Messi no necesita el Mundial para reinar
Al Diez del Barça le pasa como a Lebron con los anillos. Su legado está por encima de trofeos como el Mundial o la Copa América. Sus 5 Balones de Oro y 32 títulos no tienen parangón en la historia del fútbol. Poco importaba que Messi se coronara o no en Rusia. Su carrera ya es legendaria. Ganar esta Copa del Mundo era una utopía para la albiceleste viendo lo escarpada que fue su trayectoria en la fase de clasificación. Un tormento que estuvo a punto de dejarla sin disputar la mayor fiesta del fútbol.
Nadie esperaba que el mejor de siempre llevara a la final a esta mediocre Argentina. Su memorable actuación ante Ecuador le valió el billete para la Copa del Mundo, un boleto que entusiasmó a millones de argentinos que se cegaron por su forofismo y pasión conforme se acercaba el campeonato, pero que en el fondo sabían que su equipo era un elenco sin rumbo, sin una idea de juego consolidada, desnortado tanto en el campo como en el banquillo. Y es que Sampaoli jamás encontró la fórmula para facilitarle la vida a un Messi desamparado, sin socios en los que apoyarse. La falta de aliados sobre el terreno de juego aisló al Diez, que vagó por el campo como alma en pena, transmitiendo incluso desgana. Desconectado por las decisiones de su técnico, apenas intervino en el juego en el partido decisivo, ante una Francia superior técnica y tácticamente.
Solo un par de arrebatos hicieron vislumbrar que el genio estaba en el campo. Muchos defenderán que regaló un gol a Agüero con un soberbio pase que el jugador del City cabeceó a la red. La realidad es que Messi no realizó un partido a la altura de su figura. Si bien, esto no mancha su carrera en absoluto. Ganar solo es imposible. El fútbol es y siempre será un deporte de equipo. De todos modos, poco importa que el culé no haya triunfado en Rusia. Nadie podrá discutir sus actuaciones con la selección. Llevó a un equipo descosido a la final de un Mundial (Brasil 2014) y a dos finales de la Copa América que hubieran tenido un desenlace muy distinto si Higuaín no hubiera errado goles clamorosos. La factura hay que pasársela a un delantero que juega en la élite y nunca apareció para marcar las diferencias.
Messi ganó los Juegos Olímpicos y el Mundial Sub-20. No ha sido el del Barcelona porque cualquier jugador necesita amigos que hablen el mismo idioma futbolístico. En la albiceleste se ha visto huérfano. En Argentina no abundan pasadores con calidad para filtrar el último pase, batir líneas de presión o devolver una pelota en mejores condiciones de las que ha llegado. No hay un Iniesta o un Busquets que entiendan el juego de Messi pero sí que existen figuras como Dybala, Lo Celso o Pastore que podrían haberle ayudado a sentirse más a gusto.
Sampaoli ha otorgado al primero 22 minutos en todo el torneo, al segundo no lo ha hecho debutar y al tercero ni siquiera lo ha convocado. Debe rendir cuentas por gestionar el talento de manera tan pobre y porque prefirió echar mano de Enzo Pérez (quien estaba fuera de la lista de 23, entró por la lesión de última hora de Lanzini y acabó siendo titular); Mascherano (retirado del fútbol de élite y jugando en China), o Biglia, sin ningún renombre a nivel internacional. En cada encuentro el sistema y las piezas eran diferentes; cada alineación era un tiro al aire, una ruleta rusa a la espera de que el genio del Barcelona frotara la lámpara, pero en ese ecosistema era una quimera.
A Messi le condenó su propio país porque la anarquía y el desconcierto se apoderaron de Argentina. El que fuera entrenador del Sevilla tuvo seis meses parar armar el equipo y lo desfiguró más de lo que estaba cuando lo cogió.