La OMS aprueba su estrategia de prevención y control de mordeduras de serpiente
100.000 personas mueren cada año por ellas y 400.000 sufren desfiguraciones o amputaciones de por vida, sobre todo en zonas pobres de Asia y África.
Las mordeduras de serpiente son la “epidemia oculta”, la que mata calladamente en zonas pobres, la que deforma y amputa a ciudadanos que dejan de poder trabajar en su comunidad, la que carece de antivenenos porque no son rentables. Esta semana, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha lanzado su primera estrategia para prevenirlas y tratarlas, un hito por el que los especialistas llevan clamando desde hace 30 años. Su objetivo: reducir a la mitad las víctimas para el año 2030, con un primer presupuesto de 136 millones de dólares destinado a prevención y tratamientos más efectivos.
Actuar es urgente, defiende Médicos Sin Fronteras (MSF), porque los datos son tan poco conocidos como escandalosos: 5,4 millones de personas son mordidas cada año en el mundo, de las que 2,7 millones resultan efectivamente envenenadas y de las que 100.000 fallecen. Otras 400.000 acaban desfiguradas o discapacitadas de por vida. Mata más que cualquier otra enfermedad de la lista de Enfermedades Tropicales Desatendidas de la OMS, en la que están la leishmaniosis o el dengue. Y mata a los que menos tienen, a los que no visten ni zapatos, duermen sobre el suelo o trabajan metidos hasta la cintura en el agua de los arrozales.
Pero no es negocio...
Gabriel Alcoba, un doctor hispanosuizo del Hospital Universitario de Ginebra y especialista en Enfermedades Tropicales de MSF, sostiene en una entrevista con El HuffPost que lleva desde 2013 visitando países donde se concentra la mayor incidencia y que la situación, lejos de avanzar, ha empeorado. “En esos años, aún había algunos antivenenos polivalentes y de pronto hubo una escasez importante, porque el último productor europeo dejó de producirlo. No era rentable, no era coste-efectivo, no era interesante para ellos. Fue entonces cuando empezamos a hacer mucho ruido”, explica satisfecho por el paso logrado estos días en Naciones Unidas.
En estos cinco años, los especialistas han tenido el reto de “inventar nuevas soluciones”, componer “nuevos enfoques clínicos con diferentes tipos de productos”, para obtener otros sueros, pero “no son tan polivalentes”, esto es, no sirven para tantos tipos de mordeduras a la vez. “Por ejemplo, en África Subsahariana hay más de 10 tipos de serpientes venenosas mortales, que antiguamente se podía cubrir o neutralizar con ese veneno, pero ahora sólo se pueden utilizar productos que ayudan en una parte de esos ataques. Todo es lento y costoso”, resume.
Y luego está el problema “enorme” del precio y la falta de producción de suero antiofídico. “Cada producto cuenta fácilmente 200 dólares por tratamiento, y puede ser incluso más. Eso para un profesor de escuela de La India es inasumible, representa más de un año de salario. Es una ruina casi de por vida” se duele.
¿Y no se buscan soluciones porque los afectados son pobres? El doctor Alcoba no lo duda. “Así es”, asume. Las mordeduras se concentran en África, Asia y algunos países de América Latina, pero pese a la dimensión del problema y su extensión, “no generan la misma alarma o fenómeno que enfermedades como el ébola”. Entiende que es porque los males epidémicos “viajan fácilmente por avión y asustan porque pueden llegar a Europa o a EEUU”, por eso hay mucha producción de antivenenos, “pero las serpientes no viajan mucho por avión ni son una alarma de bioterrorismo, lo que es un factor psicológico muy importante para que se actúe. No crean esa psicosis y por tanto no hay tal motivación para las farmacéuticas”, añade.
Más allá de las muertes, incide, es “terrible” la herencia que dejan en los supervivientes. Las amputaciones, relata, van desde un dedo a un brazo, una pierna, con el daño que eso genera en trabajadores manuales o en madres de proles numerosas, que con estas deformidades ya no pueden hacer mucho. “Es muy difícil aceptar esta situación siendo médico. Con la formación que tienes, con la tecnología que tienes, sabiendo que los avances existen y hay soluciones… es bastante inaceptable”, reconoce el pediatra.
La voz se le vuelve sombría porque acaba de explicar cómo llegan los afectados, que presentan todo tipo de síndromes: la niña que llegó al hospital con una lágrima roja y de pronto colapsó con un shock hemorrágico, el niño al que una serpiente mordió en la cara y casi se asfixia.
