Metamorfosis urgente en el sector del trabajo doméstico
Si no las vemos, no existen. De camino a la oficina, paso junto a una guardería. Observo con extrañeza que muchos niños y niñas caminan solos hacia la entrada con un brazo levantado al aire como si fueran a despegar. De pie, en el autobús atestado de gente, compruebo que una tercera parte de los asientos está desocupada y nadie pretende ocuparlos. Me distraigo mirando por la ventanilla. Como cada mañana veo cola en la panadería, pero entre grupos de dos o tres personas quedan huecos libres sin que nadie decida estrechar la fila. A una manzana del Parlamento Europeo me da tiempo a cruzarme con dos señoras de mediana edad que fingen cada una hablar con alguien a su lado mientras caminan. Miro de reojo unos edificios modernistas de la calle de al lado. La puerta de uno de ellos se abre con sigilo y de ella, en el aire, sale una bolsa de basura blanca levitando hasta posarse sin prisa junto a un árbol. Aunque parezca más propia de un relato kafkiano, esta imagen de un espacio repleto personas invisibles es la que nuestro mundo y sus leyes arrojan sobre el colectivo de los y las trabajadoras domésticas.
En la Unión Europea más de ocho millones de personas trabajan en sector el doméstico: limpieza, cuidados y atención a domicilio. Un sector tan feminizado como invisibilizado.
A escala global, el 83% son mujeres; a escala europea, la proporción alcanza el 91%. Una de cada trece mujeres europeas en edad de trabajar lo hace en el hogar ajeno y, por países, el podio lo ocupan España (14%), Portugal (12%) y Reino Unido (12%). Son muchas y las tenemos muy descuidadas.
Gladiadoras del día a día
Las condiciones de trabajo de estas personas figuran entre las más precarias. El empleo, a menudo, no se declara, los salarios suelen ser bajos y sin cotización a la seguridad social, por lo que se carece de la posibilidad de gozar de derechos básicos como una baja por enfermedad, vacaciones, un permiso de maternidad o un seguro de desempleo. La inestabilidad laboral es alta y la movilidad geográfica suele ser forzada.
A ello se añade un desconocimiento casi total de los propios derechos y una exposición muy elevada a violencias y extorsión en el lugar de trabajo. El tipo de tarea suele ser muy físico, intensivo y anti ergonómico, y las condiciones, rudas y nocivas, con inhalación constante de sustancias derivadas de productos de limpieza. Para colmo, casi ningún accidente laboral a domicilio se declara como tal.
La legislación comunitaria de salud y seguridad en el trabajo no obliga a los Estados miembro a incluir a quienes realizan labores domésticas en hogares privados en el ámbito de aplicación de sus normas nacionales de salud y seguridad en el trabajo.
Sin embargo, el Convenio 189 de la OIT establece que todo trabajador/a doméstico/a tiene derecho a un entorno de trabajo seguro y saludable. Hasta el momento, sólo seis Estados Miembro han ratificado este Convenio: Alemania, Bélgica, Finlandia, Irlanda, Italia y Portugal.
Soluciones al alcance de la mano
En primer lugar, la Unión debe alentar a los Estados Miembro a ratificar el Convenio 189 de la OIT. En paralelo, debe promoverse un empleo de calidad y condiciones de trabajo dignas en la UE, estableciéndose como requisito previo del trabajo decente la prevención de vulneraciones de los derechos laborales de la población trabajadora en situaciones de mayor vulnerabilidad. Para ello, un salario mínimo europeo y una renta básica son dos elementos clave.
Todo ello debe reforzarse con la ampliación del alcance de la Directiva Marco 89/391, con la garantía de espacios de trabajo seguros, invirtiéndose en más recursos materiales y humanos en salud y seguridad en el trabajo, estableciéndose normas mínimas de protección de las trabajadoras contra la exposición a sustancias nocivas en el trabajo, y ayudando a los Estados Miembro para que las empresas cumplan la legislación de salud y seguridad en el trabajo.
De abajo hacia arriba
Por último, quiero subrayar que la importancia de implementar programas que favorezcan extraer al trabajo doméstico de la informalidad y que supongan avances en la mejora de las condiciones de trabajo.
El caso del cheque-servicio de Bélgica y Francia es un ejemplo eficaz para luchar con la precariedad y el trabajo doméstico no declarado. Permite, a su vez, simplificar trámites en la contratación y garantizar unas condiciones laborales mínimas.
Por otra parte, favorecer el cooperativismo de trabajadoras puede un mecanismo de empoderamiento, de emprendimiento colectivo y que permite una organización más racional de los tiempos de trabajo en una profesión donde cada trabajadora suele tener muchos empleadores y espacios de trabajo al mismo tiempo.
En 2017, presenté ante la Comisión de empleo del Parlamento Europeo un Proyecto piloto sobre trabajadoras domésticas y fomento de cooperativas, que logró el apoyo de la mayoría de la Cámara y está siendo implementado con gran acierto por la Comisión Europea con un presupuesto de 750.000 euros.
España cuenta con iniciativas de este tipo con mucha fuerza y capacidad autoorganizativa, como Territorio Doméstico o Senda de Cuidados, organizaciones sin ánimo de lucro que ofrecen servicios al tiempo que garantizan condiciones de trabajo decentes para sus empleadas.
En el caso de la segunda, la asociación negocia con las empresas en nombre de la trabajadora para acordar con antelación un salario digno, la firma del contrato y la cotización a la seguridad social, así como el disfrute de derechos como el descanso y las vacaciones pagadas.
Visibilizar y luchar por reconocer el derecho a un trabajo digno de estas trabajadoras será sinónimo de garantía del bienestar de todos.