‘Miles Gloriosus’ y el tacón de Ulises
Este año, ésta es la comedia del Festival Internacional de Teatro Clásico de Merida y la protagoniza Carlos Sobera.
Se dice, se cuenta, se comenta que los locals de Mérida y alrededores se acercan a las taquillas de su Festival Internacional de Teatro Clásico y preguntan: “¿Cuál es la comedia de este año?”, y compran las entradas de la obra que les dicen.
Este año la comedia es Miles Gloriosus de Plauto. Obra que protagoniza Carlos Sobera, al que el público ha respondido agotando entradas para todos los días de función. Se dice pronto, son tres mil entradas por noche, durante cinco noches. ¡Quince mil espectadores! Entre ellos, el día del estreno faltaban la plana mayor del gobierno regional, excepto la consejera de cultura, y de la ciudad. También faltaban la crítica y el periodismo teatral nacional.
Ausencias que se pueden explicar por varios motivos. El primero, que es un título que ya se ha representado varias veces en este festival, aunque sea un nuevo montaje. El segundo, la clara vocación popular y comercial de esta producción. El tercero, que hace un calor de muerte y ya tocan vacaciones. Y, el cuarto, que tiene anunciada temporada en el primer trimestre del año en el Teatro Reina Victoria de Madrid.
¿Qué es lo que se han perdido los que no vinieron? Un espectáculo hecho para lucimiento de Carlos Sobera, que hace de Miles Gloriosus, y que resulta que tras el principio desaparece hasta casi la mitad de la función. El que no falta en escena es Jeta, el esclavo de Miles que interpreta Ángel Pardo. El verdadero deux ex machina de esta historia, casi omnipresente y omnipotente.
Una historia protagonizada por un militar romano pagado de sí mismo. Nadie ha ganado tantas batallas, nadie es tan guapo, nadie tiene una familia como la suya. Un general del que se ríe todo Éfeso a sus espaldas, desde el servicio a los señores. Que tiene una esclava concubina, Cornelia, ateniense y enamorada de un joven petimetre que ha ido hasta Éfeso a buscarla.
Para que los amantes puedan huir, Jeta idea historias que permitan la burla de su señor. Y también su libertad. Son estas historias las que dan lugar al equivoco. Al contraste entre la realidad, que el espectador ve, y la que el personaje principal, que se encuentra en su mundo, vive.
Es de ese equívoco, junto con los gestos, sobre todo de Sobera, de donde surge la risa. En esto hay que reconocerle naturalidad. No parece forzado ni impostado, en las muchas tonterías y tontadas que tiene que decir y hacer para que el auditorio se ría.
Una naturalidad que arrastra al público. Unos espectadores que se le entregan desde el minuto uno con ese intento de entrada triunfal con el que comienza la obra. Bajando desde la summa cavea (el paraíso de los teatros romanos) hasta la orchestra (el espacio delante del escenario) como si fuera una vedette de revista. A lo que contribuye el inmenso penacho de plumas rojas con el que le han coronado el casco.
De hecho, ya en butacas de orchestra, se canta una canción al estilo de las vedettes. Un estilo que en poco merece lo musical, pero sí el teatro, la teatralidad. Una canción que suena a chotis chulesco, que sí, que sí, que sí. Número telonero con el que se interactúa con el auditorio y se caldea el ambiente, hablando de las partes del cuerpo de Sobera/Miles por las que suspiran las mujeres al verle andar, ″esos muslos como columnas y ese culito prieto”.
Lástima que después se enfríe. Y es que, para colocar al público en situación, es decir, en la burla a la que ha sido convocado, se cuentan historias que se hacen largas. Historias que tienen algún destello puntual, pero no acaban de dar puntadas y coser la comedia.
Lo que sucede en una escenografía un tanto pedestre. Con un teloncillo rojo que abren y cierran los actores en función de la acción y de la situación. Junto con unos cuadros con detalles de edificios de la época romana que se mueven con poleas sobre una cuerda para marcar los espacios. Una escenografía eficaz con poca belleza e interés ante el imponente Teatro Romano de Mérida, pero que puede que funcione bien cuando pase a teatros más convencionales.
Así, esta comedia que fundamentalmente va sobre cómo la vanidad convierte a los seres humanos en necios, se va diluyendo poco a poco. Aunque tiene sus puntos, que provocan mucha risa, sobre todo al respetable.
Da igual que para eso le expliquen el chiste. A veces, alguno tan complicado como el que ha dado lugar al título de esta crítica. Cuando Miles Gloriosus se refiere a su “tacón de Ulises” cuando quiere señalar su “talón de Aquiles”.
Otros tan comprensibles, como cuando se refieren a no ser tan tontos como Memo, el hermano de Rómulo, la pareja de niños amamantados por una loba que fundaron Roma y su imperio. Y que una persona cuarentona susurra detrás: “Memo, como el de la película de Disney.” Algo que, fiel al espíritu plautiano, podrían incorporar a la obra.
Un público que ha decidido que esta obra es su fiesta teatral veraniega y nadie se la va a pinchar. Así que ríe, aplaude y canta cuando se espera. Incluso se congratula consigo mismo cuando desde el escenario se pide que se encienda la luz y se les celebra. Momentos que hacen pensar que aquello puede cambiar y va a adquirir ritmo.
Recursos tiene para hacerlo. Su director ya ha dirigido más comedias clásicas en este mismo teatro con éxito, todo el mundo recuerda El eunuco que luego hizo fortuna en el Teatro de la Latina y en gira.
Y el elenco de Miles Gloriosus, sobre todo el principal y más conocido, ha demostrado anteriormente competencia como cómicos sobre las tablas, además de resultar atractivo para el público. El éxito de venta de entradas en Mérida lo confirma.