Negociaciones Ucrania-Rusia: exigencias, condiciones y propuestas de un proceso aún sin avances
En una semana de contactos en Turquía y por vía telemática, Kiev ha planteado una posible neutralidad con protección internacional, pero del meollo Donbás-Crimea no hay nada.
Ucrania y Rusia han intensificado esta semana sus negociaciones para poner fin a la guerra, pero avances no hay. Siendo optimistas, se puede tomar como positivo que nadie se haya levantado de la mesa, que no se haya roto la baraja. También, que la parte ucraniana esté poniendo sobre la mesa algunas cesiones con las que empezar el movimiento de piezas. Pero hechos tangibles, progresos de los que silencian las armas y salvan vidas, de esos no hay aún.
Durante dos días, martes y miércoles, las partes se vieron en Estambul, con la mediación del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. El viernes, mantuvieron un nuevo encuentro online. Ni siquiera durante las horas en que duraron los encuentros se decretó un alto el fuego temporal. Los delegados hablaron con los bombardeos y los combates y hasta con noticias de supuestos envenenamientos en citas previas como telón de fondo. No es el mejor marco.
Las novedades de la semana son que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, ha hablado de la posibilidad de que su país acepte un plan de neutralidad, que vendría acompañado de un acuerdo de seguridad por parte de una decena de países, como seguro ante su renuncia a entrar en la OTAN. También ha accedido también a hablar del estatus territorial del Donbás (las provincias del este declaradas rebeldes por grupos prorrusos en 2014).
Los hombres del ruso Vladimir Putin, por su parte, han dejado de exigir la “desnazificación” de Ucrania, enarbolada por el mandatario desde el primer discurso que dio lugar a la “operación especial” o invasión, y han anunciado una retirada de sus tropas de Kiev y Chernígov para centrarse en el Donbás, pero las Inteligencias occidentales ya avisan de que no es más que un repliegue para coger fuerzas y centrarse en el este.
Estas son las claves de un proceso ilusionante porque no hay nada más a lo que aferrarse pero que, objetivamente, no ha añadido todavía ni un un minuto de paz a la zona.
La neutralidad de Ucrania
Zelensky ha accedido estos días a convertir Ucrania en un Estado neutral, un paso que hizo que se hablara de inmediato de acercamiento, hasta que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, terció poco después y zanjó: “no hay avances”. Su comentario encajaría con una de las principales exigencias de Putin: que su país vecino no tome parte en conflicto alguno, que no ayude ni perjudique a Estados beligerantes ni les permita usar su territorio con fines militares, y añada además la garantía de que no se unirá a la Alianza Atlántica.
En todo caso, Zelenski matizó que cualquier potencial acuerdo requerirá una reunión cara a cara con Putin y garantías de seguridad efectivas de que su país no será atacado. También afirmó que un hipotético pacto bilateral que incluya la neutralidad de Ucrania tendría que someterse a referéndum en el país, toda vez que implicaría un cambio en su constitución.
La propuesta de Kiev es que países como Israel, Polonia, Canadá y Turquía -unos por poderío y otros por cercanía- estén entre los garantes de su seguridad en el caso de que decida adoptar esa neutralidad. También se considera la inclusión del Reino Unido, China y EEUU, aunque este último sería mucho más espinoso y molesto para Rusia. Ucrania no formaría parte de ninguna alianza militar ni tampoco albergaría bases militares, insistió el negociador, quien dijo desde Estambul que varios de estos Estados ya habrían dado su visto bueno a esta participación.
La garantía de seguridad vendría a ser como la aplicación del artículo 5 de la OTAN. Es decir, en caso de que Ucrania fuera atacada los demás países intervendrían en su defensa como si de un aliado se tratase. Lo amplió en El País el ministro Dmitro Kuleba: habría obligación de que “aquellos países que brindan sus garantías de seguridad provean a Ucrania en 24 horas de todas las armas necesarias, se adopte una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU exigiendo parar la agresión y se impongan sanciones”. Un escudo, al fin, por si se ven atacados de nuevo. Porque neutrales no quiere decir débiles.
¿Eso supone que Ucrania se desmilitariza por completo, que se queda sin ejército? No parece realista ni que Rusia lo exija ni que Ucrania lo acepte. Sí se podría llegar a un consenso para limitar el número de tropas ucranianas, prohibir las armas ofensivas y las nucleares (Ucrania renunció a ellas tras su independencia, se las devolvió a Moscú), entrar en cualquier acuerdo extra con la OTAN o crear zonas de distensión en las fronteras que no se pueden sobrepasar, como colchones preventivos.
