Mi marido me puso los cuernos y yo decidí seguir con él
Al principio, pensé que el divorcio era la única salida. “Si ha puesto los cuernos una vez, volverá a hacerlo”. La idea de la separación parecía previsible, lógica e incluso natural.
Ya han pasado cuatro meses desde que descubrí que mi marido me había puesto los cuernos. Fue hace cuatro años, a veces en nuestra casa y a veces sin protección.
Llevábamos 16 años siendo monógamos, o eso pensaba yo.
Cuando la gente me hablaba de lo devastadora que podía ser una infidelidad y las medidas había que adoptar, tomaba sus consejos con cuentagotas. Claro que una traición así dolía mucho, pero seguro que tenía solución.
Pero, en septiembre, cuando una desconocida se puso en contacto conmigo para enseñarme un álbum de capturas de pantalla incriminatorias (su perfil de Tinder, mensajes sexuales, la duración de sus llamadas telefónicas...) me di cuenta de que las historias que contaban no eran exageradas: el nudo que se me hizo en el estómago demostró que eran ciertas.
De repente, me vi sumida en una especie de duelo, como si la persona que yo creía que era mi marido hubiera muerto. Como si una parte de mí hubiera muerto. Lo que quedaba de mí me arrastraba a una especie de metamorfosis existencial nueva y desconocida.
Al principio, pensé que el divorcio era la única salida. “Si ha puesto los cuernos una vez, volverá a hacerlo”, me repetía en mi mente, mientras me imaginaba a mi marido en una especie de película porno. No podía dormir. No podía comer. Adelgacé. El camino al centro de salud para hacerme un examen de infecciones de transmisión sexual (ITS) pareció una marcha funeral. Y, durante todo el recorrido, no dejaba de ver en mi mente esa horrible película porno en bucle, torturándome con todas las imágenes, sonidos y olores que imaginaba que habían tenido lugar. En un arrebato de desesperación, me deshice del “sofá del pecado”, como yo lo llamaba, llamando a una furgoneta para que se lo llevara. No lo quería ver nunca más.
Estaba destrozada y no concebía que pudiera recuperarme del mazazo.
La idea de la separación parecía previsible, lógica e incluso natural, pero después de una terapia general y mucho tiempo para pensar con amigos de mente abierta (algunos de los cuales mantienen relaciones poco ortodoxas) me sacaron poco a poco de mi miseria. Empecé a cuestionarme las ideologías en las que nuestra cultura nos ha hecho creer y la propia naturaleza del sexo, el amor y las relaciones.
Empecé a pensar que quizás lo que me estaba torturando era una enfermedad social evitable en vez de un fracaso personal. Quizás, hasta cierto punto, nuestras instituciones no comprenden del todo el amor y, en consecuencia, todo lo que nos han enseñado es falso.
¿Era posible que una infidelidad doliera tanto por la deshonestidad de la otra persona, y no tanto por el sexo en sí? Y si esa honestidad se podía alcanzar y mantener, ¿era posible desarrollar un nivel de empatía tal que nos consintiéramos más libertad sexual sin dañar nuestra relación? ¿Era posible encontrar una definición más verdadera del amor, más allá de los tabús de la sociedad? ¿Había un tercer camino oculto aparte del divorcio y la monogamia forzada?
Mi marido y yo ya habíamos hablado sobre la posibilidad de abrir nuestra relación hace casi una década, antes de casarnos. Fui yo quien sacó el tema y él la rechazó porque consideró que yo tendría mucho más éxito a la hora de ligar. Ahora comprendo que su preocupación se basaba en el miedo al abandono, la clase de terror semiconsciente que, si no lo pones a prueba, mantiene en pie instituciones como la monogamia y denigra otros estilos de vida.
Es un miedo gestado en nuestra sociedad y potenciado por las historias de amor monógamas que vemos en la tele o leemos en las novelas. Incluso la palabra pareja como sinónimo de relación implica que la única relación ética que concebimos es la de dos personas. Y, sin embargo, en la sociedad moderna, existen muchos ejemplos de monogamias fallidas exclusivamente por infidelidades, no necesariamente por tener una dinámica de relación tóxica.
Así pues, con motivo de la infidelidad de mi marido y el renacimiento filosófico que catalizó en mi interior, me vi en una encrucijada. Intelectualmente, comprendía que una relación no monógama podía ser una expresión de amor incluso más verdadera que la monogamia tradicional. En cambio, emocionalmente, seguía muy ligada a las tradiciones con las que me había criado. Príncipes y princesas de Disney. Vivieron felices y comieron perdices. O todo o nada. El bien y el mal. Verdadero o falso. Sentí un miedo muy familiar de ser abandonada y reemplazada.
Mi marido me dijo que necesitaba ser polígamo para sentirse pleno. Que lamentaba mucho lo que había hecho y que estaba preparado para ser monógamo ahora, pero que no sería del todo feliz. También me dijo que era posible ser polígamo de forma ética, honesta y segura. Él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para luchar contra las partes deshonestas de su persona, pasar página y empezar un nuevo capítulo desde la confianza y el respeto.
También sentía un cosquilleo ante la perspectiva de nuevos romances y entonces comprendí su postura. Decidí darle una oportunidad a la poligamia, consciente de que podía acabar con los aspectos más tóxicos de nuestra relación: rencor, deshonestidad, malos comportamientos... Si no éramos capaces de afrontar nuestros demonios personales con terapia e introspección, no podríamos traer a nadie a nuestras vidas de una forma sana para todo el mundo.
