Negacionismo en tiempos de la COVID-19
Los negacionistas de la COVID-19 suponen un peligro para la salud pública, ya que alientan a la población a la desobediencia.
El negacionismo, a pesar de lo que muchos puedan pensar, no es ninguna teoría, sino un comportamiento humano que consiste en negar una realidad incómoda de aceptar y que, además, es científicamente demostrable.
Esta corriente de pensamiento –que se encuentra en la linde de la estulticia– no atiende a los dictados de la razón y plantea, desde una perspectiva visceral, una realidad distorsionada.
Desgraciadamente, los negacionistas, lejos de estar solos, encuentran su respaldo en la colectividad, necesitan retroalimentarse de otras personas que se escudan detrás de los mismos mitos, basados en creencias emocionales o ideológicas.
Negar la verdad no es una invención del siglo veintiuno, es un fenómeno que ha existido en todas las épocas de la historia. Recordemos lo que le sucedió a Galileo Galilei por defender que la Tierra gira alrededor del sol o a Charles Darwin con su teoría evolutiva.
Y es que el negacionismo gravita en una feroz resiliencia a aceptar cualquier tipo de cambio y asienta su filosofía en un inmovilismo perseverante.
En las últimas décadas hemos visto aparecer a los negacionistas de la Shoah –holocausto judío–, a los de la llegada del hombre a la luna y a los del cambio climático. En estos últimos meses al ejército de la filosofía negacionista se han añadido nuevos incondicionales, los trumpistas.
La COVID-19 ha sido un campo abonado para aquellos que defienden que la crisis sanitaria mundial en la que estamos sumergidos –con más de 750.000 muertos en todo el mundo– es un trampantojo con el que las élites del planeta tratan de imponernos un Nuevo Orden Mundial que nos abocará irremediablemente a una dictadura global.
Para ellos las “tres emes” –mascarilla, lavado de manos y distancia métrica de seguridad– son una falacia creada para cercenar la libertad individual, puesto que el virus, simplemente, no existe. Mientras afirman este sinsentido enarbolan la bandera de la superstición, el chamanismo y las pseudociencias.
Para poder combatirlos apenas hay que bucear en su pseudofilosofía. De entrada, son un grupo heterogéneo: hay unos que afirman que el virus no existe, otros que fue generado por la tecnología 5G y un tercero que defiende un bautismo biológico en un lejano laboratorio militar.
Otros prebostes de estas corrientes abogan que la gravedad de la COVID-19 está exagerada por motivos geopolíticos y desconfían de las cifras de fallecidos y afectados; para ellos sencillamente se están abultando para atemorizar a la población.
Su deriva antisistema les lleva a dogmatizar que la mascarilla provoca, además, infecciones y situaciones que ponen en peligro la salud, debido a que con ellas se desciende en exceso el nivel de oxígeno de la sangre.
La verdad es que esta situación no es nueva, ya sucedió en la década de los ochenta con el virus de la inmunodeficiencia humana y, más adelante, con el virus de la gripe A.
Aparte de las sonrisas que pueda generar toda esta sobreabundancia de desinformación, los negacionistas de la COVID-19 suponen un peligro para la salud pública, ya que alientan a la población a la desobediencia.
¿Cómo se puede desmantelar de una vez por todas este tipo de teorías? Basta seguir una sencilla secuencia biológica. Si contagiamos a un animal sano con el coronavirus se reproduce en él la enfermedad. Si a continuación se realiza la autopsia y se analiza su aparato respiratorio, se detectará la existencia del coronavirus, el cual se puede aislar y purificar.
En un segundo acto, si se administra a un segundo animal sano el virus purificado la enfermedad volverá a aparecer. En definitiva, hemos seguido la secuencia lógica y científica que Robert Koch describió allá por el siglo diecinueve. En román paladino, el virus habita entre nosotros.