¿En qué van a cambiar las cosas?
La radiografía que hace este especialista de MSF no es buena, pero está convencido de que va a cambiar con la nueva estrategia de la OMS, que cuenta con el apoyo de una treintena de gobiernos y por el que han luchado decenas de ONG como la suya. Contempla tres ejes esenciales: el acceso a los antídotos, la movilización de las comunidades afectadas y la prevención.
El primero, detalla Alcoba, es una cuestión “de tecnología”, un proceso que “tarda mucho tiempo, necesita dinero dinero y tiempo para homologar los productos, en términos de calidad y eficacia y para hacerlos asequibles, con un abastecimiento regular”.
En el caso de la movilización comunitaria, la clave es “aumentar la mentalización”, a todos niveles, desde los profesionales de la salud a jefes de un poblado, pasando por las familias y los empleadores. “Hablamos de sitios donde hay mucha medicina tradicional, que puede ser complementaria pero que también retrasar el proceso de curación, con prácticas que pueden ser peligrosas. Hay que lograr que los pacientes sean atendidos en urgencias, con antivenenos, y que se agilice el nivel de conocimientos a nivel de centros de salud y también en estudios universitarios. Eso todavía no existe”, lamenta.
En Ginebra, por ejemplo, se está trabajando en hacer además mapas de riesgo, en los que se detallen los focos de serpiente, los tipos, los productos que necesitan sus víctimas... La idea es afinar el tratamiento y que sea más efectivo.
En tareas de prevención, hay ya proyectos de referencia en Sudán del Sur, Nepal o Camerún que empiezan a funcionar, y que tienen una base que parece sencilla, fácil, pero en realidad es un mundo en lugares sin muchos recursos. “Hay que concienciar del uso de zapatos o botas, dormir con mosquitero y en una cama elevada, no tener la comida en la misma habitación donde se duerme, porque por ejemplo las ratas vienen a buscar alimento por la noche, atraen a las serpientes, y a veces se encuentran por el camino a un niño que duerme en el suelo, se da la vuelta y acaba siendo mordido. Cuando la gente sale también al baño, las letrinas a veces están fuera de la casa, salen sin luz y no las ven escondidas en las hierbas altas, por eso también es bueno cortarlas”, insiste. Como dice el colaborador de MSF, “son cosas de cada día”, determinantes para esta palea.
Si, además de estas buenas prácticas, se logra un acceso rápido a las soluciones, no buscando vías tradicionales sino yendo al hospital aunque sea en motos -buenas en las calles estrechas de los poblados o en las zonas de labor- o comprando un pequeño kit de ayuda, las bajas serán menores. Sin embargo, estas medidas “todavía no aplicadas ni en el 10% de los lugares donde se necesita”.
Ahora, “al fin”, se ve la luz al final del túnel.
Los testimonios de los supervivientes atendidos por MSF
Athian Akol Madut, 39 años. Tío de Awien Maguor, diez años. Originarios de Agache, a 3 horas a pie del hospital de Agok.
Mi sobrina fue mordida por una serpiente en el brazo en la noche mientras dormía. La tratamos como nos decían los miembros de la comunidad. Capturamos una rana, la cortamos en dos y la colocamos en la herida para evitar que el veneno se propagara. Le dimos huevo crudo para hacer que vomitara, pero no funcionó. Así que también le hicimos una poción hecha de semillas y hojas molidas, pero no vomitó. No mejoraba y la hinchazón seguía, así que decidimos ir al hospital. Estaba mareada y no podía caminar, así que la traje sobre mi espalda. Tuve que parar para descansar porque Awien pesa, no es una niña pequeña. Tardamos cinco horas en llegar al hospital.
El médico me preguntó por qué nos demoramos tanto y le expliqué que vivíamos muy lejos y que no tenemos a nadie que nos pudiera ayudar. Le dieron el antídoto y marcaron la parte del cuerpo donde sufría la inflamación. Esta siguió propagándose hasta llegar al pecho. El médico me propuso operarla y firmé un documento para dar mi consentimiento. Gracias a esta operación, Awien está viva. Los primeros cinco días en el hospital los pasó inconsciente. Los médicos no se dieron nunca por vencidos. Awien ha sufrido muchas operaciones. Incluso entré en el quirófano varias veces para ver las heridas y acepté que la siguieran operando. Awien estaría muerta si no estuviera aquí.
