Los medios tratan tan mal a los famosos porque tú sigues leyendo sus artículos
Los medios hablarían de temas serios como los niños desnutridos de Yemen o la violencia machista si al público le importara.
Un par de décadas después del fallecimiento de la princesa Diana de Gales, la gente vuelve a preguntarse cómo se las arregla la prensa británica para destrozar a las mujeres jóvenes a las que explota para sus artículos.
Caroline Flack solamente tenía 40 años cuando se quitó la vida el fin de semana pasado. Poniéndola en contexto con otros casos trágicos de las últimas décadas, su muerte forma parte de una historia que no es nada nueva. Amy, Judy, Tulisa, Whitney, Britney, Lindsay, Amanda y muchas más son ejemplos de mujeres cuyas vidas complejas fueron primero glorificadas y luego condenadas por una prensa codiciosa. Por puro capricho, el pedestal en el que las colocan se convierte en una pira, una advertencia para cualquier mujer que ose llegar demasiado lejos.
La actriz Stephanie Davis, de la serie Hollyoaks, ha puesto en marcha una petición para poner fin a esta situación. Con más de 525.000 firmas recogidas a fecha del martes 18, esta petición insta al gobierno británico a introducir leyes para “dejar de explotar a las personas públicas”. Su intención es buena, pero jamás funcionará. Ya existen leyes que impiden publicar detalles médicos privados. Si se creara una ley que impidiera “publicar información privada perjudicial para el famoso”, podría obstruir la publicación de experiencias #MeToo que implicara a alguna estrella televisiva. Si se prohibiera publicar noticias sobre la difusión de fotos o vídeos de contenido sexual sin consentimiento de las personas que aparecen, las leyes que intentan evitar que esto suceda no tendrían ningún control.
Comprendo por qué Stephanie, que ha pasado años siendo el objetivo de interminables cotilleos quisiera ella o no, ha reaccionado de forma tan apasionada. La prensa, junto con muchas otras instituciones, indudablemente será cuestionada cuando se analice la muerte de Caroline. Su constante sexismo también debe tenerse en cuenta, pero no tengo ni idea de si alguna de las personas involucradas en esta petición, que ha recibido más visitas que la mayoría de las noticias del día, conoce el código periodístico de la organización benéfica Samaritans. Esta organización para la prevención del suicidio advierte que “la simplificación excesiva de las causas o de los aparentes ‘desencadenantes’ de un suicidio puede resultar engañosa y es improbable que refleje de forma precisa la complejidad de un suicidio”.
Si Caroline fue juzgada por los medios, no estoy segura de que sea apropiado hacer críticas apresuradas en las redes sociales. Pero, claro, nos encanta destrozar los espejos que reflejan lo peor de nosotros mismos.
Si bien todas estas historias de mujeres cayendo en desgracia parecen muy similares, ha habido un gran cambio, que es la proximidad que han adquirido la prensa y el público. Todos los días se unen para participar en una danza grotesca de miseria y amargura.
Antes, el editor de un periódico podía ver que había habido un repunte en el número de ejemplares vendidos, pero no tenía forma de saber si se debía al cotilleo sobre Diana o al artículo sobre el escándalo de un partido político. En la actualidad, en un ciclo de noticias digitales que no se detiene en ningún momento, los editores pueden ver perfectamente qué noticia está atrayendo más visitas y moldear su línea editorial en consonancia. De igual modo, pueden conocer qué se cuece entre los lectores a través de las redes sociales para reflejar y amplificar los memes y bromas en sus noticias. Y siempre se lavan las manos diciendo: “Bueno, no es que nosotros opinemos tal o cual sobre este famoso; solamente informamos de lo que están comentando los lectores”.
Muchos se preguntan por qué estos medios no hablan de temas serios como los niños desnutridos de Yemen o la violencia machista. Lo harían si al público le importara, pero en una era en la que el periodismo cobra por clicks y los periodistas luchan por recibir la atención de unos lectores que prefieren enterarse de noticias sin contrastar en las redes sociales, ¿para qué se van a molestar en hacer reportajes que los lectores van a ignorar?
Lo cierto es que los medios digitales solo producen las noticias que los lectores quieren leer. Y a los procesadores analíticos les da completamente igual si ese click se ha producido por emoción o por repugnancia. Un click es una visita, una visita aporta dinero y en conjunto, se convierte en un empleo.
Yo era consciente de esto cuando escribí sobre Caroline Flack un día tranquilo de hace casi diez años. Utilizando un tono que me sentí alentada a usar porque era el que estaban utilizando todos los medios, me salió una publicación innecesariamente dura que a Caroline le molestó. Me enteré porque me lo hizo saber mi editor después de eliminar la noticia.
Ese mismo editor me hizo sentarme y observó (correctamente) que solo había sido desagradable porque no me sentía bien conmigo misma. Me ayudó a mejorar en ese aspecto y, a día de hoy, intento ser más incisiva con los menos vulnerables y no al revés. Asumo toda mi responsabilidad por haber contribuido al malestar de Caroline, por ese artículo que no dudo que melló en cierta medida su autoestima, y por ello pido disculpas a su familia y a sus amigos.
Como periodista, tengo que esforzarme mucho para encontrar formas de no aprovecharme de los famosos. En vez de firmar una petición y creer que así ya estará solucionado, seguiré reflexionando en el poder de mis palabras. Todos podemos colaborar para que la crueldad deje de ser el principal recurso de los medios. Es responsabilidad de todos alentar a los redactores de prensa, que son muy humanos, para que se centren en temas adecuados.
Tras la muerte de la princesa Diana, la portada del Private Eye exhibió el titular “CULPA DE LOS MEDIOS” sobre una foto de una multitud de curiosos espectadores y personas que acudieron a presentar sus condolencias en los aledaños del palacio de Buckingham. Una de estas personas declaraba en un bocadillo: “Los periódicos son una vergüenza”, a lo que otro respondía: “Pues sí, he ido a comprar y ya no quedaban”. Y, como colofón, decía una tercera persona: “Le presto el mío. Tienen una foto del coche”. Todavía sigue vigente y sé que todos nosotros, usuarios de los medios y miembros de la prensa, preferiríamos que hubiera quedado en el pasado.
Sophie Wilkinson es periodista independiente y profesora asociada en la Universidad Metropolitana de Londres.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.