Madrid, territorio friki… por lo menos
Isabel Díaz Ayuso parece que confunde los hogares madrileños con una casita de muñecas, donde los inquilinos ni sufren ni padecen.
Estaba celebrándose el pleno del Congreso para aprobar el decreto de alarma, y veo y escucho a la presidenta madrileña decir que no le consta ningún informe científico al respecto. Busqué una toma de pantalla guardada en la carpeta fotos del Iphone y encontré una valiosa opinión sobre esa cuestión publicada precisamente en El HuffPost.
El investigador Luis Enjuanes, considerado el mayor experto español en coronavirus y uno de los especialistas más considerados internacionalmente, se mostraba ‘indignado’ por la crisis sanitaria en Madrid y afirmaba que le parecía “absolutamente incomprensible” y “casi casi de retraso mental”(sic). Durante las últimas semanas es cierto que muchos expertos han cuestionado la gestión de la pandemia, pero en su inmensa mayoría por considerar que las medidas adoptadas son insuficientes y deberían ser mucho más radicales.
Empero, Isabel Díaz Ayuso parece que confunde los hogares madrileños con una casita de muñecas, donde los inquilinos ni sufren ni padecen, ni ríen ni lloran, ni pasan frío ni calor, ni enferman ni están sanos. En el colmo de la frivolidad, como si el Gobierno de la Comunidad de Madrid fuera la sala de espera de una peluquería unisex, más o menos a la vez que una aplastante mayoría de diputados (194 a favor, 99 abstenciones −las del PP, estrategia oportunista cero grados, ni frío ni calor como en el chiste gomero− y 53 noes, los de Vox) la jefa del Gobierno madrileño explicaba en tono teresiano que iba a desobedecer el estado de alarma. Tal cual. Y que solo iba a confinar la capital unos pocos días en los dos próximos puentes, y que ya vería qué días, porque tampoco parecía tenerlo claro.
Me llamó un amigo y lector fijo de plantilla de Las Palmas de Gran Canaria: “A esta chica parece que le falta un hervor… o dos…”.
Después está lo de Pablo Casado que, otra vez lo digo, me recuerda a la famosa copla “ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio; contigo porque me matas, sin ti porque me muero”. Tras considerar el decreto de alarma epítome de todos los males sin mezcla de bien alguno y de anunciar que pondría en conocimiento de Europa –como si en Europa no leyeran periódicos, como muchos por aquí− este autoritarismo inadmisible y anticonstitucional… va y se abstiene. Irresponsable a fuer de cómplice, por lo tanto, si es tan grave la cosa.
¿O se abstuvo técnicamente para no ser partner de Santiago Abascal tras la última trifulca aparentemente finiquitada con el manoseado “hasta aquí podíamos llegar”? Porque eso seria una de esas maniobras que el papa Francisco le dijo a Pedro Sánchez en el Vaticano que no le gustan nada. Creo que fue en 13TV cuando en la víspera pasaron una película del oeste americano, protagonizada por unos valerosos periodistas que se enfrentaban a unos forajidos, letras contra balas, y cuando uno de los reporteros, llevado por la impaciencia, iba a hacer no recuerdo qué imprudencia, otro más maduro y experimentado le aconsejó sabiamente: “nunca te pongas la chaqueta hasta saber cómo son los pantalones”.
Como Casado es como es, volvió a poner como referencias de las cosas pandémicas bien hechas a Emmanuel Macron, el presidente de Francia, y a Angela Merkel, la canciller de Alemania. Macron declaró un toque de queda, que la oposición aceptó con la autodisciplina que da la responsabilidad y la lealtad institucional, y ahora anuncia un confinamiento general; y las propuestas de aumentar las restricciones y el confinamiento de Angela Merkel fueron respaldadas por todos los länder de la federación.
En España, el equivalente a los länder que son las autonomías, se dividieron: las del PP van a su bola mágica y rompen con frecuencia el consenso siguiendo el argumentario, que es una especie de catecismo en fascículos, de Génova 13, o el del Rasputín de Sol.
Además, todo el discurso de Casado me sonaba a viejo. Repasé las notas de un diario-libro sobre el primer confinamiento, y otro bloc más reciente. En ambos periodos todo está mal, una cosa y su contraria, si se hace o se deja de hacer, si no se llega o se pasa… Si Sánchez trabaja mucho o sale mucho en las televisiones o si se va de vacaciones en vacaciones… No hay forma de llegar a un punto de entendimiento.