Eso, por la parte defensiva. Pero ¿y por la política? La futura pertenencia a la Unión Europea podría convertirse en un punto conflictivo. Hay margen, porque no es lo mismo convertirse en parte de la UE que de la OTAN. El diario Financial Times anticipó que Rusia está dispuesta a aceptar que Ucrania se integre en la UE si promete ser neutral. Ucrania ha pedido su ingreso, pero los Veintisiete no facilitarán una vía rápida para que lo logre. Este punto podría quedar para una fase posterior de las negociaciones, ya con un alto el fuego instaurado.
Hay diversos modelos que pueden servir de referencia. Suiza, por ejemplo, no pertenece a la UE, aunque ha firmado acuerdos con el bloque sobre comercio y libertad de circulación, nunca ha sido parte de la Alianza Atlántica y no se unió a las Naciones Unidas hasta 2002. Austria, por su parte, firmó una neutralidad con los rusos en 1955 para hacer una especie de amortiguador entre la URSS y Occidente. Así recuperó su independencia. No es parte de la OTAN ni cuenta con bases extranjeras en su suelo, pero sí pertenece a la UE y, como tal, ha impuesto sanciones internacionales como las dirigidas a Rusia por la invasión de Ucrania.
El caso suizo ya parece anacrónico en estos tiempos, por lo que el austríaco es el más afinado, dicen los expertos. Hay otros cinco países de la UE que no forman parte de la OTAN: Finlandia, Suecia, Irlanda, Malta y Chipre, pero todos ellos -excepto Chipre- cooperan con la OTAN a través del programa Asociación para la Paz, que les permite diseñar a medida su relación con la alianza militar occidental.
Modelos y etiquetas aparte, es muy complicado ceder esta neutralidad porque Putin es absolutamente indescifrable e impredecible. No hay que olvidar que hay precedentes de incumplimientos, como el Memorándum de Budapest, por el que Kiev renunció a su arsenal atómico a cambio de que algunas potencias -entre ellas Rusia- se comprometieran con la salvaguarda de su territorio. Rusia era guardaespaldas y en 2014 le ocupó Crimea y alentó a los independentistas de Donetsk y Lugansk. Como para fiarse.
Se avance en este punto o en otros, el Gobierno de Kiev plantea varias condiciones antes de firmar nada de todo esto que está en el aire. Además de las garantías de seguridad ya citadas y alguna extra no afinada aún, reclama obviamente la retirada del Ejército ruso a las líneas previas al inicio de la ofensiva, el 24 de febrero pasado, un alto el fuego estable, la apertura sin sorpresas de corredores humanitarios y el reconocimiento de la integridad territorial de Ucrania, dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas.
Eso quiere decir que Ucrania no se plantea ceder, al menos ahora, sobre el estatus de Crimea y el Donbás. El primero de estos territorios se lo anexionó Rusia en 2014, mientras que el segundo está en guerra desde hace ocho años, tras la declaración de independencia de Donetsk y Lugansk por parte de separaristas afectos a Rusia.
“La soberanía y la integridad territorial de Ucrania están fuera de cualquier duda”, dice Zelenski en cada intervención, aunque ha dejado la puerta abierta a hablar las cosas. Frente a él, lo que quiere Putin, su verdadero objetivo, muy por encima de la no entrada de Ucrania en la OTAN, la raíz de esta guerra. El Kremlin insiste en su exigencia de que Ucrania acepte el hecho consumado de su anexión unilateral de Crimea y reconozca la soberanía rusa sobre esa parte de su territorio, a la vez que reclama plena independencia para sus colaboradores del Donbás. En 2014, poco después del referéndum ilegal en Crimea sobre su estatus, los rebeldes prorrusos, apoyados por el Kremlin, hicieron una votación en parte de esos territorios para reclamar la independencia, que nadie en la comunidad internacional ha avalado. El reconocimiento de la plena soberanía de estas provincias fue el paso previo de Putin al inicio de la ofensiva. Hasta el inicio de la invasión, los sublevados controlaban aproximadamente un tercio de ambas provincias, no todo el territorio.
