¡Martín Villa, traidor!
Martín Villa se percató de inmediato de la inadecuación funcional para el cambio democrático en la Policía de los sectores reaccionarios que la dirigían.
″¡Traidor!”, le voceaban los ultras de la policía (que no eran pocos) cada vez que, después de sufrir un atentado mortal, el féretro era llevado al Salón Canalejas de la Dirección General de la Policía en la Puerta del Sol a modo de despedida tétrica.
Todorov, en un artículo publicado en El País, a su regreso de Argentina, después de visitar las instalaciones de la Escuela de Mecánica de la Armada, decía que la historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria, la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables. El juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en que se producen los acontecimientos, sus antecedentes y sus consecuencias. Todorov criticó el modelo de búsqueda de la memoria, verdad y justicia, por parcial y sectaria, al dejar fuera del victimario las actividades de los Montoneros.
Hoy en día, nadie de buena fe puede dudar que el 3 de marzo de 1976 se produjo un ataque totalmente desproporcionado de la Policía Armada contra unos trabajadores que protestaban por las condiciones laborales y salariales. Fue una verdadera masacre, con el resultado de cinco trabajadores muertos. La pregunta que nos deberíamos hacer hoy es, si un ministro de Relaciones Sindicales estaba en condiciones de dar instrucciones a la “Reserva” de la Policía Armada de Miranda de Ebro para disparar a los obreros y producirles la muerte. Si se demostrara que así fue debería asumir sus responsabilidades, pero en el contexto de aquella época el presidente del Gobierno era Arias Navarro (carnicerito de Málaga) y el ministro de la Gobernación, Manuel Fraga, (la calle es mía) intocable en Galicia a golpe de elecciones democráticas.
Se tenía que haber abierto una investigación con el cese inmediato del general Campano y el procesamiento de los policías que abrieron fuego de esa forma tan bestial. Carlos Arias fue cesado, seguramente por su mala gestión en esos hechos, y Martín Villa fue nombrado ministro del Interior.
La impresión que nos dio a los policías jóvenes nucleados en torno a la USP es que Martín Villa se percató de inmediato de la inadecuación funcional para el cambio democrático en la Policía de los sectores reaccionarios que dirigían la misma en aquellas fechas.
El mayor intento reformador de la institución policial por parte de los gobiernos de UCD, además de con la Constitución, fue sin duda la Ley 55/1978, de 4 de diciembre, de la Policía. La misión de los policías sería “defender el ordenamiento constitucional, proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos y garantizar la seguridad personal de éstos”.
Un gran paso sin duda, y que desde luego no fue muy bien acogido por los sectores a los que se les quitaban privilegios. Martín Villa nombró a miembros de la Escala Ejecutiva para jefes superiores de Policía en detrimento de los comisarios reticentes a los cambios y que se alineaban claramente con los miembros del PP, que no querían ni ver el nuevo modelo de Estado descentralizado.
Así se manifestaron públicamente en un comunicado: “Expresar, recogiendo el sentir de la corporación, su disconformidad con el proyecto de ley de policía remitido por el Gobierno a las Cortes, por estimar que ciertos puntos del mismo menoscaban la naturaleza y funciones del Cuerpo General de Policía, por la grave inseguridad jurídica que significan supuestos como ingreso en el cuerpo de personas sin la titulación exigida a la generalidad, trasvase de miembros de unos cuerpos a otros en funciones administrativas y la posibilidad de doble sanción por un mismo hecho”.
La ley no tuvo recorrido, pero quedó en la memoria el esfuerzo de Martín Villa por una policía más democrática, hasta el punto de que, con ocasión de un Congreso Internacional celebrado en Barcelona, cenamos con él en la Barceloneta con los miembros de la Fundación Europa. Enrique Curiel reconoció lo duro de los años de la transición y le agradeció su esfuerzo. Ya sé que para algunos eso es una vergüenza.