Malos militantes
Cuando en un partido democrático se llama “malos militantes” a aquellos que plantean alternativas es que algo está empezando a ir mal.
Cuando en un partido democrático se llama “malos militantes” a aquellos que plantean alternativas para que su organización funcione mejor y obtenga mejores resultados electorales, es que algo está empezando a ir mal.
Pero si este calificativo se emite amparándose en lo que se ha denominado “reglas del juego” que, al parecer, impiden cualquier pronunciamiento sobre estas cuestiones fuera de las fechas “supuestamente” señaladas para ello, es que algo está empezando a ir rematadamente peor.
No se engañen, unas reglas del juego que estableciesen semejantes restricciones serían profundamente antidemocráticas.
Acudamos al sentido común. Si un líder político cogiese un partido con el 38,5% de los votos y lo dejase, después de dos elecciones, con el 28% de los apoyos, alguien podría pensar que es razonable que dé un paso al lado.
Si esos resultados electorales hubiesen supuesto la pérdida del Gobierno de la comunidad más poblada de un país, la idea del “paso al lado” tendría toda la lógica.
Pero si, además, ese líder político mantuviese, desde la oposición, el
mismo discurso político que realizaba cuando perdió el gobierno,
entonces es posible que muchas personas empezasen a no entender
absolutamente nada.
Menos aún entenderían si, ese líder político, se hubiese dedicado a hacerle la vida imposible en los medios de comunicación a un dirigente de su partido democráticamente elegido, forzando que dimitiese después de un espectáculo poco edificante, cuando no bochornoso, para poner de presidente de un Gobierno al líder de otra formación política que se encuentra en nuestras antípodas ideológicas y, posteriormente, perder unas primarias frente al compañero derrocado.
Unas primarias cuyo resultado no admitió, lo que le llevó a estar dos años poniendo palos en las ruedas en público y en privado.
Sé lo que estáis pensando. Pero lo que no sabéis es que nuestro líder político mostró un profundo arrepentimiento de todo lo que había hecho y, según él, quedó libre de todo pecado y responsabilidad.
No os lo perdáis. Ahora, sus más leales seguidores se dedican a mandar callar a todo aquel que, haciendo caso a lo que pudiera indicar el sentido común, plantea la posibilidad de un proyecto alternativo para recuperar el terreno perdido. Así que, aquí paz y allá gloria.
Visto lo visto, he decidido convertirme en una “mala militante”. Primero porque muchos afiliados de nuestro partido verán con buenos ojos que los compañeros se planteen que al proyecto en Andalucía hay que darle una pensada.
Además, al contrario de lo que proclaman “los buenos militantes”, quizá haya muchos exvotantes de mi partido esperando a que nos repensemos para salir de la abstención y volver a apoyarnos con el fin de evitar que la derecha repita Gobierno en nuestra comunidad autónoma.
En segundo lugar, porque ya he cubierto mi cupo de lecciones de moralidad y ética de aquellos que no tienen mucho que enseñar en estos aspectos.
Y, en tercer lugar, porque la que realmente estaría mal sería yo si, después de que se echase a un secretario general, de que se pusiese de presidente a uno de derechas, al que luego se le presentó una moción de censura, de que se perdiesen unas primarias y de que se redujese el apoyo electoral en mi comunidad hasta perder el Gobierno, me diese por pensar que aquí no ha pasado nada.