Me gano la vida organizando fiestas sexuales y no lo cambiaría por nada
Me siento genial dándole a la gente lo que desea: un lugar seguro para que sean ellos mismos y se desinhiban.
Parece que tengo un talento único: soy una treintañera soltera que viaja por el mundo organizando orgías de calidad.
Es un oficio que surgió de la nada. Cuando organicé “una pequeña fiesta” para mi entonces novio (¿no seré yo la mejor novia del mundo?) no tenía ni idea de que se convertiría en mi profesión. Pero aquí estoy, y no cambiaría mi vida por la de nadie.
Nunca he querido un trabajo corriente de 9 de la mañana a 5 de la tarde y, para se sincera, me habían despedido de la mayoría de mis trabajos anteriores. Era una soñadora. Mi mente vagaba y no era capaz de estar concentrada y en calma. No estaba hecha para tener a un jefe revisando lo que hacía cada cinco segundos. Una parte de mí me pedía que hiciera alguna locura.
Así pues, dejé mi trabajo y a mi novio para perseguir mis sueños. Volé a Asia para ayudar a un amigo con la inauguración de su bar, mintiéndole (cómo no) al decirle que tenía experiencia gestionando bares. Y lo hice jodidamente bien e incluso que acabé dirigiendo los eventos del bar y el equipo de marketing. Resulta que soy una organizadora de eventos nata.
En Asia también conocí a otro hombre. A ambos nos iba el vicio, así que empezamos a asistir juntos a fiestas subidas de tono. Con “fiestas subidas de tono” me refiero, efectivamente, a orgías. Sentíamos que nuestra vida sexual y nuestros tríos en casa no terminaban de satisfacer nuestros deseos sexuales y queríamos hacer las cosas a mayor escala.
Viajar y conocer gente nueva fue maravilloso y liberador. Solo asistíamos a las fiestas más exclusivas, donde las entradas costaban un riñón, pero merecían completamente la pena. Nos codeábamos con médicos, famosos y toda clase de gente de alto nivel y no tardé en caer rendida a este nuevo estilo de vida.
Llegó el cumpleaños de mi novio y, como sorpresa, decidí organizar nuestra propia orgía por primera vez. Invité solamente a una pequeña selección de los amigos que habíamos hecho por el camino, pero (por suerte) ese número creció y acabamos con unas 40 personas en una suite de un hotel. A mí no me importó y tampoco oí que el colega se quejara.
“Sarah, ¿cuándo organizas la siguiente?”, me preguntó un amigo al poco tiempo. Esa pregunta me estuvo rondando la mente durante días. Tenía razón: ¿cuándo volvería a organizar otra fiesta? Fue entonces cuando decidí volcar mis aparentemente fabulosas habilidades de organizadora en una nueva carrera profesional.
Por suerte, me di cuenta de que había asistido a tantas fiestas eróticas a esas alturas que conocía a mucha gente, y que con esos contactos me resultaba sencillo montar una fiesta. Después de pasar por empleos que no me satisfacían, estaba preparada para hacer algo divertido, algo loco como siempre me había apetecido. Ya estaba metida hasta el fondo en este estilo de vida y ahora quería pasar más tiempo con esta gente; eran personas divertidas y sexualmente libres y también era un placer tenerlas cerca.
No me asustaba para nada esta nueva aventura. De hecho, estaba emocionada por compartir esta experiencia liberadora con el resto del mundo. Fue tan simple como abrir una página web, fijar una fecha para mi primera fiesta en Londres en un club prestigioso con algunos de los amigos que había hecho y, de repente, mi negocio ya iba a toda mecha.
Pero me di cuenta de que no todo podía ir igual de bien. Aunque mis fiestas florecían, mi relación se apagaba. Así pues, lo dejé. Desde entonces, he organizado fiestas en el Reino Unido, Estados Unidos, Asia y algunos países de Europa, donde paso mi tiempo buscando suites de hotel, mansiones o yates para alquilar y empezar los tres meses de planificación que hacen falta para que una fiesta se haga realidad. Examinar a los candidatos siempre lleva su tiempo. Correr la voz y desvelar los detalles es fácil, pero la gente se piensa que cualquiera entra a la fiesta. En absoluto. Analizo a todos y cada uno de los invitados a fondo por internet: leo lo que me aparece en Google y en las redes sociales, siempre les llamo directamente para mantener una charla preliminar y elaboro una base de datos de invitados a partir de ahí. Parece mucho trabajo, pero, sinceramente, esta profesión es la más divertida que he tenido. De hecho, ni siquiera siento que esté trabajando.
Las entradas no siempre son baratas. El precio varía según la magnitud de la fiesta y el esfuerzo que haya invertido. Si es una fiesta pequeña sin espectáculo, solo con bebidas y un lugar seguro en el que jugar, cobro unas 100 libras (118 euros). Si la fiesta es más elaborada, alquilamos un lugar enorme con bailarines de burlesque, un bar y demás parafernalia, los precios evidentemente suben.
Recibo muchísimas críticas desagradables de personas que no entienden este estilo de vida y me llaman puta, pero sin entender siquiera lo que hago. No duermo con la pareja de nadie, dirijo estas fiestas de forma profesional y voy vestida porque estoy trabajando, asegurándome de que todo va como la seda, como en cualquier otro evento, solo que todo el mundo está desnudo.
Creo que mi inspiración ha sido siempre la actitud que había en los años 60 en cuanto al amor y el sexo, cuando no era un motivo de vergüenza. La gente era feliz y se sentía libre. En esa misma línea, a mí me encanta la sensación de hacer algo sin preocuparme por el qué dirán.
No hay nada que temer por asistir a una fiesta así. Lo único que tienes que hacer es sentirte cómodo alrededor de gente desnuda y, evidentemente, con el hecho de que te vean desnudo. Pero déjame que te diga algo: cuando todos están desnudos es como si nadie lo estuviera. Es imposible sentir vergüenza cuando estás igual que el resto de las personas de la habitación.
Independientemente de cuál sea tu trabajo o cómo decidas luchar por tus pasiones, he aprendido que no hay que tener miedo de vivir este tipo de fiestas si sientes curiosidad.
Cuando la gente descubre cómo me gano la vida, noto que les da vergüenza hacerme preguntas. Me plantean sus dudas de forma discreta, pero ¿por qué? ¿De verdad pensáis que esto debe ser tabú? Los espacios seguros que creamos sirven para liberar el estrés acumulado en la sociedad moderna. Si me preguntas a mí, te diré que es una experiencia muy real y que no tiene nada de malo hacer realidad tus fantasías. En ese sentido, mi estilo de vida ha cambiado a mejor y me siento genial dándole a la gente lo que desea: un lugar seguro para que sean ellos mismos y se desinhiban.
Sarah Jane es escritora y organizadora de fiestas eróticas. Síguela en Instagram en @sarahjaneinternational.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.