No está claro, en la negociación final, si Putin reclamaría su soberanía completa o sobre las líneas de combate del mes pasado. Zelenski ha dejado entrever que aceptaría una vuelta al statu quo previo a la invasión, esto es, una retirada de las fuerzas rusas a la línea de demarcación que, antes del 24 de febrero, separaba la zona de Donbás bajo control de Moscú, a través de los separatistas prorrusos, del área dominada por el Ejército ucranio.
Lo tiene complicado el presidente ucraniano, no sólo por las presiones rusas, sino por las internas. Los combatientes de su Ejército y los civiles armados están altamente motivados, viendo que han logrado frenar una guerra relámpago que era lo que deseaba Rusia. La moral, pese al daño, está alta, y plantear perder dos territorios por los que se lleva peleando ocho años, por los que se ha derramado mucha sangre, no es fácil ni popular. Hay partes de Inteligencias como la británica que alertan de que una cesión entendida como excesiva puede dar lugar a escisiones entre los uniformados, gente que no asuma lo que conceda el Gobierno, difíciles de controlar.
El viceministro de Defensa de Rusia, Alexander Fomin, ha dicho que su decisión ahora es “reducir de manera drástica” la actividad militar alrededor de la capital ucraniana, Kiev, y una ciudad al norte, Chernígov, como gesto “para aumentar la confianza mutua en negociaciones futuras”. Las inteligencias de Londres y Washington sostienen que no es más que un movimiento para concentrarse en el este, su verdadero objetivo. No es una estrategia, eso es todo lo que pueden hacer, dicen.
Nada tiene que ver esto con una rendición. Se ha detectado menos actividad tras el anuncio ruso, pero nadie se fía. Lo que está claro es que sigue el empeño en Mariupol, ciudad portuaria clave en el Donbás, y Odesa, central en el Mar Negro. La idea de Putin de lograr un corredor entre Crimea y el Donbás que le conecte con su propio territorio, ganando el acceso al mar y controlando -directamente o con Gobiernos satélite- una región rica en recursos y en industria, es la clave.
Y Rusia, ¿qué da?
El ministro de Exteriores, Sergéi Lavrov, aseguró el lunes que veía “posible” un acuerdo entre Rusia y Ucrania. Una palabra que todos queremos escuchar pero que no deja de ser eso, una palabra. El viernes añadió: se han registrado “avances”, aunque todavía no hay nada cerrado y Moscú ultima su respuesta a las reivindicaciones de Kiev.
Al menos, la presencia rusa en la mesa es una demostración implícita de que las cosas no le van bien en la guerra y sabe que tiene límites. Está preocupada por el avance de la contienda, por la falta de manos que lleva a recurrir a sirios, por los efectos económicos que dejan las sanciones. Esta semana han llegado informaciones de Occidente que sostienen que Putin no está recibiendo información correcta sobre la guerra, que sus asesores le cuentan poco o se lo edulcoran, sabedores de la respuesta que pueden generar ante un parte de enquistamiento.
Por ahora, de Moscú sólo se han logrado pequeños altos el fuego en Mariupol para evacuar a los asediados. Son unilaterales, no surgen de las negociaciones de paz en sí, aunque responden a los contactos con las autoridades ucranianas y a la presión internacional, especialmente de la ONU, que clama por frenar la carnicería que se está produciendo en esta ciudad. Quieren quedarse con ella como sea.
El Financial Times también ha adelantado, citando un borrador manejado en Estanbul, que Moscú podría haber renunciado a algunas de sus exigencias iniciales a Ucrania: la desmilitarización del país, la protección legal del ruso -cerca del 30% de ucranios tienen ese idioma como lengua materna, lo que refuerza la hermandad con Rusia, dice- y la famosa “desnazificación” de las autoridades ucranianas. No ha dado razones de este giro que era el que, inicialmente, hacía pensar en la intención de Putin de derrocar a Zelenski e instaurar un régimen amigo en Ucrania, similar al de Bielorrusia. Su posición no es la del vencedor, no va ganando la guerra, pero tampoco la pierde aún, y así es difícil decidir cesiones, es un riesgo aparecer como el débil.
Rusia ha mencionado que solo cerrará una reunión entre ambos mandatarios después de que estuviera listo un borrador del acuerdo de paz. Y para eso queda mucho.
Hoy es imposible saber cuándo acabará la guerra.