Teresa Aluoc Majok, madre de Aluk Manut 6 años. Originarias de Gogrial (a 150 kilómetros de Agok).
Mi hija estaba sentada jugando en el suelo fuera de nuestra casa. Comenzaba a oscurecer cuando una serpiente se acercó y le mordió en el pie. Maté a la serpiente con un palo. No sé qué especie era, pero era marrón. Pudimos ver las dos marcas de los colmillos en el pie, la herida sangraba y las piernas empezaron a hinchársele hasta la cadera. Le dolía mucho y lloraba sin consuelo. Le dimos alcohol para el dolor. No hay un hospital en Gogrial donde podamos recibir tratamiento para esto, pero vecinos de la aldea nos informaron que podíamos ir a Agok. Tardamos una noche en llegar hasta aquí. En el hospital, mi hija recibió el antídoto y fue intervenida en la pierna. Dejé al resto de mis hijos en casa para venir hasta aquí con mi hija y mi bebé. Llevamos 20 días en el hospital. Hay muchas serpientes donde vivimos y este año han resultado heridas muchas personas.
Arop Magut, 49 años, de Abathok.
Estaba fuera cosechando el sorgo. Las lluvias habían inundado los campos y cuando estaba trabajando en el cultivo, sentí un dolor fuerte en la pierna: era una serpiente, estaba en el agua pero no la vi. Comenzó a dolerme mucho así que me fui a casa. Me acosté, tuve fiebre y me tomé paracetamol. La fiebre bajó pero el dolor continuó. Estaba preocupado porque la pierna seguía inflamándose y tenía miedo por mi vida. Era muy doloroso y no podía moverme. Mi casa está lejos de las demás y no podía ir a pedir ayuda. Después de cuatro días, mi madre fue a pedir ayuda y unos vecinos me llevaron en mi cama hasta la misma carretera. Un coche me llevó al hospital en Agok. Tardó dos horas y media en llegar hasta aquí. Ya he sufrido cinco operaciones y dicen que tendré más. Hay muchas serpientes donde vivo y hay muchos casos de mordeduras.
Nyandeng Goch, 60 años. De Wungdeng, a 4 horas de Agok.
Estaba durmiendo y me desperté cuando oí a las cabras. Eran en torno a medianoche. Acudí a ver por qué balaban y cuando abrí la puerta me mordió una serpiente. Fue una víbora bufadora. No la quería matar porque la tradición dice que nuestros antepasados viven en ellas. Si la matamos, moriré. Así que simplemente llevamos la serpiente fuera del corral usando un palo. Mi pie sangraba por las heridas que habían dejado los colmillos y me dolía. Cavamos un agujero en el suelo, metí el pie y estuve así dos horas. Dicen que esto ayuda. Finalmente decidí ir al hospital. Caminé ayudándome con un palo. Salimos a las 4 de la madrugada y llegamos a la salida del sol, a las 6:30. No me quedó otra que venir caminando. No tenemos medios de transporte. Durante la temporada de lluvias, muchas serpientes entran las casas. Había una cobra que solía entrar en casa y la maté antes de que me acabara mordiendo.
Alitt Kur Agoth, 50 años, de Mading, a 5 horas de Agok.
Estaba trabajando en los cultivos cuando me mordió una serpiente. No la vi porque el pasto estaba alto. Sentí mucho dolor pero regresé a la casa. Allí cortamos el lugar donde estaba la mordedura de serpiente con una cuchilla de afeitar y colocamos una piedra negra para sacar el veneno. Tomé una poción a base de semillas trituradas para vomitar el veneno, pero no funcionó, así que también traté de comer huevo crudo para provocarme el vómito. Entonces decidimos venir al hospital. Tardamos cinco horas en llegar allí.
Paulino Deng, cuñado de Arna Lual, 13 años.
Mi joven cuñada estaba jugando afuera de la casa de la vecina por la noche y pisó una serpiente en la oscuridad. Era una víbora bufadora. Le mordió y se escapó. Dos personas trajeron a Arna a casa y luego fuimos al cuartel militar, donde nos subieron a un coche para traernos al hospital. Sin embargo, el vehículo se atascó en el barro en la carretera durante una hora y media. Sangraba y lloraba mucho y la pierna estaba muy hinchada. Tardamos otras dos horas en llegar al hospital. Donde vivimos hay muchas serpientes. Algunas entran en las casas porque hay mucha agua.