Memorias de un soldado de Ciudadanos
La dirección de Inés Arrimadas ha cometido muchos errores y es necesaria una asamblea general para decidir el futuro del partido.
Para una persona normal, generalmente hastiada y escéptica con la clásica política, no es fácil entender las razones por las que un partido como el mío, que supuestamente vino a regenerar las instituciones y en el qué tantos ciudadanos depositaron su confianza, acaba sus días como polvo cósmico sumido en el más absoluto de los ridículos y contribuyendo a la enésima decepción cuyas consecuencias son la perpetuación del bipartidismo y la radicalización de bloques.
Los ciudadanos suelen otorgar una oportunidad, dos a lo sumo. Si te idolatras y les fallas, pierdes su confianza. Si, además, usas su voto para hacer lo contrario de lo que predicas, dejas de existir.
El ejército de soldados de Ciudadanos, la mayoría personas de alto bagaje profesional e intelectual que jamás habíamos pertenecido a la industria política, fuimos puestos a disposición de oficiales ineptos, trepas y advenedizos nombrados por el incompetente jefe Rivera.
Albert Rivera, un jefe que, cuando millones de españoles, fruto del trabajo de su ejército, le dieron el mandato de cambiar las cosas, aquellas por las que tanto habíamos luchado, decidió abandonarlos a todos por su ambición personal bendecida por su estado mayor, y con ello a todo su ejército.
La traición de no intentar un Gobierno con Pedro Sánchez y de no respetar el resultado de las urnas, por ejemplo, en Madrid, Murcia y Castilla León, pactando con aquellos que llevaban décadas devastando las instituciones, junto con la huida de Cataluña, pusieron el primer clavo en nuestro ataúd.
Dimitido el inepto jefe, tomó el mando Inés Arrimadas, tan responsable como Rivera del desastre, pero con la imagen, la reputación y la frescura suficientes como para enderezar el rumbo siempre que estuviera dispuesta a admitir los errores y corregir los defectos.
Arrimadas no tenía tarea fácil y no empezó mal. Los escaños de Ciudadanos debían ser útiles y los utilizó bien mientras pudo replicando una imagen más fiel de la esencia de Ciudadanos. Sin embargo, de puertas adentro, siguió apostando por los mismos oficiales ineptos y palmeros que habían devastado las agrupaciones locales y regionales del partido.
Las continuas deserciones provocaron que el ejército de Ciudadanos, aquel que debía encargarse de conectar nuevamente con las personas para recuperar la confianza perdida, redujera sus efectivos a menos de la mitad y careciera de la motivación suficiente para ello. Ejemplo de ello es que en las recientes elecciones catalanas nuestro partido apenas pudo juntar unas decenas de apoderados para atender en los colegios electorales.
Arrimadas cometió atropellos impresentables, como la sustitución de Lorena Roldán, ganadora de las primarias de Cataluña, por Carlos Carrizosa. Permitió al ambicioso e indigente mental Ignacio Aguado, que jamás debía haber investido a Isabel Díaz Ayuso por el mandato de las urnas y anhela sin pudor su puesto, mantener un comportamiento inaceptable y desleal con su socia de Gobierno, en lugar de haberla abandonado si no compartes sus decisiones. Presionó a Isabel Franco, la ganadora fraudulenta de las primarias de Murcia para que dejara la vicepresidencia de la Región de Murcia.
Lo más grave de todo, no incluyó en su estado mayor a ningún miembro de las corrientes alternativas, sepultando definitivamente el debate y la opinión de los afiliados para que participemos en las decisiones del partido. Hasta el punto de que hoy, tanto el comité ejecutivo como el Consejo General, no pintan nada, ya que todo lo debaten y deciden los siete del comité permanente que viven en una burbuja ajena a la realidad, flanqueados por un equipo de asesores abrazafarolas en los campos de estrategia y comunicación cuya negativa aportación nos abochorna a todos los afiliados diario. ¿Se pueden creer ustedes que todavía siguen los mismos personajes de “el perro que huele a leche”?
Esos siete, y nadie más, conscientes de que el partido se hunde en el fango sin remedio, dentro de su burbuja de paranoia, decidieron con nocturnidad y alevosía dar un golpe de efecto, pero de la forma más torpe y bochornosa posible.
Isabel Franco, quién ganó las primarias de Murcia haciendo trampas —causa judicializada—, con el visto bueno de la antigua dirección del partido —la misma que ahora apuñala a Arrimadas—, fue defenestrada y sustituida para manejar el cotarro en Murcia por Ana Martínez Vidal, una advenediza que propuso a los siete tomar la presidencia de Murcia con seis escaños.
Los siete negociaron con el PSOE, que aceptó tras ver cómo los independentistas catalanes le han puesto pie en pared y ahora le conviene que Ciudadanos le apoye en el Congreso. Murcia era el primer paso, pero no sería el último, la siguiente plaza sería Madrid, en unos meses. Andalucía era imposible y Castilla y León necesitaba otro momento, ya que Luis Tudanca e Francisco Igea no se aguantan.
Los siete cometieron errores fatales. El primero anunciar una moción de censura en Murcia sin un casus belli. El vacunagate o la supuesta corrupción pueden ser motivos para salirse del Gobierno, pero no para presentar una moción de censura y pretender la presidencia con seis míseros escaños. El segundo error fue contar con los tres votos de Franco, Miguélez y Álvarez, es decir, Martínez Vidal pretendía ser investida por las personas a quiénes defenestró.
El tercer error fue pensar que “el suelo de Cs en Madrid es muy grande y Ayuso nos necesita”, cuando nuestro suelo es arcilla, dándole a Ayuso la excusa perfecta para deshacerse del sinestro Aguado, que le faltó tiempo para dar órdenes a los miembros de la mesa de la Asamblea de Madrid para admitir a trámite las infames mociones de censura registradas a posteriori del decreto de disolución que la misma Ayuso firmó delante de sus narices. El cuarto error, y quizás el más lamentable, tratar de vender estos hechos como algo destinado al bien de los ciudadanos cuando se hemos demostrado ser igual o peor que el resto de la industria política.
El ejército de Ciudadanos está cercado por todos los flancos, sin bagaje ni suministros, abandonado por sus oficiales y condenado por sus generales. Es necesaria una asamblea general donde decidamos el presente y el futuro de Ciudadanos. Los valores y principios por los que tantos años hemos luchado deben mantenerse en la vida política española.