Mejor sola que bien acompañada
¿Qué tendrá la Navidad que provoca que sea preferible enfermar, quizás gravemente, incluso morir, a dejarla de celebrar?
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Confirmado. Ahora ya se sabe a ciencia cierta. Los gobiernos del Estado no saben lo qué es hacer política ni tomar decisiones y menos si tienen que ser valientes e implica no pensar en lo que les pasará personalmente. Son de una extrema cobardía. Se escudan detrás de mensajes ininteligibles: si no se puede ir a la segunda residencia que lo digan así y no que lo prohíban de viernes a lunes; con lo cual, hecha la ley, hecha la trampa. Tras comprobar que la apertura de bares y restaurantes ha empeorado la situación, prohíben desplazarse si es por ocio o para viajar, pero no si es para amontonarse en fiestas familiares o con personas «allegadas» (han rebuscado y al final han tropezado con esta palabra lo bastante ambigua).
Por un lado, prevarican permitiendo en cada efeméride cenas de diez personas (por mucho que incluyan a las criaturas). Diez personas que pueden variar de una festividad a otra. Y así en tres días puedes juntarte con treinta personas y un sinfín de burbujas. Por otro, con la boca pequeña, recomiendan no salir, no desplazarse, no hacer nada. ¿En qué quedamos?
Tendremos, por tanto, que decidir personalmente, a pelo y sin cobertura.
¿Tienen miedo de perder votos? Pues que se fijen en dirigentes que sí lo son de verdad y dejan de lado la politiquería. La popularidad creciente de Angela Merkel (con todos los bares restaurantes y gimnasios cerrados en Alemania); o la buena gestión de la pandemia que el pasado octubre otorgó la mayoría absoluta a Jacinda Ardern en Nueva Zelanda. Dos dirigentes que han agarrado el toro por los cuernos, han hablado claro, han decidido sin miedo a las consecuencias personales-políticas-de partido y nunca han engañado la gente. Y la gente, que no es idiota, lo agradece.
Había un cierto consenso de que la Navidad eran unas fiestas nefastas porque en realidad no satisfacen a nadie: la gente «normal» las aprovecharía para hacer otras cosas y la gente «anormal» es más anormal que nunca. Para empezar, se considera una tragedia de grandes dimensiones si no se puede acudir en masa a ver unas instalaciones eléctricas o, si lo prefieren, una exhibición de bombillas. Un despilfarro que, que nadie nos engañe, es una burda estrategia para vender y vender, para que compremos sin ton ni son.
Estas Navidades mucha gente tenía una oportunidad de oro para zafarse de tanta reunión familiar, de tanto ambiente sofocante, de tanto cuñadismo y suegrismo, de tanta indigestión y sorda zambomba. Montones de madres y de abuelas tenían la oportunidad de abandonar la orgía de capones, de pulardas, de langostas, de canalones, de besugos a las que están encadenadas. Mira por donde, tanto despotricar de ello y ahora nos quejamos y lamentamos porque no podemos hacerlo. Parece que lo que la gente quiera es repetir convencionalmente lo mismo a pesar del peligro y —literalmente— caiga quien caiga.
Para justificar una comida colectiva se exclama un simple «¡Va, mujer, que es Navidad!». Se aduce que un hermano es ya muy mayor y quién sabe si el próximo año estará; es bien triste pero una Navidad u otra indefectiblemente será la última. Que qué harías tú si, por ejemplo, tu pareja viviera a quinientos kilómetros y no pudieras desplazarte para juntaros en fecha tan señalada. Pues, mira, tal día haría un año y si no tienes Zoom, siempre te quedará el teléfono. Depende de lo que te juegues. Si es para evitar un contagio, puedes perfectamente dejarlo para mejor ocasión.
¿Qué tendrá la Navidad que provoca que sea preferible enfermar, quizás gravemente, incluso morir, a dejarla de celebrar? Si es así, tiene un lado muy oscuro y putrefacto. ¿Una fiesta para celebrar un nacimiento puede convertirse en una festividad de muerte, en un macabro homenaje a la muerte? ¿Dónde quedan las tan loadas paz y alegría, las presuntas luz y amor de la Navidad? No soy creyente, pero me parece que ese no es el espíritu de la Navidad, al contrario, me parece lo más opuesto. Una especie de contranavidad. En realidad, la misma estrella de la Navidad lo proclama en un refrán que no necesita traducción, «Per Nadal cada ovella al seu corral».
Por varias razones que no vienen al caso, he pasado algunas Navidades, Sants Esteve, Nocheviejas y Reyes sola. Y no pasa absolutamente nada, no pasa nada de nada. Aparte de poder realizar muchas otras actividades, puedes aprovechar para mirarte al espejo, para mirar si estás en paz contigo y con el mundo, y si no lo estás, intentar ver por qué. Reflexionar siempre va bien. Incluso, si tienes ganas, puedes regalarte una buena comida. Y, como un año tras otro viene, brindar para que el próximo la pandemia sea un mal recuerdo y con una siempre matizada libertad puedas decidir si quieres comer sola o en compañía.