Más allá de "la emergencia"
Esta situación sin precedentes exige una respuesta igualmente sin precedentes.
Más de una cuarta parte de los países del mundo se encuentran inmersos en conflictos armados. Hay regiones donde se han sucedido hasta tres generaciones que solo han conocido la violencia y la destrucción como forma de vida. Ningún continente se libra de esta lacra en un momento en el que las tensiones geopolíticas están en el máximo nivel.
Hay conflictos armados que se mantienen activos desde hace casi 75 años, como el existente entre Israel y Palestina o el de los kurdos en Irak y Turquía; otros son muy recientes, como los enfrentamientos en la región etíope de Tigray que se desató el pasado mes de noviembre. Algunos siguen ocupando, de cuando en cuando, un hueco en los medios de comunicación, como los de Siria (que dentro de un mes cumplirá 10 terribles años), Yemen o la “guerra” contra el narcotráfico en México; otros son absolutamente desconocidos para la inmensa mayoría, como el conflicto Mor en la región filipina de Mindanao que con más o menos virulencia se mantiene sin solución desde hace más de medio siglo o la guerra de Kivu en la República Democrática del Congo. La lista es extensa: Sudán del Sur, Somalia, Nigeria, Chad, Afganistán, Yemen, Malí, Pakistán, Libia, India, Ucrania, Tailandia… y así una lista de hasta cincuenta países donde los tambores de la guerra no dejan de sonar, y que no ha dejado de crecer en el último medio siglo.
Hoy, estos conflictos, sin bien provocan menos muertes absolutas que los grandes enfrentamientos mundiales de la primera mitad del siglo XX, son más largos en el tiempo y por tanto lastran de forma crónica al desarrollo de la población.
Los niños, los más afectados
Dentro de esa población afectada por el desastre y la barbarie de una guerra los primeros y los que más sufren son los niños y niñas. En la actualidad, uno de cada cuatro niños del mundo vive en una zona de conflicto o desastre, un hecho que debería estremecernos a cada uno de nosotros. Niños atrapados en la violencia y el temor constantes, condenados a vivir bajo las bombas y las balas; niños que tienen por delante un futuro incierto.
Según el informe de UNICEF, Acción Humanitaria para la infancia 2021, se estima que 36 millones de niños, una cifra sin precedentes, viven en situación de desplazamiento debido a situaciones de conflicto, violencia y desastres. La malnutrición entre los niños va en aumento en países de todo el mundo. Muchos de ellos están siendo esclavizados o son víctimas de la trata, el abuso y la explotación. Muchos más viven en una especie de limbo, sin estatus migratorio oficial ni acceso a la educación ni a la atención de la salud. Desde la crisis de los refugiados rohingyas en Bangladesh hasta la salida de familias de América Central en busca de una vida más segura y digna, la cifra de niños que han quedado desarraigados por el conflicto y la violencia no tiene parangón en la historia.
Al mismo tiempo, los fenómenos meteorológicos extremos están provocando desastres naturales más frecuentes y destructivos en todo el mundo. El número de estos desastres relacionados con el clima se ha triplicado en los últimos 30 años, amenazando la seguridad alimentaria, aumentando la escasez de agua, obligando a las personas a abandonar sus hogares e incrementando el riesgo de que se produzcan conflictos y emergencias de salud pública. Más de 500 millones de niños viven actualmente en zonas donde las inundaciones son extremadamente intensas, y casi 160 millones se encuentran en zonas donde la sequía es muy grave.
Y en estas, llegó la COVID
Si los conflictos y el cambio climático ya estaban provocando un aumento del número de niños y niñas que necesitaban ayuda humanitaria, la llegada de la COVID-19 ha empeorado aún más, si cabe, la situación: su salud física –pero también mental– está en riesgo por el colapso de los sistemas sanitarios, su educación en entredicho por el cierre de escuelas y su bienestar comprometido porque hay más pobreza y, en algunos casos, se ven abocados al trabajo infantil o el matrimonio temprano. La “emergencia” de la COVID lo inunda todo y está poniendo en riesgo los recursos necesarios para abordar estas emergencias que amenazan la supervivencia de la población afectada y, sobre todo, de los más vulnerables. Cuando una pandemia devastadora coincide con un conflicto, un cambio en el clima, un desastre y un desplazamiento, las consecuencias para los niños pueden ser catastróficas.
Los llamamientos para, en medio de la complicada situación económica, no dejar de lado la financiación de estas emergencias humanitarias no han dejado de sucederse en los últimos meses. Así, UNICEF hacía el pasado mes de diciembre un llamamiento por valor de 6.400 millones de dólares (más de 5.300 millones de euros), para afrontar las necesidades de niños y niñas afectados por las emergencias humanitarias en 2021. Con ese dinero se podría llegar a más de 190 millones de niños y niñas en 149 países. Sinceramente, no parece una cifra desorbitada si tenemos en cuenta el vértigo que producen los montantes comprometidos desde la Unión Europa (1,8 billones de euros) o Estados Unidos (3,2 billones de dólares) para la reconstrucción tras la pandemia. Y no es una cifra desorbitada porque nos enfrentamos a una emergencia de los derechos de la infancia en la que la COVID y otras crisis se combinan para privar a los niños de su salud y su bienestar. Esta situación sin precedentes exige una respuesta igualmente sin precedentes. Por lo que debemos instar a los gobiernos, empresas y sociedad civil para juntos evitar una generación perdida.
Es nuestro deber, y el de toda la comunidad internacional, proteger a estos niños y niñas, porque cada uno de ellos, independientemente de donde se encuentre, tiene el derecho a la supervivencia y a crecer en un entorno seguro. Trabajando juntos, podemos reimaginar un futuro mejor para todos esos niños y niñas.