Mujeres y hombres, libres e iguales
Me llama la atención la capacidad que demuestran el dinero y el poder para integrar las discrepancias, contradicciones y resistencias, siempre que acepten la regla explícita de terminar pasando por caja. Viene a cuento esta reflexión cuando compruebo que conceptos y expresiones como Libres e Iguales han sido patrimonializadas por líderes de la derecha extrema, la extrema derecha y hasta la derecha naranja que, como bien se sabe, va del rojo al amarillo.
La primera vez que encontré ese concepto y me lo apropié, fue en un libro del anarcosindicalista Juan Gómez Casas, un hombre fraguado en las Juventudes Libertarias, la Guerra Civil, las cárceles franquistas y que terminó siendo el primer Secretario General de la CNT al llegar la democracia. Escritor incansable, historiador, comprometido, sufrió todas las divisiones que aquejaron y fracturaron a la organización durante aquellos años.
Libres e iguales, así deseaba aquel hombre que fueran las personas en una sociedad libertaria. Me apropié de su expresión y de la idea. Las he utilizado abundantemente durante años. Sobre todo cuando la derecha más rancia, encabezada por Esperanza Aguirre, inició su agresión contra la igualdad, enarbolando la bandera de la libertad.
No era tan siquiera una ultraliberal, por más que se proclamara amante de Thatcher. Sólo defendía la libertad de los que ejercen el poder para conceder mamandurrias sin cuento a empresarios amigos, periodistas desencantados, medios de comunicación de la caverna, fundaciones de todo tipo y organizaciones clientelares, entre la complacencia de unos y el silencio de muchos. Todo se compraba.
Así se hicieron ricos unos cuantos en aquella época, mientras quienes hicimos frente a aquella política y a aquellas políticas, éramos acusados de vivir de subvenciones y comiendo mariscadas. Todo por defender a Luis Montes y los profesionales del Severo Ochoa de Leganés, el agua pública del Canal de Isabel II, el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, la sanidad pública, la enseñanza pública, Telemadrid pública. Hasta chocamos con ella cuando nos enfrentamos a sus intenciones de colocar a su vicepresidente como presidente de Cajamadrid.
Abandonamos nuestros cargos con nuestro mismo salario, algunas canas más y unos cuantos arañazos. Ella abandonó el suyo muy considerada como cazatalentos y rodeada de ranas que croaban en los juzgados. Pero no importa. Creó escuela y al final, uno de sus más fieles cachorros ostenta el poder de la derecha española, con todas las bendiciones de José María Aznar, cuyas FAES han servido de refugio y guarida a muchos de estos personajes.
Otros cachorros se han refugiado tras las puertas giratorias de los negocios privados y unos cuantos personajes que ella regó con abundantemente dinero, han dado el salto mortal del transfuguismo y juguetean con el nuevo partido ultramontano de moda. Hay quien hasta escribe libros de exaltación del nuevo líder neofranquista, mientras presume de haberle adoctrinado ideológicamente.
Fue esa Esperanza Aguirre a la que escuché, de buenas a primeras, comenzar a hablar de Libertad e Igualdad allá donde le venía a cuento, o sin venir a cuento. Luego, primero contra el proceso soberanista en Cataluña y luego contra el ascenso de Podemos, promocionó una plataforma con el nombre de Libres e Iguales, que no encabezó ella, argumentando que estaba en primera línea de la política, pero en la que no faltaron sus periodistas, sus artistas, sus cineastas y no pocos de sus cachorros. Los Tertsch, Jiménez Losantos, Sánchez Dragó, Boadella, Adolfo Suárez Illana, Ángeles Pedraza, Girauta, Nart, o Cayetana Álvarez de Toledo.
Allí debió de mimetizar Alberto Rivera el concepto para interpretarlo a su manera como la existencia de una nación española de ciudadanos libres e iguales, definida por oposición al nacionalismo catalán y, por extensión, a la España de las autonomías, no necesariamente menos unida por el hecho de ser y reconocerse plural y diversa.
Por estas extrañas vías, el concepto esbozado por el viejo sindicalista anarquista, que pretendía defender la igualdad sin caer en los errores de las dictaduras estalinistas y propugnaba la libertad de las personas sin renunciar a la solidaridad, ha sido pervertido, convertido en bisutería, a base de ser utilizado sin complejos por la derecha para defender la libertad de unos pocos privilegiados, incompatible en sí misma con la igualdad de oportunidades.
Se cumple así el postulado que Lewis Carroll nos regaló en su hermoso libro Alicia a través del espejo: “Cuando yo uso una palabra-dijo Humpty Dumpty con tono burlón- significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos./ El problema es- dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes./ El problema es –dijo Humpty Dumpty- saber quién es el que manda. Eso es todo”.
Por eso, para quienes creemos que quien manda (o debería mandar) es el pueblo y por eso acudimos a votar, la libertad no es la ley de la selva al servicio de los depredadores, sino el ejercicio de una responsabilidad que incluye el deber de hacer posible que los distintos y diversos puedan acceder a los mismos bienes y servicios constitucionalmente reconocidos para toda la ciudadanía. Ni más ni menos.