Me dijeron que por la radiación viviría dos años como mucho; ahora el fantasma de Chernóbil vuelve
Svieta Volochai rememora la catástrofe de Chernóbil, que vivió cuando tenía 12 años, y los miedos reavivados tras la invasión rusa de Ucrania.
Recuerdo la noche del 26 de abril de 1986 como si hubiera ocurrido hace un par de años. Yo tenía 12 años y mi hermana 4. Mi padre había muerto dos años atrás. Vivíamos con mi madre en Orane (Ucrania), muy cerca de la carretera que iba a Chernóbil, que está a 35 kilómetros de nuestra aldea. Recuerdo que aquella noche sentimos un ruido muy fuerte, sin saber de dónde venía. Al día siguiente, vimos pasar coches que parecían militares, como si hubiera pasado algo.
Los días transcurrían y la gente estaba preocupada, pero sobre todo había incertidumbre. Yo sabía que había pasado algo en Chernóbil, pero no sabía el qué. Los niños jugaban con normalidad, paseaban en bici, plantábamos patatas. La vida seguía aparentemente normal, pero sabíamos que algo no iba bien.
Cuando pasó una semana, empezaron a decir que había que cerrar los pozos, que teníamos que salir menos de casa y cerrar las ventanas. También nos dieron yodo. En verano, todos los niños salieron a Odesa a pasar las vacaciones a zona limpia. Yo también fui a Odesa con mi hermana pequeña, haciendo de madre, porque mi madre tenía que quedarse cuidando de las vacas y de los cerdos.
En el colegio nos dijeron que con la radiación que teníamos en el cuerpo íbamos a vivir dos o tres años como máximo. Yo no podía sacarme eso de la cabeza: cómo vivir mejor esos dos años de vida que supuestamente me quedaban. Había mucha incertidumbre y muy poca información.
Mi madre tampoco sabía lo suficiente, pero estaba muy preocupada. Sabía que lo que había ocurrido era algo peligroso que nos podía afectar. Ella luchó mucho por nosotras, pero hasta ahora, todavía hay padres que ignoran el peligro de la radiación. Los niños comían setas, frutas del bosque, leche, pescado. Mi madre estaba empeñada en que no comiéramos nada de eso. En el año 92, nos fuimos a vivir hacia el Oeste de Ucrania. Desde 2020 estoy en España.
Para nosotros, tener un cáncer es como tener un catarro
Los años pasaron y nos acostumbramos a vivir, pero diez o quince años después de la catástrofe, empezaron a salir muchísimos casos de cáncer en vecinos, parientes, niños pequeños… mucha, mucha gente. No sabemos cuándo terminará esto, pero para nosotros tener un cáncer es como tener un catarro. La gente no tiene seguro médico, los que viven en los pueblos no tienen dinero para hacerse revisiones. Cuando sienten que les pasa algo raro, van al hospital. Pero muchas veces ya es tarde. Vuelven a casa y viven hasta que pueden.
Todos los que hemos vivido en la zona estamos en peligro. Sabemos que mañana mismo, en una revisión, te pueden dar la noticia de que tienes algo. Estás mentalizado porque a tus vecinos, a tus conocidos, ya les pasó. También estamos enfermos psicológicamente: ver cómo enferma tanta gente a tu alrededor te pasa factura.
Y ahora la pesadilla ha vuelto. El 24 de febrero de 2022, el día que empezó la invasión rusa, reviví todos los miedos. Los rusos entraron por Chernóbil. Cuando vi que tomaban el control de la central nuclear, pensé: a ver si ahora en Bruselas entienden que la energía nuclear no es verde. Eso fue lo primero que me vino a la cabeza, no podía dejar de darle vueltas al tema.
Los 15 reactores nucleares de Ucrania dedicados a la generación eléctrica, entre ellos la planta de Zaporiyia, la más grande de Europa, están en riesgo de sufrir daños potencialmente catastróficos que podrían dejar parte del continente europeo, incluida Rusia, inhabitable durante décadas.
La energía nuclear no es tan barata; se paga cara después, con vidas humanas
Los días que los rusos estuvieron en Chernóbil, temí que volviera a pasar lo peor. La gente de mi pueblo me contó que la radiación era muy alta esos días. Creen que pudo ser por todo el polvo que levantaron los tanques al romper carreteras. La gente tenía mucha sed y los labios agrietados, tenía mucho sueño y se sentía débil. Sabemos que esos son síntomas de la radiación, porque los hemos vivido. Todos estos años hemos sentido eso cuando subía la radiación en la zona.
De nuevo, sentí dolor por mi gente, otra vez abandonada. Mi hermana y mi ahijada están en España, pero los demás parientes, tíos, primos, amigos… siguen ahí. ¿Por qué no se habla del riesgo de radiación, más de 35 años después? Si después de Chernóbil, con tantos miles de vidas afectadas, no se ha cambiado el sistema, es porque no hay voluntad política.
Han sido muchas pérdidas, mucho daño el que sufren mi tierra y mi gente. Estas catástrofes nucleares se pueden repetir de cualquier manera: por un error humano, por un fallo técnico, por un desastre natural o por un loco que puede bombardear una central. No hay que pensar en que esa energía es barata, porque se paga muy cara después, con vidas humanas.
Dicen que no hay mal que por bien no venga, y lo ocurrido en Chernóbil estos días debe servir de toque de atención. El mundo tiene que entender que no importa tanto lo barato o lo caro y que lo primero es la vida, aunque parece que la vida no vale mucho en Ucrania.
Una vez, mi madre me dijo: “A nosotros nos tocó vivir esto. Ojalá vosotros viváis mejor”. Ahora yo le quiero decir a mi ahijada: “Ojalá tú puedas vivir mejor que nosotros”.
Svieta Volochai colabora con Greenpeace en la defensa por una transición hacia las energías renovables.
Este texto ha sido redactado por Marina Velasco a partir de entrevistas con Svieta Volochai.