Mucho más que promesas
A medio camino de la comedia negra, el drama y el thriller, la colorida y luminosa puesta en escena de 'Una Joven prometedora' hiela la sangre porque no hace más que remarcar la cutre miseria de la violencia sexual contra las mujeres.
Gran guion el de Una joven prometedora (Reino Unido, 2020) de Emerald Fennell, que también es su directora. Ha ganado el Oscar al mejor guion y un montón de premios y nominaciones más.
Primero llegó la magnífica The assistant (EEUU, 2019) de Kitty Green, inspirada en el depredador Harvey Weinstein y en los oscuros y siniestros manejos de la compañía Miramax (y tantas otras), en la que una actriz de una pieza, Julia Garner, encarna como los estragos del abuso sexual y la violación se inscriben en su cuerpo, en sus ojos, en el gesto, a partir de su pan de cada día —la humillante rutina de su trabajo—, de lo que ve, lo que siente, en una lección magistral de lo que es el fuera de campo. Repleta de detalles, muestra la complicidad criminal del personal de la empresa, incluida la de los dos “iguales” que comparten despacho con la protagonista, sin la que el abuso no sería posible.
Los mismos días, otra película, El escándalo (Bombshell) (EEUU, 2019) de Jay Roach, se inspiraba en los relatos de trabajadoras de la Fox News sobre el acoso sexual que sufrían por parte de Roger Ailes, un importantísimo ejecutivo de la empresa. Los encarnaban Charlize Theron, Nicole Kidman y Margot Robbie, para poner de manifiesto que cualquier mujer, por poderosa que sea, puede ser una presa.
Era cuestión de días que se empezara a hacer ficción; no es raro, por tanto, que se haya realizado una película como la inquietante y desasosegadora Una joven prometedora. A medio camino de la comedia negra, el drama y el thriller, la colorida y luminosa puesta en escena hiela la sangre porque no hace más que remarcar la cutre miseria de la violencia sexual contra las mujeres; la permisividad (cuando no el apoyo) ante la violación. El contraste aleccionador entre, por ejemplo, la ramplona boda y la sordidez del abuso sexual paraliza la sonrisa.
La protagonista, una espléndida y versátil Carey Mulligan que interpreta a Cassie (Cassandra, y no es un nombre elegido al azar) Thomas, hace una vida extraña y solitaria. La profunda herida la secciona y vive con la esperanza de vengar a su amiga del alma, Nina Fisher, destrozada y suicidada a raíz de una violación. Venganzas que no se acercan ni por asomo al talionano ojo por ojo, diente por diente.
De la minimización de la violación, hay pruebas a miles. En 2016, dos estudiantes suecos vieron como un joven restregaba su cuerpo sobre una mujer inconsciente y semidesnuda detrás de un contenedor de basura en el campus de la universidad de Stanford. Alarmados, se acercaron y le preguntaron qué hacía. Brock Allen Turner, el agresor, un nadador de 20 años empezó a correr. Iba borracho. Los dos estudiantes le persiguieron y lo retuvieron hasta que llegó la policía.
Turner fue declarado culpable por un jurado de California. La pena máxima eran 14 años pero el juez, Aaron Persky, lo condenó a seis meses de prisión en un centro de baja seguridad y en libertad condicional porque temía que una sentencia más justa tuviera un “impacto severo” en su vida, pobrecillo. Durante el juicio, el padre lamentó que la vida de su hijo hubiera quedado destruida por veinte minutos de acción. Curiosa acepción de la palabra “acción”; quizás habría usado otra si la víctima hubiera sido su hijo. Por otra parte, disparar una pistola es cosa de segundos, no condenaremos a nadie por un instante.
El chico declaró que una noche de alcohol puede dañar una vida. Se refería a la suya. Como le hizo notar la agredida: él fue la causa; ella, el efecto. Paso a paso, como un calco, lo que ocurre en Una joven prometedora (en la línea del, a pesar de ser un acosador, miembro del Tribunal Supremo yanqui Brett Kavanaugh), aunque las películas, los documentales, no podrán nunca llegar a la bajeza de la infamia de la realidad.
El guion de Una joven prometedora aguanta firme. Cuando parece que la protagonista se ablanda (¡ay, el maleficio del amor romántico!) y aflojará, un giro vuelve a poner la cruda realidad sobre la mesa. Emerald Fennell se reserva el poco agradecido papel de explicar en un tutorial cómo se tiene que pintar una los labios para hacer una mamada. Fennell es una directora, actriz y productora que, a pesar de la juventud, es ya mucho más que una promesa.
Este año, a pesar de la pétrea, férrea y casi inamovible cuota masculina, no una, sino dos películas de directoras aspiraban al Oscar a mejor película, y no una, sino dos directoras, a mejor dirección. Una era Fennell por Una joven prometedora; la otra Chloe Zhao por Nomadland (EE.UU., 2020). La última se ha llevado los dos premios y más. Un canto a la vejez luminosa; no por casualidad la gente mayor en plena pandemia está mostrando una envidiable fortaleza y un estado de ánimo extraordinario, al menos aquí.
Aparte de ver la portentosa actuación de Frances McDormand —también galardonada como productora—, la noche de los Oscar vimos como desfilaban por el elitista Hollywood las glamorosas trenzas y las zapatillas deportivas de la directora Chloe Zhao; o la exquisita McDormand sin maquillaje y despeinada, con un vestido sobrio y austero, y las chanclas habituales (tal vez por eso es casi misión imposible encontrar una foto suya transitando la alfombra roja). Todo un regalo.