Más papista que el papa igual no, pero un poquito...
En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Juan 8, 31-42
No todos los días se tiene la ocasión de ver al papa en abierto en la televisión, pero, gracias a Jordi Évole, 4.107.000 espectadores (un 21% de cuota de pantalla) pudimos ver y escuchar al sumo pontífice, a la cabeza de la Iglesia Católica, la institución que más luz debería emanar, en todos sus sentidos, pero que a menudo peca de oscuridad, en todos sus sentidos, también.
El papa Francisco, Bergoglio, no dijo nada nuevo ni nada que no proclame el catolicismo que representa. Se mostró afable, cercano, sincero y hasta entrañable; e hizo gala de las cuatro virtudes cardinales que se le suponen a toda persona de buena moral. Es decir, habló con templanza y prudencia sobre lo que debería ser justo y lo hizo con firmeza, incluso sobre esas líneas rojas oscuras como el aborto o la homosexualidad, que jamás traspasará; al menos en lo teórico y de cara a la galería, que en la práctica y tras bambalinas la cosa, a veces, cambia.
Casi todo lo que dijo fue tan coherente que muchos de aquellos que presumen de valores cristianos y que dicen difundirlos deberían agachar la cabeza y sentirse avergonzados. Pero ya se sabe que la hipocresía es un vicio que algunos han tomado como una de sus virtudes fundamentales y no les pesa en absoluto ni a sabiendas de que son leídos y escuchados por miles sino millones.
El papa habló sobre medios de comunicación en general y también, en particular, por lo que a él le toca. Destaca cuatro malas actitudes que existen dentro del periodismo, actitudes que lo contaminan y de las que hay que defenderse. La primera es la “desinformación”, un atentado contra el derecho de toda persona según el papa Francisco. Y ya se sabe que es preferible no estar informado a estar informado pero mal, a medias.
La segunda es la “calumnia”, debiéndose cuidar aquellos medios aludidos de dar voz a ciertos comunicadores, bien vengan éstos de la dirección de un periódico tendencioso o directamente del bar al micrófono a faltar, a hablar de maricones, a ofender e insultar gratuitamente a cambio de la ”coprofilia o el amor a la cosa sucia, a la polémica”, otra de las actitudes a evitar. Y, por último, la “difamación”, esa “obsesión maliciosa, veneno que hace daño en primer lugar a quien lo lleva dentro” como ya dijo Bergoglio tiempo ha; como aquellos escribas que fueron enviados a Galilea desde Jerusalén para intoxicar a la gente que seguía a Jesús extendiendo el bulo de que las curaciones milagrosas que realizaba y la expulsión de los males, eran posibles gracias al poder «del príncipe de los demonios». ¡Ay de ellos, escribas y fariseos, hipócritas!
En general, la manera en la que el papa trató la mayoría de los asuntos sobre los que fue preguntado, debería ser motivo de sonrojo y de autocrítica para aquellos que siguen proclamando y expandiendo su fe, vendiéndola como dogma cuando piensan, obran y apoyan a aquellos que hacen exactamente lo contrario. Bien hablemos de concertinas, de inmigración, de muertos en las cunetas, de periodistas o de empresarios, esos a los que recomienda que “dejen de jugar con fuego porque les puede pasar lo mismo”.
Será, como dice el papa Francisco, que el Vaticano –y sus sucursales– está lleno de mercaderes. Y son más que bienvenidos, olvidó añadir. Y a Jesucristo, al menos a Jesucristo García, el de Robe, no le aplicaron “ley antiterrorista” sino “ley del silencio”. Y así, el mercado, el templo, sigue facturando mientras sus ocupantes alzan la cruz por encima de sus cabezas con una mano y cruzan los dedos de la otra por detrás de la espalda.
¿Así quién se va a acordar de llorar por los demás?
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