Mi mensaje para Ursula von der Leyen: 'Parafraseando a Kennedy, Europa debe mirar hacia las estrellas'
La gente cree en una Europa fuerte y sabe muy bien que una Europa reformada es nuestro único futuro.
Europa se encuentra en una encrucijada fundamental de un orden mundial cambiante. Así como Estados Unidos ha reaccionado a su propio deterioro eligiendo a un populista autócrata que promete devolver el país al esplendor de su antigua hegemonía, el dragón chino emerge como modelo alternativo basado en un autoritarismo político que pone el desarrollo económico por encima de las libertades individuales.
Atrapado por su propia inseguridad y sus luchas internas, Europa corre el riesgo de dejarse llevar por la inercia. Aunque sus ciudadanos exigen reformas, Europa está distraída con el nombramiento de los altos cargos que portarán las llaves de su futuro, cuando la prioridad debería ser definir unos objetivos claros y una visión de futuro. Europa ha sido incapaz de ejercer su poder para influir en las corrientes del cambio que la rodean o de defender sus intereses y esta es su última oportunidad.
Hace cincuenta años, el hombre pisó la Luna por primera vez. Este logro supuso la joya de la corona de una nación que luchaba por la hegemonía en la época de la Guerra Fría. John F. Kennedy asumió el cargo de presidente en 1961 en una época en la que los rusos lanzaron el satélite Sputnik y en la que Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en orbitar alrededor de la Tierra. Los estadounidenses temieron estar quedándose tras la Unión Soviética, pero el 35º presidente de Estados Unidos tuvo un sueño y elaboró un proyecto para su país. Conocía la importancia del alunizaje, pero para él, la carrera espacial consistía más en una misión para inaugurar un futuro tecnológico dominado por Estados Unidos. Subrayó que había esperanza y les ofreció una visión de futuro a sus ciudadanos.
En la actualidad, Europa necesita un desafío como el que inició Kennedy hace varias décadas, ya que el retroceso de Europa está acentuándose en términos económicos y tecnológicos. Quienes dirigen internet, las noticias que consumimos y las normas que regulan nuestros datos personales son plataformas que están en manos de estadounidenses y asiáticos. Más allá de proyectos personales que se alejan de las necesidades reales de los ciudadanos, Europa apenas existe en este audaz mundo nuevo.
Militarmente, los europeos tienen un enorme presupuesto, más del 40% por encima del estadounidense y el triple que el de Rusia, pero aun así, dependemos de Estados Unidos y seguiríamos siendo incapaces de defendernos si el Kremlin pusiera en marcha sus tanques por los países bálticos. Es un punto débil que amenaza nuestra libertad, nuestro bienestar, nuestra independencia y nuestros valores.
El desafío que tenemos que lanzar hoy es que en un plazo de 10 años, en el espacio de dos legislaturas europeas, Europa recupere su lugar en el mundo del mañana, un mundo que dominarán Estados Unidos y China, las dos superpotencias económicas y militares de hoy. Para lograrlo, Europa no debe copiar a estos dos gigantes, sino trabajar en un modelo alternativo, una tercera vía que sea económicamente poderosa y militarmente capaz, pero también defensora de las libertades, líder del mundo libre y de sus valores fundamentales. Tiene que ser un continente en el que se valoren las libertades y se garantice el equilibrio entre la privacidad y la seguridad.
Para que este sueño se haga realidad, Europa deberá crear nuevas herramientas antes de 2024, algo que solo podemos lograr iniciando reformas profundas. Debemos estar a la vanguardia en todos los aspectos de la transformación ecológica y de la revolución digital: la creación de nuevas baterías, las innovadoras tecnologías del hidrógeno, los transportes de alta velocidad, la producción de nuestros propios ordenadores cuánticos y, de forma más general, el lanzamiento de nuestros propios estándares digitales. Como hicimos en el pasado con la competencia de Airbus contra Boeing, debemos ser testigos del nacimiento de nuevos gigantes europeos que puedan medirse a Google, Facebook, Amazon y Alibaba. Para ello será necesario cambiar nuestras reglas de juego, crear reguladores de amplio alcance y destinar una ingente cantidad de dinero para financiar la lucha tecnológica que nos permita ganar la batalla contra el cambio climático y convertir Europa en el primer continente neutro en carbono.
