Mercè Rodoreda y la dama del lago
Este artículo también está disponible en catalán.
Mercè Rodoreda (Barcelona, 1908-Girona, 1983) habló en más de una ocasión sobre literatura. De cómo opera; de cómo se construye una novela, los detalles que la conforman y le dan verosimilitud y sentido. Bastaría recorrer la chispeante correspondencia con su editor Joan Sales, Mercè Rodoreda-Joan Sales. Cartes Completes (1960-1983) para verlo.
Lo hace como la gran escritora que es, ¡ah, dónde habría llegado su valoración y su fama si hubiera escrito, por ejemplo, en inglés! Pone de manifiesto los esenciales hilos que la sostienen y crea gran literatura a través de la reflexión literaria. Todo el prólogo a Espejo Roto (el original catalán se publicó en 1974), una de las novelazas del siglo xx, escrita durante la prolífica etapa ginebrina (1954-1972) de su largo exilio, es un canto a la propia literatura y, de paso, claro está, a la ajena.
(Por poco que puedan, acudan a la versión catalana de este artículo y lean en su lengua original este hermoso fragmento de Espejo Roto. Atrévanse, lo agradecerán. El catalán es fácil).
Rodoreda iba a menudo a este restaurante situado muy cerca del edificio de las Naciones Unidas. De hecho, La Perla del Llac es el título de una novela suya inacabada depositada en el archivo del Institut d'Estudis Catalans.
Viajé a Ginebra y para allá que me fui a toda prisa y reverente cuando la tarde empezaba a caer lentamente. A pasar mi mano por el murete donde quizás se había apoyado levemente la dama con unos ojos llenos de vida vivida. A recordar los ojos de zafiro de Teresa Goday, su empaque y hechuras. A contemplar el incesante pero calmado y relajante tráfico del lago. A imaginar una locura de viajes y flores mientras caminaba por caminos flanqueados de tilos, castaños y cedros arraigados en un impoluto tapiz esmeralda. A rendir homenaje al temple, al genio y a la excelencia de cualquier línea de Rodoreda, ya sea un verso, el diálogo de una obra de teatro, media línea de un cuento, una coma de una de sus cartas o un capítulo de cualquier novela. O uno de los cuadros que pintó. O una de las muchísimas camisolas de batista que tuvo que coser para ganarse la vida mientras escribía y escribía como si no hubiera mañana.
En la terraza de La Perle du Lac siguen tomando el té señoras y señores ginebrinos (o vengan de donde vengan) felices de haber nacido en Suiza, paraíso de Europa. La ironía de Rodoreda respecto a la próspera, puntual y pulcra Confederación sigue teniendo todo el sentido del mundo y además las palabras que la envuelven puedan tomarse también literalmente.
Los vaporcitos blancos con la chimenea negra y amarilla que hacen la travesía del lago ahora son albero y bermellón y ya no lucen chimenea. Son parte de la red del transporte público de la ciudad. Cuando bajas del avión, puedes coger billetes gratis en un dispensador y cuando llegas al hotel lo primero que te preguntan es si quieres una tarjeta de transporte urbano también gratis durante tu estancia. Es la ginebrina o suiza manera de promocionar la cosa pública.
Seguramente las políticas Anna Gabriel y Marta Rovira están bastante contentas (o al menos tranquilas) de poder vivir allí. Tal y como les dijeron las autoridades suizas cuando llegaron, estaban en un país libre y eran ciudadanas libres; sin restricciones. Espero que algún día les apetezca acercarse a La Perle du Lac.