Mercedes Romero Abella, la profesora asesinada con lápices en el bolsillo
El ADN ayuda a identificar a "la maestra gallega", una mujer fusilada en 1936 cuyos restos, mutilados y torturados, aún conservaban su herramienta de trabajo y lucha.
Mercedes Romero Abella portaba varias armas el día que la mataron: un lápiz y un carboncillo de dibujo. La maestra gallega, como es conocida en el mundo de la memoria histórica, llevaba en el bolsillo la munición con la que guerreaba contra la ignorancia y el atraso, con la que batalló hasta el día en que la fusilaron, con apenas 29 años, en A Coruña. Sus restos fueron localizados el verano del pasado año en la fosa común del cementerio de Vilarraso, en el concello de Aranga, y ahora han sido identificados gracias al ADN. Sus huesos y su lápiz, recuperados del olvido.
Todas las pistas apuntaban a que Mercedes estaba a la sombra de la iglesia de Vilarraso, pero había que dar con ella, una labor emprendida por la Asociación para la Recuperación de los Desaparecidos en el Franquismo (ARDF). Su nombre y las características de sus restos fueron documentados por el cura que le dio entierro en 1936, el mismo que, dicen los testimonios, lanzó un “dios mío” al ver que le llevaban a una mujer torturada, mutilada y tiroteada. Había cometido el doble delito de ser militante de UGT y, además, la esposa de otro líder sindical.
Su historia la reconstruye para El HuffPost la hija de Mercedes, María Luisa Mazariego Romero, antigua matrona y profesora de Enfermería, que ahora tiene 87 años y reside en A Coruña. Tenía cuatro años largos cuando a su madre se la llevaron una noche unos hombres y ya no volvió a verla. Guarda recuerdo de aquello, de las caras de los asesinos. Aunque en su casa no se habló de lo ocurrido en las siguientes décadas, ahora hace cabeza, en memoria de quien la trajo al mundo.
Mercedes, cuenta, nació en Cee el 27 de junio de 1907, y desde pequeña vivió en Corcubión. Su padre, alcalde del municipio, abrió el primer estudio fotográfico de la villa. Como sus hermanas mayores eran maestras, su hermana Angelines y ella (que eran las dos más pequeñas) se fueron también a estudiar Magisterio en A Coruña. Fue en ese tiempo en el que conoció al que sería su esposo, Francisco Mazariegos Martínez, un empleado del Banco Pastor, representante del sindicato de Banca en UGT y socialista.
Tras un tiempo aprendiendo el oficio, fue nombrada maestra en la Escuela Unitaria de Monelos, en la que además de impartirse las clases, los niños comían, ya que era una barriada muy pobre de Coruña. Se alojaba allí como las maestras de la época, al ser casa-escuela. Una vez casados, Francisco y Mercedes tuvieron dos hijos: María Luisa y Enrique, nacidos en 1932 y 1933, respectivamente. La maestra fue creciendo profesionalmente y se afilió al Sindicato Provincial de Maestros de UGT en Coruña, que llegó a presidir, según indica la Fundación Pablo Iglesias.
Cuando se produjo el golpe de estado de Francisco Franco, en 1936, su marido Francisco se personó en el Gobierno Civil de Coruña, como responsable de su sindicato que era. Pero ese gesto transparente le costó caro: en una zona donde los llamados nacionales se impusieron pronto, el poder legítimo dejó de ser poder rápidamente y el banquero fue detenido, junto con el Gobernador y numerosos políticos de la ciudad. Todos fueron enviados a prisión.
Tras el arresto, Mercedes fue apartada de la escuela en la que trabajaba y se trasladó entonces a vivir a Coruña con sus hijos, junto a su madre. Se instalaron en la plazuela que hay frente a los Dominicos, desde donde iba a las sesiones del mal llamado juicio a su marido. La condena fue a muerte: el 31 de agosto de 1936 fue fusilado y está enterrado en A Coruña. “Tengo la idea de que me llevaron a despedirme, que le dije adiós de lejos desde fuera de la prisión”, dice.
“Mañana me encontrarán muerta en cualquier carretera”
La familia que dejaba Francisco estaba en peligro, todos se lo decían a Mercedes. “Escapa, vete de España”, era el consejo. Pero ella no quería, con sus hijos tan pequeños. Cuando vio “el cariz que tomaban los acontecimientos”, empezó a preparar el viaje a América de su familia. No pudo emprenderlo. Los fascistas se le cruzaron antes en el camino.
Su hija se remonta a “una noche de noviembre” de ese año. Reconoce que le duele “muchísimo” hablar de lo ocurrido y que cree que, como si fuera un mecanismo de defensa, su cabeza olvida la fecha, aunque su abuela se la recordase para que fuese a misa, año a año. Los documentos dicen que fue el 19 de noviembre cuando llegaron unos hombres a la casa, que según algunos testimonios del momento indican que podrían ser falangistas. María Luisa recuerda un coche negro, “aunque para los niños todo lo malo es negro”. Al menos, seguro que era oscuro. Uno de ellos se quedó en el coche y otros dos subieron a la casa, diciendo a Mercedes que tenía que acompañarlos a declarar.
La respuesta de Mercedes, claro, fue que a esas horas nadie va a declarar a ningún sitio. Sabía lo que le esperaba. Por eso pronunció además una frase terrible: “mañana me encontrarán muerta en cualquier carretera”. Pidió un segundo para despedirse de sus hijos “y se marchó con esos hombres para no regresar”. Sus hijos quedaron durante años al cuidado de su familia, sin pensión de orfandad siquiera.
Una de las hermanas de la profesora, al pasar por la casa y ver que no estaba, dio la voz de alarma y comenzó su búsqueda. Un primer hallazgo macabro: su velo de viuda se encontró manchado de sangre en La Cuesta de la Sal. Su cadáver apareció arrojado al río Mandeo. Su hija no habla de los detalles que están bien documentados: Mercedes fue violada y torturada, apareció con los dos pechos seccionados y muerta finalmente por disparos.
Sus restos, como se hacía con los demás que aparecían en la misma zona, fueron trasladados hasta Aranga, donde el cura los enterró -con particular cariño- junto a su iglesia. Ahí han estado sin nombre, sin lápida, sin flores, durante todos estos años, hasta que la pelea memorialista de la ARDF los sacó a la luz, a base de ayudas particulares y de microdonaciones, como explica Santiago Carcas, su presidente.
Los testimonios populares daban cuenta de la existencia de esta fosa, que contaba con una documentación más profusa que en otros casos, gracias a la labor de un sacerdote que dejó pistas en sus libros, por si alguna familia podía reclamar algún día. Hacía falta dinero y voluntad para abrirla.
Mercedes fue una profesional comprometida, madre joven, incluida hoy en el Dicionario de Mulleres Galegas, mujer asesinada en una fosa de hombres asesinados, de la que “no hay correspondencia encontrada con expedientes en causas criminales de audiencia”, que sencillamente fue perseguida por sus ideas y las de su compañero de vida. Ahora descansa como merece, identificada y reivindicada. Otro paso más en la pelea por la verdad, la justicia y la reparación.