Ni había plan ni había banda
Si hay una oportunidad de sortear las elecciones de noviembre no parece que vaya a llegar por un inesperado acuerdo entre las izquierdas. El foco de la presión ha cambiado de bloque.
Ni había plan ni había banda. Pero Albert Rivera siguió con el raca-raca. Igual que en el mal periodismo no se permite que la realidad cambie una noticia, en el planeta Rivera da igual que Sánchez haga una cosa o la contraria. El argumentario no varía: si pacta con Podemos es amigo de los populistas y si no lo hace es que disimula; si pacta con ERC es que quiere romper España y si rompe con ellos, es que ya la había roto previamente.
Dos veces en cinco meses la Legislatura se ha ido al carajo. La primera porque Sánchez no aceptó las exigencias del independentismo en la negociación sobre los Presupuestos Generales. La segunda porque no se plegó a las exigencias de Podemos para un Gobierno de coalición. Pero Rivera los sigue situando a todos ellos en la “habitación del pánico” para destruir España, su bandera, sus instituciones y, si se descuida, hasta los cimientos del Congreso.
La realidad de los hechos ha dejado a la derecha sin su habitual mantra, si bien siempre quedará un Rivera, una Arrimadas o un García Egea para instalarlo en cuanto pueda… y un coro de entusiastas que lo repique por las redes como si fuera, además de cierto, propio.
Sánchez suma con esta derrota un nuevo hito a su biografía, que es ser el primer aspirante a candidato a la Presidencia del Gobierno que acumula dos investiduras fallidas, si bien con ello ha empezado a escribir la segunda entrega del Manual de Resistencia. Busca, sin duda, añadir más épica a su relato: “Si me obliga a elegir entre una Presidencia de Gobierno y mis convicciones, elijo mis convicciones”, espetó a Pablo Iglesias en medio de esa partida de la culpa para ver quién aparece ante los españoles como el responsable de unas nuevas elecciones. Algo parecido dijo el día en que dejó el escaño para no abstenerse en la investidura de Rajoy en 2016.
De nada sirvió que Pablo Iglesias hiciera una oferta “in extremis” “in voce” y a la desesperada para no cargar con el peso del fracaso. Demasiado tarde. En las últimas horas, o incluso antes de que empezara la disparatada negociación entre el PSOE y Unidas Podemos, la confianza ya se había quebrado. Y del respeto político e intelectual, mejor ni hablamos.
En los mentideros se especula con un posible acuerdo en agosto y una nueva investidura en septiembre, pero cuando se pierde la consideración y la cortesía, la reconstrucción de los afectos puede tardar años. A veces, no hay próxima vez ni hay segundas oportunidades. Menos cuando el desencuentro como en el caso de Pablo Iglesias se repite. La de ahora es la segunda vez que el líder de Podemos da al traste con un Gobierno de izquierdas. Y el PSOE no lo pasará por alto.
El fracaso, más allá del reparto de carteras que cada uno pretendiera, de la intransigencia que mostrara, es de una izquierda que históricamente ha demostrado ser incapaz de ponerse de acuerdo. El espectáculo de una negociación llena de filtraciones y mensajes cruzados en las redes sociales ha sido, por momentos, impúdico y alcanzó su momento álgido cuando uno y otro desgranaron los detalles desde la tribuna del Congreso en sus intervenciones. Primero lo hizo el lunes Iglesias. Hoy Sánchez le devolvió la invectiva hasta lograr endosar a su oponente la narrativa del fracaso. Ardía la Carrera de San Jerónimo con sus 40 grados a la sombra y ardía con ella la posibilidad de que España tuviera por primera vez un gobierno de coalición.
Iglesias pretendía hacer de guardián de las esencias de la izquierda con el control de buena parte del gasto y de los ingresos del Estado y no solo subestimó la capacidad de resistencia de Sánchez, sino que también hirió el orgullo de un partido con 140 años de historia.
Si hay una oportunidad de sortear las elecciones de noviembre no parece que vaya a llegar por un inesperado acuerdo entre las izquierdas. El foco de la presión ha cambiado de bloque. Y, como con la altura de miras de Rivera ya no cuentan ni sus valedores, será al PP y a su sentido de Estado a quien se exponga en las próximas semanas al escrutinio público. De momento, el presidente de la Xunta, el popular Núñez Feijóo, ya ha dejado caer que si el PSOE hace una oferta de investidura al PP, los suyos deberían estudiarla. Veremos quién será el próximo en apuntarlo. Todo cabe. Incluso que Íñigo Errejón regrese al terreno de juego nacional y se cobre la revancha de Vistalegre II.
“Todo tuyo, @ierrejón”, ha escrito en su cuenta de Twitter un miembro de la factoría Redondo, donde ya tienen, por si acaso la hubiera, la próxima idea fuerza de la campaña: ni había plan, ni había banda.