El 6 de mayo pasado, publicaba El País, que respeta el principio de que la verdad son los hechos, y no como otros que antes de Trump practicaban el trumpismo de que la verdad son las interpretaciones y las frustraciones convertidas en delirios: El Gobierno salva la prórroga del estado de alarma pese a la fractura con el PP/Casado ataca con dureza al líder del PSOE: “La situación de excepción no admite una dictadura constitucional” (¡Manda carallo!). El líder del PP arremetió con extrema dureza contra el presidente del Gobierno al que acusó de demandar poderes absolutos. ¡Ñooos…!
Poco después, en la siguiente petición de prórroga, eldiario.es del 20 de mayo refleja las profundidades abisales del pensamiento de Casado y sus obviedades solemnizadas, al más depurado estilo aznarista y de la FAES: “Evidentemente, se evitan contagios encerrando en casa a 47 millones de personas, igual que se evitan accidentes de tráfico y laborales…”. “No podemos prorrogar más sus poderes extraordinarios. Sería una irresponsabilidad. ¡HASTA AQUÍ PODRÍAMOS LLEGAR!” (supongo que aquí habría una salva de aplausos de la feligresía enardecida).
“Cada día −pronosticaba en plan Nostradamus de feria de pueblo− está más solo y más débil. Ha perdido toda credibilidad institucional y pierde a borbotones la confianza ciudadana. Cada votación es un suplicio para usted. Y lo que reste de legislatura será un calvario”, zanjaba Casado.
Apostilla: no es extraño que ante tal advertencia de que cada votación de prórroga sea un calvario inapelable, el advertido tome nota y en vez de sufrir dos suplicios al mes prefiera sufrir uno cada seis meses, aunque haya comparecencias temáticas cada dos y las habituales sesiones de control semanales.
1 de junio. El Confidencial: El vicesecretario de participación del PP, Jaime de Olano, ha asegurado que su partido votará ‘no’ a la última prorroga de la alarma, como ya hizo en la anterior, porque (…) este estado es “innecesario y perjudicial” para el conjunto de los españoles.
En estos meses hay una amplia huella de la táctica obstruccionista y maniobrera del PP cuando no estaba ‘centrado’, aunque ahora que dice que lo está, parece que la toma íntegra a título de inventario.
La línea es diáfana: si se critica el autoritarismo y desde sus comunidades autónomas se pide la cogestión y el ejercicio de sus competencias propias, cuando se cogestiona y se desconcentra… la responsabilidad les aturde y se critica la dejación de funciones. Sin embargo se pone de ejemplo a Merkel, que negocia con los territorios las medidas que los gobiernos federados se encargan de desarrollar lealmente y con buena fe.
El ‘golpe de autoridad’ del “hasta aquí hemos llegado”, es pues parte clave del guion del teatrillo de barrio que se repone en cada pleno de las Cortes.
La descalificación del estado de alarma por extremista se ‘razona’ y justifica por la necesidad de aprobar una nueva ley de emergencias sanitarias ya mismo, aprisa y corriendo; pero legislar en caliente, sea en medio de una pandemia mortal, o tras un horrible asesinato, es temerario populismo.
El legislador constitucional creó tres medidas excepcionales para circunstancias excepcionales, y la alarma es una de ellas, que sirve de paraguas a las demás leyes y medidas que la desarrollen, como se han encargado de apuntar algunos jueces en sus sentencias.
El virus se mueve. Las críticas al Gobierno porque no está preparado para adelantarse a la jugada de la covid, son meras campañas de desinformación e ignorancia del método científico. La anormalidad es contratar curas y no sanitarios, construir un gran hospital de emergencias sin convocar plazas, típico método tinta de ‘calamara’ de Ayuso.
En esta situación dramática que vive Europa con una segunda ola que en realidad es un desenfrenado tsunami, lo que se debería hacer es aprender de los errores. Y dos de los principales son la falta de unidad política, y subordinar las medidas epidemiológicas a una teología económica venenosa y simplona. Un ‘experimento’ que convirtió el éxito español del primer confinamiento en un esperpento europeo a través de una desescalada presurosa y unos remilgos insensatos de una derecha muy satisfecha de su anomalía.
La cosa está jodida.