El huerto de Santa Rita, un lugar mágico
La escritora publica 'Muerte en Santa Rita', un 'noir' mediterráneo.
Cuando me aparece en la mente el primer vislumbre para una novela, lo normal es que venga un personaje -con su voz y su forma de hablar- o una idea curiosa que me permite empezar a desarrollar las complicaciones de una trama. Sin embargo, en esta ocasión, lo primero que me llegó fue Santa Rita, tanto el lugar como el concepto, la forma de vivir de la gente que la habita.
Hace tiempo que me planteo lo mal que, como sociedad, estamos resolviendo el grave problema de los últimos años de vida tanto de nuestros mayores, en estos momentos, como lo que nos sucederá a nosotros mismos cuando nos llegue el turno. Una de las peores cosas a las que nos enfrentamos, y que en muchos casos comienza ya en la primera adolescencia es la soledad, tanto si es objetiva como si se trata de una sensación interna que nos hace sentirnos solos, aunque tengamos compañía.
La soledad se está conviertiendo en uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, hasta el punto de que en Japón se ha creado recientemente un Ministerio de la Soledad, que se ocupa de solventar este problema, o al menos de intentarlo. En el Reino Unido ya en 2018 se creó una Secretaría de Estado para combatirlo y en Alemania ya se están tomando medidas, porque las cosas cada vez van peor.
Se me ocurrió lo bonito que sería, al menos en el papel y como experimento, crear un lugar donde puedan convivir personas de varias generaciones ayudándose y acompañándose. Como la ventaja de la escritura es que todo resulta posible y que no hace falta ninguna inversión económica, empecé a inventar libremente: tenía que ser una casa muy grande para que cada uno de los residentes pudiera tener un espacio propio, ya que el derecho a la intimidad me parecía un ingrediente básico, y tenía que tener jardín. Por eso Santa Rita no es una casa propiamente dicha, ni un palacio o un castillo medival, sino un antiguo balneario, (que luego fue sanatorio, y después manicomio para mujeres), lleno de habitaciones, con salas comunes, comedor, gran cocina, biblioteca y todo lo que puede hacer falta para que un grupo de gente de hasta cincuenta personas pueda vivir cómodamente en ella. La idea era también que hubiese una propietaria que es quien decide en último término quién puede vivir allí y quién no: Sofía, una escritora de más de noventa años, y su asistente personal, que es también su mejor amiga.
Allí conviven desde una chica joven con un niño de tres años, pasando por unos cuantos estudiantes de diferentes carreras, hasta hombres y mujeres jubilados de distintas edades e incluso un par de personas que aún están en la mitad de su vida y tienen trabajos normales fuera de allí. Todos colaboran con dinero o con trabajo o con ambas cosas a que se pueda llevar adelante la vida cotidiana: la compra, la cocina, el jardín... Son buena gente, educados, divertidos, dispuestos a arrimar el hombro y a ayudar a sus vecinos en lo que haga falta, y, por supuesto, todos enamorados de Santa Rita, que es un paraíso mediterráneo con sus palmeras, buganvillas, madreselvas, yucas, strelizias... fuentes, bancos de azulejos valencianos o de forja blanca, mirador, glorieta... y que, además, sin que casi ninguno de ellos lo sepa, oculta antiguos y terribles secretos que irán siendo desvelados poco a poco a lo largo de las páginas.
No sé si mi fantasía de Santa Rita podría hacerse realidad, si la gente conviviría de un modo tan armónico como el que yo pinto en la novela, pero sé que me encantaría que así fuera y sé que los jóvenes vivirían felices teniendo resueltas las cuestiones de intendencia -cama, comida, ropa arreglada, personas experimentadas en distintas profesiones- mientras que los viejos disfrutarían de todas las ventajas de tener gente de veinte años a su alrededor -alegría, novedades, dominio de la técnica y la informática, conductores siempre dispuestos a llevarlos o a acompañarlos a donde necesiten-. Yo lo imagino como una gran familia bien avenida pero con más intimidad y respeto por los límites del que suele ser habitual en las familias de sangre. Los niños tendrían siempre quien jugara con ellos y los cuidase mientras las madres o padres fueran a atender sus asuntos. Los ancianos no se encontrarían nunca solos. Los jubilados tendrían mucho que hacer y planear. Los estudiantes podrían vivir en un paraíso a cambio de ayudar cada uno en lo que mejor supiese hacer.
Santa Rita es un sueño, y un homenaje a mi tierra y a mi luz mediterránea. Es también el escenario de una serie de novelas de crímenes que empiezan ahora, en Muerte en Santa Rita, que se llama así en un guiño a la escritora que tantos buenos ratos me ha hecho pasar, Agatha Christie. Y es una saga familiar con hincapié en las mujeres de la historia, que empieza ahora, en el presente, y va retrocediendo poco a poco hacia mediados del siglo XIX cuando el doctor Lamberto Montagut fundó el primer Balneario de Talasoterapia de la costa mediterránea.