Nos sentamos y escribimos un listado de normas, algunas de ellas innegociables (como utilizar siempre protección y no tener citas con nuestros respectivos amigos y familiares) y otras más flexibles, pero que también requerían de un flujo de conversación continuo y abierto. Acordamos seguir siendo nuestra pareja principal y, aunque pudiéramos desarrollar conexiones fuertes con otras parejas, nuestra intención inicial con estas sería principalmente sexo y amistad. Sabíamos que la única forma de gestionar esta gama de grises era ser siempre muy honestos y comprensivos. Necesitábamos ser capaces de sentarnos y hablar de nuestras emociones sin que nos cegaran los celos, la depresión o la rabia.
Fuimos una temporada a terapia bajo la premisa de hacer funcionar nuestro nuevo plan. Mi marido, por su parte, empezó una terapia individual para procesar el arrepentimiento y los problemas emocionales que arrastraba por haberme puesto los cuernos. A medida que empezamos a hacer nuestros pinitos en el mundo de las relaciones abiertas, yo me embarqué en un proceso de descubrimiento personal que me hizo sentirme más viva que nunca, en todos los sentidos que te puedas imaginar, buenos y malos.
Sentí la euforia de conocer a alguien nuevo y el dolor de ser rechazada. Me decepcionaron y yo decepcioné a otros, y tuve que aprender a vivir con ambas realidades. Aprendí (y sigo aprendiendo) sobre las personas, con sus intereses y sus trasfondos radicalmente distintos de los míos. Cuando conocía a otras personas en una atmósfera de completa transparencia emocional, las barreras interpersonales que antes pensaba que eran infranqueables parecieron venirse abajo. He forjado conexiones profundas y, algunas de ellas, con suerte, durarán muchos años.
También sentí que esas barreras emocionales se vinieron abajo con mi marido. Los celos y el miedo habían sido insoportables al principio, pero, hasta el momento, la experiencia nos ha reconciliado, no dividido. Poco a poco hemos aprendido a hablar de forma con sinceridad y empatía sobre nuestros sentimientos y nuestras experiencias para superar nuestros traumas pasados.
Hace cuatro meses no podía concebir que fuera posible alegrarme cuando mi marido tuviera una buena cita, al igual que él es feliz cuando yo disfruto con otros hombres. Ahora hablamos con franqueza sobre nuestras experiencias, sobre lo que ha funcionado y lo que no, y aunque a veces seguimos teniendo celos, ahora tenemos herramientas emocionales para superarlo de forma sana.
Todavía sigo aprendiendo sobre mí misma y he desarrollado una confianza y una satisfacción que nunca antes había tenido ni creído posibles. Mi obsesión por el cuidado personal como mecanismo para afrontar la ansiedad poco a poco se está convirtiendo más bien en un proceso de amor propio. Al experimentar el amor y la intimidad fuera de mi matrimonio, me estoy convirtiendo en una persona más libre y actualizada. Me siento más cómoda explorando y sintiéndome vulnerable y soy capaz de incorporar lo que aprendo a mi matrimonio para fortalecer nuestra relación. Ya no necesito ninguna validación externa para darme cuenta de lo que valgo.
¿Y qué pasa con los nuevos amantes que no son comprensivos ni compasivos? (Al fin y al cabo, las aplicaciones para ligar tienen su parte de egoísmo y manipulación). Cuanto mejor me conozco a mí misma, antes me doy cuenta de los indicios de que una persona no me conviene. Con la seguridad como mi principal prioridad, estoy aprendiendo a vetar gente y a ver la belleza inherente y las posibilidades de desarrollo de cada persona que decido conocer.
Tanto mi marido como yo compatibilizamos el ser abiertos de mente con una dosis de prevención de riesgos. Las pruebas de coronavirus y el historial de ITS ahora forman parte de las conversaciones que tenemos con nuestras potenciales parejas. Tratamos de coordinar las citas en casas en vez de en bares o restaurantes para que haya menos gente y ahora mismo nos hemos limitado a meter como mucho a dos parejas cada uno en nuestra burbuja.
Pero lo más importante de todo es que estoy recordando la gratitud y el amor que me animaron a casarme con mi marido. Ahora volvemos a casa de nuestras experiencias sexuales y nos valoramos más el uno al otro. Esta experiencia es también un recordatorio de que no debemos dar por hecho que vamos a seguir juntos aunque no cuidemos la relación.
¿Acabarán evolucionando las cosas con mi marido hasta esa utopía empática que me imagino? Solo el tiempo lo dirá. Quizás uno de los dos (o los dos) se dé cuenta de que no está hecho para este tipo de relación. Seguro que habrá baches, aunque lleguemos a buen puerto. A veces, todavía pienso en el divorcio como una forma de protegerme cuando pienso en la gran carga emocional que acarrea este nuevo modelo de relación. Pero, hasta ahora, después de esos momentos más oscuros, siempre recuerdo que esto lo hemos hecho para encontrar la felicidad. Vamos a seguir el camino que sea, por poco ortodoxo que parezca, para alcanzar esa felicidad. Y, por ahora, este prometedor camino me mantiene junto a mi marido.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.