¿Menos clásicos y más artes marciales en la escuela?
Seguro que conocéis a Julieta, Ofelia y Lady Macbeth. Probablemente os sonará Laurencia (Fuenteovejuna). Son personajes nacidos de la mano de Shakespeare y Lope de Vega. Cada una de ellas tiene unas características que las hace únicas: inocencia, pasión, obediencia, frialdad, violencia, búsqueda de justicia... Podríamos jugar a unir flechas entre los rasgos que las definen y sus nombres. Todas vivieron situaciones adversas que marcaron su destino allá por el S.XVII, pero, ¿continuarían siendo así hoy en día? ¿Nos parecería normal encontrar sus palabras y reacciones en una obra del S.XXI? ¿Qué pasaría si les diéramos otra oportunidad?
Eso es lo que hemos hecho a lo largo de varias semanas en el centro en el que trabajo. Hemos leído clásicos en clase (con el esfuerzo que supone para los alumnos y para los profesores), hemos analizado algunas escenas y comportamientos para, después, darles el rol de autor a los estudiantes y pedirles que reinventaran situaciones, que mezclaran personajes si querían y que crearan nuevas oportunidades. El resultado ha sido más que satisfactorio. Han demostrado que han entendido el papel que tenía la mujer en el Barroco y se han negado a volver a dárselo en la actualidad.
Y es que la escuela lleva mucho tiempo incluyendo los valores en las aulas. Con tutorías especializadas, a partir de asignaturas como filosofía, historia, lengua o literatura, los docentes intentamos ir más allá del guión establecido e insertar contenidos que tocan de lleno con la realidad. Son muchos los centros que incluso han salido en los medios de comunicación por llevar adelante proyectos de inclusión, respeto, rechazo al racismo y la xenofobia y también en defensa de la igualdad.
Por eso cuesta tanto entender una decisión como la que ha tomado el tribunal de Pamplona en el juicio contra "la manada". Su sentencia no concuerda con nuestros tiempos. La sociedad se ha movilizado por empatía. Nos sentimos indefensos ante un sistema que no considera que lo que ocurrió fuera una violación. Inconscientemente pensamos que cualquiera podría haber sido esa joven, y lo peor, cualquiera volverá a serlo.
Uno de los peligros que acechan detrás de esa sentencia es la banalización de la violencia, la poca importancia que parecen tener los hechos. Los que protestamos no somos jueces, pero tenemos alumnas, hijas, hermanas, amigas... No queremos seguir viviendo con miedo. Pedimos libertad para poder salir, beber, bailar, vestir y más sin tener que pensar qué podrá pasar a la vuelta de la esquina.
Si no mejora el Código Penal no podremos sentirnos protegidas y pensaremos que, más que literatura, historia o filosofía, tendremos que aprender artes marciales.
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