Nada nuevo de nuevo
Una viñeta de Pepe Vera.
La primera máquina expendedora fue inventada por Herón de Alejandría en el siglo I (d.C.). Esta máquina disponía agua bendecida en las puertas de los templos del Egipto helenístico. El primer vending de la historia funcionaba con una moneda de cinco dracmas. En 1880 el inglés Richard Carlisle, propietario de una editorial, ideó una máquina expendedora de libros. También funcionaba con monedas de curso legal. Ocho años después la Gum Company Thomas Adams instalaría en el metro de Nueva York unas máquinas de vending con los chicles Tutti-Fruti.
Con la máquina de Herón la ciencia se puso al servicio de la fe. Si eres creyente el agua bendita es un producto con una incuestionable utilidad. Pero sin duda tenía un uso más práctico. La higiene. Ya que los fieles se lavaban cara y manos a la entrada del templo. El invento de Carlisle también vendía un producto que sirve para mucho. La incuestionable utilidad de la lectura. La máquina de golosinas de la Gum Company Thomas Adams es idéntica en intensiones mercantiles. Pero se diferencia de las anteriores en la utilidad del producto. Vender Tutti-Fruti no responde a una necesidad útil que genere algún beneficio al consumidor. El chicle se inventa para su venta únicamente. Ni bendice, ni limpia y tampoco transmite conocimiento. Se crea la irreal y dulce necesidad de consumir un producto innecesario solo por placer.
A través de las actuales máquinas de vending se puede comprar de todo. Pero, con respecto a las chuches deberíamos recordar que, aunque puedan mejorar el aliento siguen tentándonos con sus innumerables formas, sabores y colores de siempre. Nada nuevo de nuevo.