Ni pin ni puk
Somos la generación de las redes que se creyó aquella mentira fomentada por el capitalismo canalla.
Como periodista y durante toda mi formación tanto académica como personal, he asumido la noble tarea de defender la verdad con honestidad, arrojo y la dosis suficiente de vehemencia como para no perder la fuerza pero sí apostar todo de mí en una lucha constante, beligerante y, en ciertas ocasiones, suicida por la libertad. Sucumbimos, no obstante, ante el poder en ciertas ocasiones porque todos tenemos hipoteca, alquiler, cesta de la compra y la necesidad de vestir a diario ropa limpia.
Muchas veces confundimos el deseo con la realidad y con la apariencia. Confundimos el activismo y la militancia con el periodismo de trinchera. La literatura con la verdad más absoluta. Y el deseo que nos empuja a levantar la cabeza frente a los discursos más aberrantes se convierte, a veces, en nuestra espada de Damocles, sí, pero sin la dosis justa de subjetividad, sin conseguir que aquello que nos duele nos haga más fuertes, convertiríamos nuestra actividad en un mero pasatiempo, en una herramienta perfecta para que, aquellos que sustentan el poder manejen mediante el discurso a la opinión pública sin ningún problema.
Pertenezco a la generación más castigada y precarizada con la crisis del 2007. Nos educaron en altas dosis de frustración y el sistema, incapaz de mostrarnos el porqué de una situación fomentada por el capitalismo canalla, dejó de lado toda aquella oferta formativa que tenía que ver con el espíritu crítico para dar paso a las acciones mecánicas. Fuisteis dioses, nosotras, somos máquinas. Máquinas que sueñan con un SMI de 1200 euros mientras que algunos neoliberales hablan de la eliminación del salario mínimo y de las cuotas de paro que va a generar que los salarios fuera de convenio se sitúen por encima de los 950 euros. Una subida, por otra parte, que afectará a no más de 600.000 personas, nada del otro mundo teniendo en cuenta que en España hay en total 19,5 millones de cotizantes a la Seguridad Social.
Somos esa generación que no supo con 12 años qué era Lehman Brothers pero sí supimos ver cómo el viento en contra nos obligaba dividir los cursos de la universidad para poder hacer frente a la matrícula. Porque en la pública las becas se entregaban, cuando llegaba, a los mejores expedientes; no a quienes no podían asumir la elevada carga económica que supone pagar una asignatura en una educación que supone la quiebra económica para muchas familias.
Somos la generación de las redes que se creyó aquella mentira fomentada por el capitalismo canalla que nos decía que, uno a uno, podíamos conseguir de manera individual los triunfos que a la colectivización le ha costado siglos. Hemos estado aletargados, dormidos en nuestra propia ensoñación, pero hemos despertado.
Levantamos la bandera arcoíris con orgullo y vestimos a diario las gafas de color violeta a la vez que reciclamos los viejos prejuicios en los que nos hemos educado. Salimos a las calles por nuestro planeta y nos unimos porque ahora sí que somos conscientes de que la suma de voces nos hace aún más fuertes. Cambiaremos este mundo, sí, porque este es el mundo en el que nos toca vivir. Y, ante eso, ningún pin parental podrá coartar nuestra libertad de ser, amar y vivir.