Nada, nadie, nunca II
NADIE
Como diría Fray Luis de León, tras sus cuatros años de injusto y aburrido encierro: "Decíamos ayer..." que a veces la vida contemplativa, hacer esa cosa que llamamos "nada" puede ser lo más sabio, pero suele ser tan aburrido... que en el fondo a casi nadie le gusta. No hacer nada es una conducta negativa, que implica abstención, apatía, acedia o hastío. Si se me permite el galimatías, "nunca nadie saca nada bueno de nada". Lo bueno siempre viene de hacer algo, aunque sea "hacer nada", pues la inacción activa, tan acorde a Cicerón y Fray Luis, a veces es estupenda, necesaria para recuperar el control del cuerpo y el espíritu, como tan bien lo saben en nuestras vetustas instituciones monacales. Pero en general el nada es una vía que lleva al nadie y al nunca, negaciones absolutas que acaban en la extinción de la existencia.
Pero dejemos el galimatías verbal y vayamos al grano. El asunto que me preocupa es que si en nuestras castillas mesetarias no hacemos nada por pasividad impasible, por miedo a lo extraño y los extraños, o por temor a perder lo poco que tenemos, entonces no habrá nadie para contarlo. De una u otra manera, ya sea por inacción pasiva o activa, al final la amenaza es el nadie: Nadie en los campos, en los pueblos, en los colegios, en los cines, en las universidades. Nadie en los trabajos, en los trenes, en los autobuses ciudadanos. Todos centrifugados a las periferias, y los pocos que quedemos ocuparemos los hospitales, los geriátricos, las residencias de ancianos. Andaremos por las anchas castillas y nadie saldrá al recodo del camino a saludarnos. Veremos un árbol, un pájaro, un ciervo y lo tomaremos por alguien de nuestra familia. La nada y el nadie se harán compañía en un árido desierto de silencio y soledad aunque, eso sí, serenísimo y bellísimo.
¿Qué podemos hacer? ¿Contamos acaso con gobernantes, líderes, expertos... que sean capaces de cambiar este sino? ¿Querrán, sabrán y podrán hacerlo? ¿O hemos de ser cada uno de nosotros los que asumamos esta tarea con compromiso y constancia?
Es difícil contestar, pero parece claro que si por acción u omisión nos dejamos ir hacia esa nada tan acorde con nuestra vieja tradición contemplativa, entonces llegará un día en que nadie tendrá necesidad de irse a buscar soluciones allá donde las haya. Ni siquiera quedarán más de esos que ahora se van a espuertas, los que se llevan el futuro y no traen el porvenir.
Nada y nadie son las dos amenazas esenciales que nos acosan. Soluciones hay, pero implican una acción decidida, valiente y persistente. Un cambio de actitud que de momento no se aprecia en nada ni en nadie, en ninguna intención ni planificación concreta, ni en ninguna institución con capacidad de liderazgo. Nos limitamos a mesarnos los cabellos cuando los periodistas reactivan la alarma de la despoblación, pero luego, nunca nadie hace nada.