Para 2024, también deberemos ser capaces de garantizar nuestra propia seguridad creando un sistema europeo de defensa, o mejor dicho, un auténtico ejército europeo, para acabar con el derroche innecesario que suponen los proyectos duplicados. Asimismo, Europa debe ser capaz de defender sus propias libertades de forma interna contra quienes pretenden traicionar los sueños de nuestros padres fundadores. Debemos seguir siendo la cuna de la democracia liberal implementando de forma inmediata un pacto del estado de derecho y democracia en Europa, así como medidas y sanciones para poner fin a los excesos que hemos visto en Hungría y Polonia. No hay espacio para nacionalismos y populismos en Europa. “El nacionalismo es la guerra”, decía el expresidente francés Mitterrand. La guerra es nuestro pasado. No debemos permitir que también sea nuestro futuro.
Debemos ganar la batalla contra el nacionalismo étnico y realizar argumentos a favor de la migración. Tal y como ha sucedido una y otra vez en la historia, es la migración la que rejuvenece nuestro Viejo Continente. En esta ocasión, gestionémoslo mediante la implantación de la tarjeta azul como sistema de migración legal, pero también estableciendo para 2024 fronteras y guardacostas europeos adecuados, un sistema común para solicitantes de asilo y herramientas comunes para garantizar nuestra seguridad. El desarrollo de un “FBI” europeo para acabar con la delincuencia transfronteriza es un paso fundamental para ello.
Hay que reconocer que esta no es la primera vez que el proyecto europeo está en peligro. En junio de 1985, tras años de estanflación y de la llamada euroesclerosis, la Comisión Europea, presidida entonces por Jacques Delors, lanzó un ambicioso programa de acción para abolir en un plazo de siete años toda barrera física, técnica o fiscal con el fin de facilitar el libre movimiento entre los países miembros. Fue un éxito rotundo. Europa se convirtió en un imán para el crecimiento y la innovación. Un acierto como ese podría insuflarle vida de nuevo a nuestro proyecto.
Necesitamos un “proyecto 2024”, un programa de la misma magnitud que el que puso en marcha Delors con el “proyecto 1992” a finales de los 80. Lograrlo requerirá métodos y decisiones más ágiles y eficientes. Esto implica renunciar a la unanimidad a la hora de tomar decisiones en el Consejo Europeo, una reforma profunda de la gobernanza de la eurozona y una Comisión en la que haya equilibrio de sexos, así como un Parlamento reforzado. Será necesario revolucionar el modo en que encaramos los nombramientos y las nominaciones. No podemos repetir los pactos a escondidas del pasado reciente y lejano. Debemos darle a la gente, a los ciudadanos, el poder de decidir quién liderará nuestra Unión, sea hombre o mujer. Es una reforma que tiene que ir de la mano de una mayor transparencia, sobre todo en las altas esferas de la administración de la Comisión Europea. Hace falta celebrar una Conferencia para evaluar el futuro de nuestra democracia. Una Conferencia que, aparte de las tres instituciones, les dé voz a nuestros ciudadanos y a las organizaciones sociales. Una Conferencia que determine el nuevo orden democrático para la Unión Europea del futuro.
Sería mentira afirmar, como hacen a menudo los nacionalistas y los populistas, que los ciudadanos europeos han renunciado al sueño de una Europa unida. Es al contrario. La gente cree en una Europa fuerte y sabe muy bien que una Europa reformada es nuestro único futuro. “Elegimos ir a la Luna”, dijo Kennedy en 1962. Europa necesita una esperanza y una visión ambiciosas para la próxima década. En vez de mirar hacia abajo, parafraseando a John Fitzgerald Kennedy, Europa debe mirar hacia las estrellas.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.