Máxima rivalidad y juego limpio
La gente que sigue al otro equipo tiene cara y cuerpo y sonrisa, nombre y apellido; no puedes pensar nunca que es idiota por definición, o mala persona.
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Ese fútbol que, sin público, ya no es exactamente fútbol nos recuerda que sólo hay cuadros cuando alguien los mira, que existen esculturas si alguien las contempla mientras gira a su alrededor, o que no hay libros si alguien no los lee. Hasta que esto ocurre, son tristes y desolados fantasmas en busca de sentido.
Por otra parte, las exposiciones profusamente adornadas de vídeos —como la extraordinaria y magnífica de la directora de cine experimental y activista estadounidense Barbara Hammer (1939-2019), que se exhibía hasta hace poco en la Virreina de Barcelona— muestran también que no importa el orden en que mires los filmes, o incluso tampoco si empiezas a mirar una película por la mitad y la acabas de ver también a la mitad, claro.
Y así volvemos y llegamos a un desangelado y atípico Barça-Real Madrid, un partido sin sustancia que, por falta de público, pasará sin pena ni gloria. Un partido para rememorar el escándalo que ocasionaron unas declaraciones de Xavier Trias pocos días antes de ser elegido alcalde de Barcelona en 2011. Trias tuvo que pedir disculpas al Club de Fútbol Español porque dijo que tener un yerno perico es una «desgracia inmensa». (Por una vez en la vida dejaron a la suegra en paz.)
Xavier Trias se equivocaba totalmente. Es una bendición i una suerte. Tengo un nieto del Real Madrid, uno del Atlético de Madrid y uno del Barça (dos de ellos, además, son del Rayo Vallecano, algo perfectamente comprensible: incluso yo podría serlo un poco). Una de las nietas se mira la contienda desde el córner con desinterés olímpico; la otra, es todavía demasiado pequeña, todo se andará. Esta diversidad es lo mejor que puede pasarte en la vida. Yo la haría obligatoria.
Por cierto, en la villa de Vallecas —barrio de Madrid que algún día será independiente— hace unos días apareció esta pintada esperanzadora. (Aunque Isabel Díaz Ayuso o Esperanza Aguirre dicen que aman la libertad por encima de todo, no creo que hayan sido las autoras.)
Vuelvo a aquella diversidad que haría obligatoria. Olvidados los insultos y exabruptos —ya completamente fuera de lugar—, te impulsa más allá y te obliga a vigilar la forma y los adjetivos de los comentarios sobre cualquier jugador. O a ponderar y afinar su contenido, cuando hablas, por ejemplo, vayamos a un clásico, de las cualidades y habilidades de Messi o de Cristiano Ronaldo o cuando se comparan características y goles; grados de suciedad de las defensas.
Te obliga al ejercicio de ponerte en la piel ajena ante un penalti, una jugada confusa, una falta. Y lo que es más importante, cuando pierde tu equipo, te alegras (un poco) de la victoria del rival porque tal o cual a quien conoces y quieres se llenará de alegría. Comprendes que si eres de Madrid, lo más habitual, lo más «normal» es ser de uno de los equipos de la zona, y al revés. La gente que sigue al otro equipo tiene cara y cuerpo y sonrisa, nombre y apellido; no puedes pensar nunca que es idiota por definición, o mala persona. Yo lo haría obligatorio.
No sé si se podría implementar esta obligación en el Congreso cuando se dirima una moción de censura y especialmente antes, durante y después de cada sesión de control.