólogos, no es nada fácil lidiar con ser superdotado, especialmente en los niños. “Pueden sentir intensamente o generarse muchas preocupaciones”, explica Garnica, quien anima a tratar la inteligencia emocional a la par que la alta capacidad.
Desde luego, si hay padres que desean tener un hijo superdotado pensando que va a ser un genio a lo largo de su vida y que eso no va a acarrear ninguna dificultad, están equivocados.